La última lección del viejo

CAPITULO XI

CAPITULO XI

 

Doña Constantina, Doña Clementina y Constanza salieron rumbo a la casa de Doña Ramona, una vez concluida su afable conversación y haberse puesto de acuerdo con el enmarañado plan de sacar a la roba marido del pueblo.

— ¿Por qué no paramos a ver las flores del jardín de Don Romero y Doña Florentina?, tienen el jardín muy bonito. — preguntó una adolorida Clementina.

—Te dije que no vinieras Clementina que el viaje era largo. — Doña Constantina habló mirando de reojo a Clementina.

—No, no, yo no estoy cansada es que solo quería ver el jardín. ¿Constanza no te quieres parar a ver el jardín?

—No Doña Clementina, ya llegamos y quiero contarle a mi prima lo que planeamos hacer.

—Tina, en verdad necesito parar, me duele mucho las várices. —Doña Constantina se paró en seco y suspiro fuertemente.

— ¡Qué el señor todopoderosísimo me dé paciencia contigo Clementina!, te lo dije, te dije que si teníamos que parar te dejaba atrás y tú que dijiste, "no, te prometo que no me voy a quejar"— se burló Constantina—Ahora o caminas o, te dejo atrás

— ¿Qué le parece Doña Constantina, si la dejamos sentada en ese tronco y nosotras seguimos? No falta mucho ya, es donde está ese cartel y que Doña Clementina cuando se mejore nos alcance.

—Me parece una excelen... —Constantina se contuvo en seco al divisar de lejos a alguien. — ¿Ese no es el padrecito Javier? — miraron las dos mujeres restantes a lo lejos. —Sí, ese es el padrecito Javier, vamos rápido así lo podemos alcanzar. Camina Clementina, aprieta los dientes si es necesario pero tenemos que llegar. — Constantina agarró fuerte el brazo a su amiga que sentía que le iban a estallar las piernas— Aguanta dolor Clementina. Aguanta dolor.

— ¡Padrecito Javier! —gritaron dos de las tres mujeres que venían corriendo y respirando agitadas, mientras que la tercera venía pálida, con los ojos semi-cerrados y casi sin respiración.

— ¡Hijas mías que sorpresa verlas por acá! ¿A dónde van corriendo de esa forma? Y Doña Clementina ¿Qué le pasa? ¿Se siente bien?

—Padrecito. — empezaron a hablar Doña Constantina y Constanza al unísono. —Déjame hablar a mí Constanza. — dijo Constantina a lo que Constanza accedió. —Padrecito, nosotras veníamos a hablar con Doña Ramona con referente a un tema y una vez se confirme con Doña Ramona lo que pretendemos hacer, le íbamos a ir a hablar el domingo después de misa pero ya que está cerca de la casa de ella, le pido padrecito que por favor nos acompañe y así le podemos hablar a los dos juntos.

—Bueno Constantina, entre tu respiración entrecortada y ese cúmulo de palabras no entendí nada. Lo único que entendí es que van para lo de Doña Ramona ¿verdad? Y que bueno hijas porque yo me dirijo para ahí también, así que sigamos caminando porque no tengo todo el día.

Llegando al fin a la casa de Doña Ramona, la encontraron justamente en los escalones de madera que daban a la entrada, llorando en un silencio doloroso, con su rosario en mano y su relicario de santa Rita de Casia, patrona de los matrimonios descompuestos.

— ¡Prima! — gritó alegremente Constanza yendo corriendo a abrazar a Ramona—Mira a quien te traje, vamos a hablar juntos de la idea que se le ocurrió a Doña Constantina que te va a sacar todo el peso de encima. — Ramona levantándose con ayuda de su prima, miró al padrecito Javier que venía con una sonrisa a saludarla.

—Hija mía pero, ¿sigues llorando?, te vas a enfermar como sigas así. — Le dijo con todo cariño el padre.

—Hay padrecito no puedo más, me quiero morir. — lloraba desconsoladamente Ramona abrazada del padre que todavía estaba en el primer escalón.

—Ya hija, ya va a pasar este dolor, Dios en su eterna misericordia no nos abandona y menos en los peores momento. Y él está contigo hija en estos momentos, solo ten fe.

Luego de eso, llegó Doña Clementina remolcada por Doña Constantina, ambas se tiraron a los escalones como si hubieran terminado un triatlón.

— ¿Por qué no pasan y se refrescan? — Alcanzó a decir Ramona, ante esa imagen risible de las dos Doñas tiradas en los escalones, todas sudadas, haciéndose fresco con las carteras, con las piernas abiertas y los vestidos a mitad del muslo, como si no hubiera nadie que las pudiera ver.

—Pasamos. — les dijo el padre a las mujeres con cara avergonzada. Como pudieron, ambas mujeres entraron casi arrastro.

Luego de un buen descanso y refrigerios, Constanza comenzó la conversación.

—Prima, padre, me gustaría que escucharan lo que Doña Constantina les quiere decir.

—Sí. —dijo Constantina carraspeando y acomodándose en el sofá— Doña Ramona, Padre, lo que estuvimos pensando Constanza, Clementina y yo, es sacar del pueblo a Violeta la viuda. No podemos aceptar que mujeres usurpadoras y adulteras permanezcan entre nosotros que somos gente decente, de buen corazón y trabajadores. Dejar esa mujer, sería dar un mal ejemplo a todos, por eso pensamos que sacarla del pueblo entre todos escarmentaría, no solo Violeta, si no también aquel o aquella que piense cometer semejante pecado.

Ramona emitió después de largas y tortuosas semanas una sonrisa de satisfacción. Sí, Dios entre todos sus quehaceres la escuchó, escuchó a esta humilde sierva e hizo el milagro, van a sacar a esa mujer del pueblo.

— ¡Doña Constantina, gracias, gracias por pensar en esta sufrida esposa que lo único que hace es llorar!

—Claro Doña Ramona, para eso estamos, para unirnos y protegernos ante cualquier ser pecaminoso y descarriado que Dios nos ponga en el camino.

— ¿Y cuándo sería?, ¿cuándo la echaríamos? — preguntó Ramona feliz.

—  Una vecina amiga Doña Carina, está en estos momentos hablando con todos, esperamos que para el domingo estén todos convencidos y cuando el padrecito Javier lo determine, la echaríamos de aquí a que vaya a ser adultera a otro lado.



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En el texto hay: drama, historias, lecciones de vida

Editado: 01.09.2020

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