La tumba del otoño

3

 

    Los hermanos aparecieron delante de la mansión Crowley y para sorpresa de Neeve, había un caballo blanco atado a uno de los postes de la casa. A simple vista parecía un caballo normal, pero al verle los ojos Neeve vio que eran dos enormes piedras azules sin brillo.
     —No se ha identificado esta especie —dijo Emory viendo la curiosidad de su hermana—. Son caballos comunes que han regresado de la vida. Al morir tienes que sacarles los ojos y ponérselos a otro ejemplar.
     Neeve miró a su hermano con la boca abierta del horror, pero él estaba sereno. No podía ser posible que algún animal fuera capaz de regresar de la vida y al morir —de nuevo— tengas que sacarles los ojos para dárselos a alguien más; de solo pensarlo se le revolvió el estómago. Apartó la vista del caballo imaginando que era como cualquier otro y pasó a lado de él, no vio ninguna señal de movimiento y el animal parecía no respirar.
     Ambos entraron en la casa y Neeve le dio un último vistazo antes de cerrar la puerta, miró las piedras incrustadas en la piel hundida de color verde grisáceo como si fueran ojeras formando grandes círculos profundos de color, aquello le pareció asqueroso así que cerró los ojos y cerró por fin la puerta. 
     Cuando los volvió a abrir vio que su hermano no se hallaba en los alrededores. Podría haber ido a la sala o a cualquier otra parte, pero le emocionaba estar sola; podía pasearse por la casa libremente, le daba curiosidad el tema de las cenizas y quería comprobarlo de alguna manera, verlo con sus propios ojos. Lo primero que pensó fue buscar una biblioteca, pero decidió que era mejor salir al patio trasero, el que se veía desde la ventana de su habitación y del cual no tuvo tiempo de admirar. 
     Caminó hacia la sala de estar donde la chimenea estaba encendida y el sillón reclinado. Ahí no había nadie así que siguió su camino y llegó a un gran comedor dónde había una mesa larga de madera con cinco sillas a cada lado, en una esquina reposaban unas botas de campo acompañadas de un kit rústico de jardinería. Justo a lado había una puerta de madera sin barnizar con una pequeña mirilla en medio. Neeve se aproximó a ella y dio un vistazo a la habitación para cerciorarse de que estaba sola. Cuando lo comprobó empujó la puerta.
     Era la salida a un jardín de cuentos de hadas. A excepción de que no era bonito y lleno de hadas. Era un jardín lleno de plantas que Neeve jamás imaginó ni vio. Había grandes palmeras con hojas color amarillo canario con frutos cuadrados de color blanco; los rosales tenían un extraño olor a menta y sus flores estaban muy lejos de parecer rosas comunes; en medio había un pequeño estanque con el agua color verde dónde había nenúfares que cambiaban de color conforme uno se movía, desde verde a rosa chillón; las setas tenían puntos con forma de estrellas y olían a uva. ¿Qué era aquello? ¿Cómo podían existir esas plantas en Dryden y en Minos no? ¿Eso en verdad estaba pasando era una especie de alucinación? 
     Quería ver cada rincón de la casa ahora que no había nadie, aunque prefería que alguien le dijera dónde estaba cada cosa. Neeve siguió su camino, esta vez mirando al frente, los árboles comunes estaban vivos, no secos ni hechos ceniza como mencionó Marcelina. Iba a tocar el tronco de un sauce cuando una mujer pelirroja se asomó del otro lado del tronco. Neeve dio un respingo y se alejó. La mujer llevaba puesto un delantal color crema que le quedaba muy pequeño a su cuerpo robusto y hacía que su cara se viera más redonda de lo que ya era. Su cabello era rizado y estaba amarrado en un peinado elaborado que no dejaba a la vista ningún cabello suelto.
     —¡Oh, lo siento! No quería asustarle —dijo la mujer sonriendo hasta mostrar el nacimiento de sus dientes amarillos—. ¿Quién es? ¿Viene a buscar al señor Crowley?
     —No exactamente, soy Neeve Crowley, su hermana —dijo y la mujer deshizo su sonrisa para ponerse seria, Neeve retrocedió instintivamente como si presintiera que la mujer iba a saltar y atacar.
     —Ah, es verdad. El señor Crowley lo mencionó. Lo siento, qué descortés. Soy Tiger Ernie, la encargada de la limpieza.
     Tiger extendió su mano enguantada y llena de tierra. Neeve la tomó con cierta repulsión. Tiger dio un apretón ligero y apartó su mano como si hubiera sentido la incomodidad de Neeve.
     —Disculpa, no quería molestarte, pero buscaba...
     —La biblioteca —interrumpió y Neeve asintió con el ceño fruncido—. Quieres averiguar porqué hay cenizas en la vida.
     —¿Qué? —preguntó Neeve sin poder creer que la mujer le adivinara el pensamiento, Tiger sonrió inocentemente como si hubiera dicho algo malo—. No, no es eso...
     —Fui entrenada para leer el pensamiento, así ya no tienes que molestarte en gritarme o llamarme. Si me piensas bastará.
     «Eso es bastante raro, pero supongo que aquí todo lo es», pensó Neeve. Tiger le hizo una señal para que la siguiera y ambas fueron hacia la puerta que daba al comedor. 
