La Tríada - Libro 6 de la Saga de Lug

PARTE VII: SECRETOS - CAPÍTULO 34

Cormac se asomó a la ventana de la torre norte del castillo de Tiresias y miró hacia el patio interno que daba a las caballerizas. Vio a Madeleine dando órdenes perentorias a guardias, mozos de cuadra y sirvientes, preparando un viaje. La preparación no le extrañó a Cormac, pues había estado presente por la mañana cuando el mensajero de Vianney llegó desde Colportor con una convocatoria extraordinaria a una reunión de Concejo urgente. No, lo que llamó su atención fue el hecho de que Madeleine no estuviera dando órdenes para que alistaran su carruaje, sino solo cuatro caballos, con las alforjas tan cargadas de vituallas que era claro que Madeleine tenía pensado otro tipo de viaje, mucho más largo y tortuoso que el trecho tranquilo por caminos apisonados y amplios hasta la ciudad capital del sur. Esto era también evidente en las vestimentas de ella: una blusa ajustada con un corsé de cuero marrón, pantalones de montar y botas largas de cuero. Eso contrastaba  de forma acusada con el normal vestido de seda y encajes que solía lucir en la corte de Colportor. Algo no estaba bien, y Cormac bajó las escaleras de la torre casi corriendo para confrontar a Madeleine.

Al llegar junto a ella en el patio, Cormac vio que estaba discutiendo con el jefe de la guardia.

—Pero mi señora…— protestó el jefe.

—¡Ya dije que no!— lo cortó ella con vehemencia.

El jefe de la guardia resopló, disgustado, pero finalmente hizo una inclinación de cabeza, aceptando la orden de ella, y se retiró, saludando apenas a Cormac al verlo acercarse.

—¿Qué está pasando aquí?— inquirió Cormac con el ceño fruncido.

—Preparo mi viaje, nada más— trató de evadirse ella sin atreverse a mirarlo a los ojos.

—¿Cuatro caballos con vituallas para más de dos semanas? ¿Me crees tan estúpido como para no darme cuenta de que tus intenciones no son ir a Colportor?— la cuestionó él, enojado.

—Soy la duquesa de Tiresias— dijo ella, altanera—. No te debo explicaciones.

—Mady…— ablandó su tono Cormac—. ¿Qué estás haciendo? ¿A dónde vas? Después de todos estos años a tu lado, ¿no merezco siquiera una explicación?

Ella suspiró. Como siempre, Cormac lograba tocar su corazón aun cuando ella se opusiera a sus cuidados obsesivos que muchas veces la sofocaban.

—Hablemos adentro— cedió ella.

Cormac la siguió escaleras arriba, hasta la biblioteca. Un sirviente que los cruzó en la galería les ofreció traerles algo de comer, pero ella rechazó el ofrecimiento, y en cambio, le dio órdenes de que se asegurara de que no los molestaran. Luego abrió con decisión las puertas de la enorme biblioteca e invitó a Cormac a entrar con una inclinación de cabeza. Cuando Cormac estuvo dentro, cerró las puertas con llave.

—Siéntate— le señaló ella uno de los mullidos sillones junto a los ventanales que daban al mar. Él obedeció y ella se sentó en otro sillón enfrentado al de él—. Es cierto, no voy a Colportor— confesó.

—¿Por qué no? Es obvio que la reunión es urgente. Algo grave debe haber pasado— objetó él.

—Porque ya sé lo que pasó, ya sé lo que Vianney va a decir a los nobles, y cualquier propuesta que salga del Concejo será inefectiva porque ni Vianney ni los nobles pueden hacer nada al respecto. El regente también sabe que esto es así, solo está tratando de ganar tiempo. Pero mientras él lo gana, no me lo hará perder a mí, haciéndome ir a una reunión inútil.

—¿De qué estás hablando, Mady? ¿Cómo puedes saber…?

Antes de que él pudiera terminar su pregunta, Madeleine sacó una carta del bolsillo de su pantalón de montar y se la ofreció a Cormac:

—Anoche, mientras dormías, llegó esto.

Cormac tomó la carta y observó el sello roto:

—¿De Filstin?— inquirió, sorprendido.

Ella asintió con la cabeza:

—Vianney le ordenó mantener el secreto, pero Filstin juzgó prudente alertarme— explicó.

—¿Por qué?

—Porque Tiresias podría ser el próximo blanco por estar junto al mar— indicó ella la carta con la mirada.

Cormac abrió la carta y la leyó con la vista.

—Merkor…— murmuró Cormac al leer la carta—. Pero estos son solo rumores, lo dice el mismo Filstin— protestó.

—Es obvio que los rumores han sido confirmados, si no, Vianney no estaría convocando esta reunión— dijo ella, arqueando una ceja.

—Aún así…— meneó Cormac la cabeza—. ¿Por qué dices que el Concejo no puede hacer nada al respecto?

—Porque ellos no saben lo que realmente pasó en las tierras de Merkor ni por qué— respondió ella con firmeza.

—¿Y tú sí lo sabes? ¿Cómo? La carta no dice nada que… oh…— se dio cuenta Cormac de repente—. Ya veo. Tuviste una visión de la que no me has dicho nada, ¿no es así?




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