E L C I R C O D E L O T O Ñ O
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Cuando Neeve despertó ya había salido el sol.
Se imaginó que alguno de sus compañeros había dejado la ventana abierta para dejar entrar el aire, pero terminaron entrando los rayos del sol que le quemaban la cara. En verdad sentía que se quemaba la cara y seguramente alguien le habría puesto una lupa apuntando a ella para molestarla. Se removió incómoda tratando de darse vuelta para evitar los rayos, pero ni así se quitó la sensación hasta que se dio cuenta que en verdad había algo que la estaba quemando.
Se incorporó de golpe y miró a su alrededor. Estaba en la cama con el unicornio bordado. No había sido un sueño, había cruzado el puente a Dryden.
Se tocó la cara y sobre su mejilla, donde supuestamente le daban los rayos, sus dedos tocaron algo peludo y caliente. Su reacción inmediata fue gritar y arrancarse lo que fuera que tuviera en la piel, pero la cosa estaba adherida y seguía quemando cada vez más incluso sentía pequeñas patitas haciéndole cosquillas.
—¡Emory! —gritó Neeve acordándose de su hermano La cosa seguía a ella sujetándose con fuerza, ¿qué podía ser? ¿Un gusano? ¿Un insecto venenoso y horrible que la había picado? Neeve pensaba que era un animal horrible como un gusano con pelos y por más que lo arañara o tirara de él la cosa seguiría ahí.
La puerta se abrió de golpe y apareció Emory vestido con una sudadera y un pantalón negro, sus cabellos estaban desordenados, debajo de sus ojos había grandes ojeras oscuras. El chico parecía no haber dormido.
Se aproximó a su hermana al ver lo que tenía en la mejilla.
—Deja de retorcerte o lo enfurecerás más —ordenó Emory al mismo tiempo que sujetaba a una cosa redonda y peluda color negra.
—¡Quítalo! ¡Sea lo que sea! ¡Quítalo! ¡Me está quemando! —exclamó Neeve lo más rápido que pudo.
—Si dejas de gritar...
Neeve hizo un esfuerzo por mantenerse quieta, la cosa se soltó y el calor empezó a desaparecer. Emory le enseñó un extraño animal de seis patas que se movía alterado, tenía una pequeña cabeza escondida y la cola similar a la de un conejo. Estaba cubierto de pelaje negro brilloso, un poco grasoso.
—Es un weeped, son como los erizos. No te hará nada sino le haces nada.
Emory depositó el pequeño animal en el suelo y este salió corriendo tan rápido como pudo hacía el pasillo. Emory se puso de pie dispuesto a seguir al weeped, pero se detuvo a hablar.
—Me encargué de tu ropa, está en el armario. Prepárate porque bajaremos al pueblo en media hora —dijo y salió de la habitación.
Neeve exhaló aliviada y conmocionada. ¡No había sido un sueño! Cruzó el puente, estaba en Dryden con su hermano. ¡Su hermano estaba vivo!
Se levantó al cabo de un rato y volvió a repasar los detalles de la habitación; las tres ventanas juntas, la decoración del papel, el unicornio bordado en las colchas y su cama con cuatro postes altos. También había una puerta doble cercana a su cama, no estaba segura de haberla visto la noche anterior, pero se aproximó a ella y la abrió. Ahí había ropa, en su mayoría vestidos de todos los colores y largos. Neeve se sintió emocionada y aterrada a la vez; no le gustaban los vestidos, pero eran hermosos.
Tomó la ropa necesaria y salió de la habitación. El pasillo estaba impecable y sin rastro de telarañas, alguien había limpiado mientras dormía. Delante había una puerta sencilla de madera, al abrirla encontró estantes con toda clase de productos de higiene y una bañera de cerámica. Había un lavabo grande y un espejo con esmeraldas incrustadas. Aquello era un lujo que Neeve no podía permitirse, puede que Emory fuera su hermano y tuviera una mansión, pero tampoco podía quedarse solo por ese hecho.
Cuando terminó de asearse se puso un vestido que le llegaba a la rodilla que era color vino, con poco escote y mangas cortas, la falda era amplia y hacía que su figura se viera esbelta. Se miró por primera vez en el espejo y vio una chica muy bonita que no habría podido creer que era ella. Tenía el cabello corto y esponjado a la altura de la quijada, sus ojos eran grises y sus labios pequeños, su cara tenía forma circular y sus pómulos se veían altos. Parpadeó asombrada al ver que no tenía ojeras ni el rostro tan gordo como pensaba al verse en el espejo del orfanato vestida con ropa vieja color gris.
Se puso zapatos bajos y cómodos, tomó un abrigo negro que le llegaba hasta la pantorrilla y bajó las escaleras.
Emory la estaba esperando en la puerta.
—Justo a tiempo.
Emory abrió la puerta y ambos salieron. Por primera vez Neeve pudo ver la mansión de su hermano por fuera, era una casa llena de ventanas con barrotes y balcones, construida con gruesos bloques de piedra color crema, los techos eran algo ovalados y de tejillas rojas. Alrededor de la casa había árboles grandes, pinos, encinos, robles y un sin fin de árboles altos que Neeve no alcanzaba a identificar; todos ellos tenían sus hojas rojizas, amarillas o marrones. Era otoño, pero cuando ella había entrado era verano.