     Tiger atravesó el comedor casi corriendo, sus gruesas piernas parecían moverse con una habilidad casi perfecta. Subió las escaleras principales a paso apresurado apoyándose en el barandal, Neeve le seguía con dificultad pisándole los talones. Pasaron por el pasillo de la habitación de Neeve y subieron las escaleras estrechas que estaban hasta el final. Era lo que parecía ser el ático y Neeve recordó que su hermano le había prohibido entrar ahí. Tiger pareció leer su cara de preocupación y trató de tranquilizarla diciendo que él nunca subía a menos de que fuera necesario.
     —El señor Crowley sólo sube para dejar más ejemplares o llevarse uno —dijo Tiger encendiendo una vela que estaba en una mesita auxiliar y se la pasó a Neeve, ella la tomó con cuidado, no le gustaba el fuego—. El señor solía pasar mucho tiempo aquí hasta que Emily... Bueno ya sabes.
     Tiger guardó silencio abruptamente y Neeve sintió más curiosidad, ¿quién era Emily? Miró la cara de tristeza de Tiger y supuso que había sido su esposa o novia.
     —¿Quién es Emily? —preguntó y Tiger frunció los labios y negó con vehemencia dispuesta a guardarse el dato—. No le diré, lo juro.
     Neeve miró a Tiger esperando una respuesta, pero la mujer parecía no querer hablar. Suspiró frustrada y se dio vuelta para ver el oscuro ático, con la poca luz de la vela distinguió estanterías repletas de libros de diferentes forros y tamaños, unos no tenían nada escrito en los lomos y otros tenían cadenas de plata. No había ni un solo hueco.
     —Era muy linda —interrumpió Tiger con melancolía y Neeve se volvió de inmediato para verle la cara en penumbras; sus ojos tenían un brillo especial bajo la luz de la vela—. Una niña muy dulce y querida por todos. Le gustaba salir conmigo al bosque y cuidar a los animales de él... Es una pena. 
     —Emily era de Emory...
     —Su Emily.
     —¿Su novia?
     —No, la señora jamás me quiso a mí, ni al señor, ni a la niña. Emily, tu sobrina, ¿no sabías?
     Neeve enmudeció sorprendida. Su hermano tenía una hija y ella era tía. Jamás lo imaginó, pero era de esperarse, Emory jamás fue a casa para presentar a una novia, ni siquiera a ver a sus padres. Emory se había alejado a tal grado que Neeve no sabía nada de él y aun así estaba confiando en él y viviendo con él. 
     —¿Qué le pasó?
     —Bueno, es difícil, ya sabes. Fue un día antes de que dejara de existir el verano. Yo pienso que fue un animal, pero el señor insiste en que fue alguien quien la asesinó.
     Tiger se estremeció al pronunciar las últimas palabras. Neeve no quería incomodarla más, pero sentía curiosidad por saber más sobre la vida de su hermano y qué le había pasado a su hija. Neeve iba a preguntar más cosas, pero Tiger se sobresaltó y en un movimiento veloz se dio vuelta para bajar las escaleras corriendo dejando a Neeve con la palabra en la boca.
     Neeve se quedó sola en el ático. Al principio la soledad le cayó como un balde de hielos, la voz de Tiger aún estaba en sus oídos como un zumbido, un eco lejano. Intentó distraerse con el olor a humedad y polvo, en cada rincón había cúmulos de telaraña y una que otra caja sin abrir. Con cuidado acercó la vela a un estante y leyó los lomos con curiosidad, la mayoría tenían títulos extraños como: “Magia espiritual para combatir czernies y humanos”, “Los secretos del mundo de las tinieblas” o “Aplicaciones de la sangre humana en los rituales”. El último le llamó la atención y la horrorizó por completo al imaginarse a un humano desangrándose en medio de un pentagrama como decían sus compañeros del orfanato. Mientras más bajaba, encontraba títulos más oscuros que le dejaban la piel helada y el sentimientos de que su hermano en verdad era un loco como decían sus padres.
     —Manual para introducir demonios al alma.
     Neeve saltó del susto al escuchar el título del libro que estaba viendo. Era Emory que estaba detrás de ella con una vela pequeña encendida, miraba con seriedad a su hermana y estaba a punto de decirle algo cuando ella interrumpió:
     —¿Quién necesita un manual para introducir demonios? Es súper básico. Es como si necesitaras un manual para comer cereales —dijo Neeve con tono sarcástico para camuflar su nerviosismo. 
     —No te gustaría leer uno de esos títulos, no tienes la preparación y si lo haces terminarás sin mente —dijo Emory como si lo que dijera no fuera para nada extraño—. Te dije que el ático estaba prohibido.
     —Eres mi hermano, no nuestro padre —bufó con valentía.
     —Pero vives en mi casa, Neeve.
     Neeve se asustó, aquello había sonado mal, pero era su oportunidad para preguntarle qué hacía ahí y quería saberlo todo acerca de las cenizas y el estilo de vida de las personas que habitaban en Dryden.
     —Ya que estamos hablando de eso, quiero que me digas qué hago aquí porque sé que algo me ocultas. Y quiero saberlo todo.
     Emory sonrió de lado, divertido por las palabras de su hermana.
     —Bien, te lo diré, pero una vez que lo sepas jamás saldrás de Dryden.
       




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