Era una pacífica noche en Boston. Cubierta por un manto de estrellas los suburbios de la ciudad se encontraban en una calma que las caracterizaba, lejos del bullicio y al ajetreo del centro. Todas las casas estaban a oscuras y los residentes ya se habían ido a dormir. Pero, como siempre ocurre al inicio de toda historia, existen excepciones. En una de estas residencias aún se veía algo de actividad.
La casa en cuestión parecía vacía a excepción del hombre sentado en el sofá del living. Debido a la profunda oscuridad que lo rodeaba, apenas era capaz de divisar su propia mano justo frente a su cara. Había llegado a la ciudad ese mismo día con la esperanza de encontrarse con una conocida pero ya era casi la medianoche y no había recibido ninguna señal de esa persona.
Empezaba a impacientarse, no era seguro para él permanecer en la ciudad por mucho más tiempo. Decidió esperar hasta las doce y si no llegaba para entonces se iría. Miraba constantemente su reloj de pulsera, haciendo un gran esfuerzo por ver en la oscuridad reinante y esperando a que llegara la hora. Finalmente el reloj marcó la medianoche y alguien empezó a golpear la puerta de la casa.
El hombre se levantó rápidamente y abrió la puerta de un solo movimiento. La oscuridad le impedía divisar del todo a la pequeña figura que se encontraba en la puerta pero no necesitaba mirarla para saber que finalmente había llegado la persona que había estado esperando todo el día.
-Llegas tarde- gruñó el hombre.
-Me he retrasado más de lo que creía, tuve que dar muchas vueltas para evitar que me detecten. Da gracias que he llegado- le contestó la figura.
Tras dar un rápido vistazo al interior la figura exclamó.
-¡Por el Creador! ¿No eres siquiera capaz de prender las luces?
El hombre gruñó en señal de protesta como si pensara que demasiadas luces le traerían problemas. Aún así las prendió de mala gana.
La figura resultó ser una pequeña niña que no aparentaba tener más de 15 años. Su cabello largo, negro como el carbón, estaba recogido en una trenza y sus ojos, igualmente negros, miraban fijamente al hombre.
Del otro lado de la puerta se encontraba un hombre que aparentaba ser muy viejo. Con un pelo y unos ojos del mismo tono de negro que la niña pero ya sin la misma fluidez ni brillo se veía contrastado por una barba que pareciera que podría desencadenar una discusión acerca de si era más negra o gris.
-Eso esta mucho mejor- dijo la niña- ¿Vas a dejarme pasar ahora?
-No es mi casa así que haz lo que quieras- respondió el viejo de mala gana.
Aún así se apartó para dejarla pasar.
Ahora iluminada por la luz la casa no parecía gran cosa en comparación con las demás del barrio. Un pequeño living con un sofá, una chimenea y un televisor sin demasiada decoración a excepción de media docena de fotos en el marco de la chimenea en las que se observaba una joven y feliz pareja con su hijo recién nacido. La niña se quedó un momento mirando las fotografías.
-Los dueños de la casa están de vacaciones- dijo el viejo- No creo que les moleste que la pida prestada por una noche.
La pequeña hizo como que no le prestó atención y se sentó en el sofá. Desde que la niña había llegado el hombre se encontraba ante una gran tensión. Tenían que encargarse de la razón por la que se habían encontrado lo antes posible antes de que sus perseguidores los alcanzaran.
-¿Y bien?- preguntó- ¿De que querías hablar?
-¿Ah? Directo al punto ¿verdad?- le contestó la niña con una sonrisa pícara en el rostro. Ella era experta en irritarlo.
Al parecer el hombre debió de enojarse mucho porque la niña soltó una pequeña risa.
-¡Paciencia, paciencia!- exclamó- Todavía falta que se nos sume otra persona.
Esto desconcertó al hombre.
-¿Otra persona?- preguntó- ¿Quién? ¿Cuándo llegará?
La niña lo pensó un momento y contestó.
-No te diré quien es y llegará cuando tenga que llegar- dijo con una voz que hacía parecer que no cambiaría de opinión- Mientras esperamos ¿por qué no me preparas algo de café? ¡Estoy cansada!
El hombre estaba a punto de estallar pero era consiente de que era imposible discutir con ella. No importaba lo que hiciera nunca sería capaz de convencerla. Decidió seguirle el juego, al menos de momento, y se dirigió a la cocina.
La cocina-comedor de la casa no era precisamente grande, apenas una mesa con cuatro sillas y un espacio con todos los objetos básicos para ser considerado una cocina: microondas, horno, platos, cubiertos de todo tipo y, por supuesto, una cafetera. No podía faltar en ninguna casa una forma de hacer un buen café. El viejo siempre había sido un experto en preparar esa energética infusión pero no se llevaba bien con la tecnología moderna.
Tras unos diez minutos finalmente logró entender como funcionaba y tuvo dos tazas de café listas en un momento.
Volvió a la sala donde la niña se encontraba haciendo zapping entre los canales sin detenerse en ninguno. El hombre se le acercó y le entregó una de las tazas.