La Tríada - Libro 6 de la Saga de Lug

PARTE II: HADAS Y MONSTRUOS - CAPÍTULO 8

—¿Y ahora qué?— preguntó Emilia.

—No tenemos mucho más para seguir con esta investigación de momento— dijo Lug—. Pero está claro que esos hombres de anoche seguirán buscándote. Me temo que tu vida como era hasta ahora acaba de cambiar.

—Usted me prometió protección— le recordó ella.

—Y es mi intención proveerla— asintió Lug.

—Estaría a salvo en Baikal— propuso Polansky.

—¡No!— negó Juliana rotundamente—. Lug, no pensarás…— casi rogó desesperada. Lo último que quería era permitir que Augusto y esta chica estuvieran en contacto.

—No sabemos lo suficiente. No pondré a Baikal en riesgo— dijo Lug.

Juliana suspiró, aliviada.

—¿Qué es Baikal?— preguntó Emilia.

—Un santuario— respondió Lug.

—No quiero mudarme a algún monasterio por ahí— dijo Emilia—. Tengo una vida, amigos, una carrera, tengo familia…

Lug la miró con compasión. No tuvo el coraje de decirle que de ahora en más, todo eso era cuestión del pasado, y que seguramente no podría volver a ver a su familia ni a sus amigos nunca más.

—Emilia…— comenzó Lug, buscando las palabras adecuadas para explicarle las cosas—. La única forma de protegerte es escondiéndote de ellos.

—No— negó ella con la cabeza—. No acepto eso, no quiero eso. Tengo derecho a mi vida, tengo derecho…

—Emilia…— volvió a intentar Lug.

—Tal vez solo necesita un guardaespaldas— intervino Juliana.

—¿Guardaespaldas?— se volvió Lug hacia Juliana.

—Podemos contactar a Bruno— se explicó ella.

Lug lo pensó por un momento. Si ponían a Bruno a vigilar a Emilia, él podría protegerla y a la vez descubrir quién estaba tras ella.

—De acuerdo— accedió Lug—. Me parece una buena idea. La llevaré al bosque hasta que Bruno llegue de Europa—. Sólo serán unos días— le aclaró Lug a Emilia—. Luego podrás volver a tu vida normal. Bruno es muy bueno, te protegerá sin que siquiera notes su presencia.

—Está bien— accedió ella—, pero antes de desaparecer por más días, debo contactar a mis padres, tranquilizarlos, hacerles saber que estoy bien.

—Puedes llamarlos, claro— accedió Lug.

—No, quiero verlos— aclaró ella—. Quiero despedirme.

—No, es peligroso para ellos y para ti, es demasiado…— comenzó a protestar Lug.

—Lug— lo cortó Juliana—, ¿recuerdas a aquel muchacho en ese monasterio hace muchos años?

—¿Qué muchacho?— frunció el ceño Lug.

—Ese al cual le ofrecieron la libertad de su prisión mental y física, y puso en riesgo todo solo para poder despedirse de su amigo el jardinero— arqueó una ceja ella.

Lug asintió, sonriendo a pesar de la tensa situación. Juliana se refería a él mismo, aquel día que ella había aparecido en su vida para rescatarlo de los hermanos del Divino Orden. Él había estado dispuesto a echar todo el plan a perder solo para poder despedirse de Walter. Juliana estaba recordándole la importancia de las relaciones humanas por sobre cualquier peligro, por más nefasto y amenazante que fuera.

—De acuerdo— consintió—. Pero con una condición: el doctor Polansky y yo te acompañaremos.

Polansky levantó la vista, sorprendido de que Lug quisiera llevarlo con él, pero no dijo nada. Guardó su computadora y su equipo en el portafolio y siguió a Lug y a Emilia hasta el coche. Luigi y Juliana los siguieron para despedirlos.

—¿De dónde sacaste ese coche?— le preguntó Juliana a Lug.

—Allemandi me lo consiguió, ya sabes que es muy eficiente.

—Como siempre— asintió Juliana. Parecía estar de mejor humor ahora que veía que la chica saldría de su casa y que Lug la mantendría alejada de su familia—. Hablaré con él para que contacte a Bruno— agregó.

—Gracias.

Lug se subió al volante y Polansky ocupó el asiento del acompañante. Emilia subió atrás. La chica le dio instrucciones a Lug sobre cómo llegar al departamento de sus padres y partieron. Durante el trayecto, Emilia sacó su teléfono móvil y comenzó a revisar sus mensajes.

—Qué extraño…— murmuró la chica.

—¿Qué cosa?— se interesó Lug.

—Desde que desaparecí, hace quince días, mis padres han estado mandándome mensajes todos los días, preguntando por mí, pero en los últimos dos días no hay nada.

Lug y Polansky cruzaron una mirada preocupada, pero ninguno de los dos dijo nada.

Al llegar al edificio de departamentos, los tres subieron presurosos las escaleras hasta el primer piso.

—Es este— indicó Emilia una puerta que decía 1B.




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