La Venganza de Luna y Sol

11: "El principio"

    Fuego me observa fijamente al otro lado de la mesa del restaurante mientras como, poniéndome incómodo. Intento ignorarlo, sin éxito.

    — ¿Podrías dejar de observarme? — Le pedí con brusquedad, alejando la comida de mi boca.

    Frunció el ceño, pero al final miró a través del vidrio a su lado.

    Mastico mi comida lo más rápido posible, no muy contento con la situación. Preferiría estar por mi cuenta, haberme alejado de él luego de obligarlo a decirme lo que sabe, pero hice una promesa.

    Comienzo a preguntarme si fue una buena idea. Luego de lo que me contó la noche anterior en la calle, bien podría haber buscado otra forma de averiguar el resto. Deben de haber más criaturas en esta tierra que podrían llegar a saber algo, y estaría bastante dispuesto a leer mito tras mito, buscarlas e intentarlo, pero es un poco tarde para eso ahora. Me siento bastante estúpido, pero por otro lado; no sé si podría sobrevivir a un encuentro con el Árdigan sin Fuego protegiéndome.

    Le miré de soslayo mientras me llevo a la boca el último trozo de hamburguesa. Por mucho que me gustaría seguir investigando yo solo, no puedo negarme a mí mismo que tenerlo cuidándome hace que esté más tranquilo… Sin embargo, no debo bajar la guardia.

    Suspiré sonoramente y alejé la bandeja vacía de mí, captando su atención. Volvió a mirarme en silencio, impaciente y claramente de malhumor.

    — Lo siento por tener necesidades humanas comunes, señor inmortal.

    Frunció el ceño. — No debes disculparte por eso.

    Debo recordarme a mí mismo que él no comprende bien el sarcasmo. Le observé ponerse de pie y comenzar a caminar hacia la salida, pero se detuvo en cuando notó que sigo sentado y me miró de una forma no muy amigable por encima del hombro. Me levanté lentamente, haciéndolo exasperar. Él es el que quería protegerme y no perderme de vista después de todo, y se atendrá a las consecuencias.

    Caminamos en silencio hacia la calle e inmediatamente él rodea el auto, dejándome al volante. Cuando desperté en la mañana, lo hice con un montoncito de ropa y una mochila a mi lado esperándome. Todas las prendas eran negras, incluso las medias, pero me sorprendió más el simple hecho de que él me diera ropa. Me instó a bañarme y entonces me obligó a llevarlo al auto que había abandonado en un callejón hace una semana. Luego, me arrastró hacia este restaurante de comida rápida con la excusa de mis “necesidades humanas”, como él lo había llamado.

    En todo este tiempo, aún no me dijo ni una palabra sobre qué es lo que planea hacer ahora. Yo le prometí mi cooperación para hacerle la tarea de protegerme más fácil, pero lo hice a cambio de que él no me privara de saber lo que está sucediendo y lo que sea que vaya a hacer luego… Aunque ahora que lo pienso, yo fui el único que hizo una promesa.

     Movió su mano frente a mi rostro unos segundos después, ya que me quedé inmóvil con las manos en el volante y en la ignición.

    — No me dijiste a dónde se supone que debo dirigirme. — Le contesté entonces.

    — Sólo conduce, ¿Quieres?

    — No leo mentes. — Le repliqué encendiendo el motor. — ¿Y por qué no conduces tú en todo caso si tanto te fastidia? — Giré el rostro para observarlo, pero él miró rápidamente hacia la ventana. — No me digas que no sabes conducir. — Le digo con diversión, sigue sin responder. — ¿Enserio?

    — Nunca lo necesité, y técnicamente sigo sin hacerlo.

    No repliqué, pero sigo sonriendo mientras pongo el automóvil en marcha.

    Él mira por la ventanilla a medida que dejo calles y calles atrás, pero no me dice nada. Comienzo a impacientarme, le miré de reojo de vez en cuando pero no logré descifrar nada haciéndolo, así que me concentré en el camino, decidiendo qué calles tomar de forma aleatoria.

    — Fuego, no puedo conducir así para siempre, necesito que me digas a dónde ir. — Le dije algunos minutos después, revisando los espejos.

    — Ve hacia una carretera para salir de la ciudad, escoge la que quieras. — Finalmente me dice con un gruñido, moviendo su mano mientras habla.

    — Está bien… — Susurré poniéndome en marcha. Recuerdo vagamente el camino a una carretera, al oeste de la ciudad, gracias a carteles callejeros que leí en mis recorridos inútiles por la ciudad para recabar información. Luego de algunos giros, reconozco una calle principal y recuerdo el camino. Miré rápidamente a Fuego de soslayo una vez más. — Fuego.

    — ¿Qué? — Le escuché decir sin emoción.

    — ¿Qué haremos ahora? ¿Cómo…?

    — Estoy barajando algunas posibilidades, aún no lo sé. — Me interrumpió, asentí lentamente en silencio. Se volteó hacia mí. — La opción más lógica es rastrear a Luna, pero nadie la vio ni sabe nada de ella desde hace trescientos años.

    — ¿Dónde la vieron por última vez?

    — Se dice que en una taberna grustral, pero no es seguro que haya sido ella. Si vamos por ahí e intentamos rastrearla no será fácil. —Sigue con la mirada mis manos en el volante.

    — Quizás no debamos rastrearla nosotros. — Me aparté el pelo de la cara con un movimiento rápido. — ¿Y si una Fyzha lo hace? — Le miré alzando una ceja, pero no puedo descifrar su expresión.

    — Hiciste tu pequeña investigación, de acuerdo. — Cedió con un movimiento de su mano. — Así que sabes perfectamente que son criaturas extremadamente inteligentes pero también muy reacias a ayudar a un Dios.

   — No tendría por qué ayudar a un Dios. — Le contesté con obviedad. — Sino a un humano.

    — No. — Me respondió de inmediato.

    — ¿Por qué no?

    — Porque no. — Abrí la boca para replicar. — Son peligrosas, incluso con los humanos, y de todas formas intuirá que estás relacionado conmigo y podría hacer cualquier cosa, tendrías suerte si lograra salvarte con sólo unos pedazos no tan vitales faltándote.

    — Muy bien. — Le cedí con resignación. — ¿Qué otra idea se te ocurre?



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En el texto hay: misterio, mitologia, romance

Editado: 08.05.2021

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