—¿Es otoño? —preguntó confundida—. Era verano cuando salí de...
—Aquí las estaciones no tienen el mismo orden que en Minos —contestó su hermano—. La única que coincide es el invierno... Oh, es verdad, aquí ya no existen las estaciones.
—¿Qué?
—Lo que oíste. Aquí ya no existe el otoño, ni la primavera, ni el verano y mucho menos el invierno.
Y sin embargo había árboles con hojas rojizas a punto de caerse para darle la bienvenida al invierno.
Emory tomó del brazo a su hermana y un denso vapor obscuro los cubrió. Neeve se preguntaba cómo podía ocurrir algo así, pero era asombroso llegar de un lugar a otro en cuestión de segundos. El bosque y la casa se desvanecieron como si fueran manchas de pintura en agua y empezó a dibujarse una calle llena de casas de piedra y puestos de madera que exponían fruta. Delante de ellos se extendía un gigantesco bazar lleno de artículos de todos los tipos; había comida, frutas y verduras de colores y formas extrañas, aves amarillas en jaulas pequeñas que mordían los barrotes con sus picos y serpientes inquietas en peceras.
—Es el circo del otoño —explicó Emory al verla tan sorprendida—. Nosotros celebramos la llegada y el fin de cada estación con bazares. Es el único evento en donde puedes comprar cosas y comida.
—¿Compraremos comida?
Emory contrajo su cara y soltó una pequeña carcajada que pareció un gruñido.
—¡Por supuesto que no! Venimos a hacer tratos y a que mires a los nativos —Ambos se adentraron entre los puestos improvisados con mesas y cortinas, había gente comprando y llenando cestos grandes de comida, más gente en los puestos de fruta y unos cuantos grupos de hombres compraban aves casi en cada oportunidad. Neeve vio que había muchos tipos de personas, pero podía diferenciarlas fácilmente al igual que la vez anterior; los comerciantes llevaban ropa simple de colores opacos, algunos llevaban bastón, y los compradores usaban vestidos elaborados con telas coloridas, trajes de gala y sombreros de copa. No hacía falta determinar a qué se debía la calidad de sus ropas. La gente empezó a murmurar y mirar a los hermanos sin discreción—. No hables con nadie y recuerda lo que dije ayer.
Siguieron caminando hasta encontrar un pequeño callejón intransitado donde había una puerta metálica rayada con profundidad, Neeve observó las hendiduras a detalle y pensó que eran obra de algún animal grande con garras poderosas. Emory tocó tres veces y esperó unos segundos, luego volvió a tocar, esta vez cuatro veces. La puerta se abrió sola y ambos entraron.
Era un lugar similar a una taberna, llena de estanterías con licores, cajetillas de cigarrillos en cada esquina junto a ceniceros grandes, en cada mesa había una gran botella de vodka seguida de una de whisky y una pequeña cerveza como cortesía de la casa. Aquel lugar parecía ser el paraíso de los amantes del alcohol.
—Iré a hablar con el dueño, no te muevas —dijo Emory mirando severamente a su hermana y desapareció detrás de la barra.
Neeve vio que al otro lado de la barra había una puerta abierta de desván, ahí estaban dos chicos hablando. Era una chica morena con el cabello ondulado color azabache, de estatura baja y muy esbelta, junto a ella estaba un chico alto de cabello rizado y de piel más clara. Neeve no quería acercarse, pero fue inevitable escuchar su conversación.
—Ha desaparecido otra hectárea —dijo la chica molesta haciendo ademanes con las manos al hablar—. Si esto sigue así la aldea terminará sumergida en cenizas... No quiero ni imaginar cómo será dentro de diez años.
—Hoy en la mañana encontré el cadáver de un ciervo en desnutrición extrema y ya no he visto más conejos desde hace un mes, creo que eran los últimos en su especie.
Aquello sonaba interesante, las cenizas y los animales extintos. Neeve se acercó a ellos con cautela y los chicos dejaron de platicar al verla.
—Hola, perdón por interrumpir, ¿pero de qué cenizas hablan?
El chico frunció el ceño, pero la chica le sonrió con calidez.
—Otra hectárea de la aldea se ha convertido en ceniza, no es de extrañarse, las hojas y los árboles ya estaban demasiados secos —dijo la chica con melancolía, pero se compuso para sonreír y presentarse—. Soy Marcelina Deveraux, trabajo aquí ayudando a mis tíos, ¿tú quién eres?
Emory le había prohibido hablar con alguien, pero él no estaba y Neeve no lo quería obedecer; aquella chica era simpática.
—Soy Neeve Crowley y no soy de por aquí —dijo Neeve con una mueca.
La chica abrió la boca sorprendida y el chico bufó enfadado.
—¿Qué?
—Es curioso que te preocupes por las cenizas siendo una Crowley —dijo el chico con voz grave.
—¿Eso qué tiene de malo? —preguntó Neeve.
—¿No lo sabes? —preguntó Marcelina aún más sorprendida y Neeve negó.
—Nos morimos de hambre: todas las plantas están secas y se convierten en cenizas a los pocos meses, los animales se mueren en masa y tú preguntas si tiene algo de malo. Emory Crowley es el culpable de la muerte de todo lo vivo en Dryden.
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Editado: 16.05.2019