Los pensamientos acerca de Alex eran constantes, estaban completamente llenas de pena.
La mañana había llegado como un rayo. Quería verlo… hasta que el doctor llego.
Muy temprano por la mañana coloco otra dosis de antibióticos y dio orden a una enfermera para que le trajera algo de comer a la chica. La madre por su parte estaba completamente atenta de todo. Pero el medico tampoco quería revelar alguna información necesaria para aliviar la preocupación de Aleisha.
—Doctor, mi novio… ¿está bien?
—Hablas del chico que también recibió un impacto de bala.
Ella asintió con la cabeza.
—Estamos haciendo lo posible… fue lo único que dijo….
Ana estaba más preocupada por las cosas que decía el doctor que por la pierna de su hija, que por otra parte estaba bien, no iba a ser como la de antes y le costaría caminar al principio. Pero luego tomaría forma nuevamente.
Ahora Alex era un tema profundo y complicado.
El solo pensar que podía morir, le daba angustia.
Como se iba a sentir su hija cuando supiera que estaba moribundo, se iba a devastar, como nadie.
—¿Puedo verlo…?
El doctor pensó un poco, estaba valorando las opciones que tenía para ello.
—Posiblemente, pero ahora en este momento no. Tiene que esperar algunos días.
—Doctor, por favor déjeme verlo.—Explico Aleisha que estaba preocupada.
—Va en contra de las reglas.
—Doctor. Por favor… hágame ese grandísimo favor. Se lo suplico, es la persona que…
El doctor vio el sufrimiento de la chica, y aunque era una violación de las normas hacer lo que iba a hacer. Tampoco tenía una escapatoria de aquellos ojos de niña que le suplicaban ver a su amado. Él también era humano, sentía que era el amor. Entonces le dio una mínima oportunidad.
—Solo por cinco minutos… luego te traeremos de vuelta.
—¡Si! Solo eso me basta, quiero verlo…
Entonces el doctor, llamo a un camillero, Ana estaba sorprendida de la tenacidad de su hija, nunca había visto que alguien se saliera con la suya en un hospital.
El camillero entro con una silla de ruedas y ayudaron a ponerla en ella, Aleisha también sentía un poco de dolor en la rodilla. Pero tampoco iba a flaquear, él no lo había hecho con ella.
Tampoco lo había abandonado. Tampoco le había dejado sola.
Entonces ella tampoco lo iba a hacer ahora, cuando él la necesitaba.
Directamente el camillero la guio hasta la camilla en donde estaba Alex, un cuarto en el piso de los intensivos. Estaba completamente aparte de los demás pacientes.
Eso significaba que era malo.
Ella mejor que nadie conocía aquellos lugares, solo se los guardaban a la gente que estaba a punto de morir.
Respiro hondo para calmarse.
Abrieron la puerta, allí estaba el. Tendido en una cama, mientras que dormía placenteramente.
Tenía tubos que conectaban a sus pulmones. Ondas por todos los lados, y conectado a una bombona que le permitían respirar.
Estaba grave.
Su condición era precoz.
Ana se contuvo de llorar cuando lo vio.
El camillero la arrastro hasta donde estaba la camilla y la dejo a un lado. Se fue inmediatamente afuera de la sala. Era un momento personal. Él lo sabía muy bien.
Ana se aseguró que no le faltará nada. Y también salió, para que su hija hiciera lo que tenía que hacer. El tiempo corría, ella no tenía todo el día para estar allí con él. Aunque lo quisiera.
—Alex…—Susurro— tienes que recuperarte. Tienes que levantarte de la camilla para ir a ver películas conmigo…—Ella entrelazo sus dedos con los de Alex, su cuerpo estaba rígido y frio— tienes que levantarte una vez más y hacerme reír.—Rompió en llanto, las lágrimas salían de su ojos cada vez que decía una palabra— Alex te amo… te amo… y no te voy a dejar solo. Te lo prometo—Jadeo— te lo prometo. Nos vamos a casar solo levántate de esa cama. Solo escúchame.
Entonces imagino la cabaña: recordó que Alex le dijo algo que no tenía mucho sentido. Pero se le venía a la cabeza con nitidez y claridad.
“Las cosas a veces se desdibujan” entendía en parte, lo que quiera decir. Pero tampoco tenía que ser así, quien lo decidía un destino cruel que escribe con tinta llena de sangre.
—Alex. No te atrevas a morir porque entonces no te querré más. Entendido.
En eso Alex se movió. Ella se sorprendió. Sus manos se apretaron, parecía que acariciaba con menos fuerza de lo común, una fuerza tan pequeña como el aleteo de una mariposa, así apretaba las manos de la chica. Y en su cara por debajo de la mascarilla de oxígeno. Parecía que se esbozaba una sonrisa tierna.
Lo estaba escuchando.
—¿Alex me escuchas…?
El apretó las manos con suavidad y escasas fuerzas…