—¿Qué dijiste? —preguntó Nicolás bastante sorprendido. Se esperaba cualquier cosa menos semejante confesión.
—No lo repetiré, Nick. No seguiré alimentando tu ego.
—No se trata de mi ego, se trata de...
—¡No! —lo interrumpió con un grito—. Ya estás bien, volveré a la mesa y no volveremos a hablar del tema.
—Pero… —su frase quedó interrumpida cuando Lexie abandonó rápidamente la cocina.
En silencio siguieron todos cenando pero se sentía un poco la tensión, nadie se atrevió a preguntar nada respecto a los golpes de Nick ni al grito repentino de Lexie. Ya cuando estaban a punto de irse, Mary detuvo a Lexie y sin que nadie más se diera cuenta le contó unas cosas que la alertaron.
—¿Qué está ocurriendo con Cielo? —preguntó la señora con cara de preocupación.
—¿Por qué? ¿Ha pasado algo?
—Está muy decaída, no tiene esa energía que tanto la caracteriza y además, parece estar enferma del estómago, en la tarde estuvo vomitando.
—¿Vomitando? —Lexie volvió a preocuparse, Cielo casi nunca vomitaba—. No lo sé, Mary, en la clínica dicen que es un simple resfrío pero yo no sé si creer eso.
—¿No has buscado una segunda opinión?
—No, creo que esperaré un poco. Si no mejora en unos días la llevaré directamente con un pediatra.
Luego de esa pequeña conversación, se dirigió con sus hijos a su hogar. No sabía por qué, pero ese día se sentía realmente cansada y lo único que quería era darse un baño de espuma para luego irse a dormir.
Al llegar, la pequeña se había quedado dormida en el auto por lo que tuvo que cargarla hasta el departamento, aumentando así la tensión en sus músculos. Ya dentro, lo primero que hizo fue ir a acostar a Cielo. Mientras le ponía el pijama observó que tenía un par de hematomas en la piernas y se preguntó cómo se los pudo haber hecho, recordaba que Adán se lo pasaba cayéndose y con heridas y supuso que la pequeña había heredado lo mismo. Después de todo, los niños eran bastante descuidados al jugar a esa edad.
Luego de salir de la habitación de la pequeña, se dirigió a su baño y echó a correr el agua. La tina demoraría un poco en llenarse por lo que salió a buscar unos aromáticos y otras cosas que le gustaban. Se sorprendió al ver a su hijo sentado en su cama, parecía estar esperándola para un interrogatorio.
—¿Qué le pasó a papá? —habló antes de que ella le pudiera preguntar qué hacía ahí, Lexie dudó entre si decirle o no ya que no quería involucrarlo en algo así—. Dijiste que ya estaba grande y que siempre me contarías la verdad.
«Touché».
—No fue nada importante… —comenzó a decir, ¿cómo le explicaría a su hijo que besó al mejor amigo de su padre?—. Tuvo una pequeña pelea con Tyler.
—¿Fue por ti?
—¿Qué? ¿Por qué dices esas cosas?
—Porque vi cómo se molestó ese día en que llegamos y tú estabas con el tío Tyler. ¿Sabes algo? Yo sé que tienes todo el derecho a rehacer tu vida, sobre todo después de lo que te hizo papá pero no me gustaría que fuera con él. Yo lo quiero mucho porque es mi padrino pero sé que te haría sufrir mucho y no quiero verte sufrir nunca más.
—Tranquilo, somos solo amigos. Además, ya descarté cualquier posibilidad de estar con alguien, prefiero dedicarme a ustedes y eso me hace mucho más feliz. ¿Eso te deja más tranquilo?
—En algún momento te volverás a enamorar, mamá.
—Lo dudo mucho —intentó parecer firme pero su voz se quebró completamente.
—Eso dices ahora —Adán se acercó y le dio un pequeño beso en la mejilla—. Ahora te dejo con tus aromáticos. Buenas noches.
—Duerme bien, te amo.
—No creo que más que yo a ti.
Con una sonrisa en el rostro, volvió a entrar al baño; hacía mucho que su hijo no le decía esas cosas. Cuando era más pequeño solían hacer esa competencia de quién amaba más a quién pero eso había acabado años atrás. Cerró la llave de agua, se comenzó a desvestir y entró lentamente a la tina ya que el agua estaba bastante caliente. Una vez dentro, todos sus músculos comenzaron a relajarse, definitivamente eso era lo que necesitaba. No había nada que un baño caliente no solucionara.
Intentó poner su mente en blanco, olvidar el beso con Tyler, el beso con Nick y las confesiones que últimamente le había hecho; quería olvidar todo por un momento. Al cabo de un rato, ya no pensaba en esas cosas y de la nada apareció algo en su mente que no se esperaba.
«Gianluca Maccioni —pensó—. El maldito no puede estar más bueno y yo que tengo que odiarlo. No podían haber contratado a algún anciano sin ninguna gracia.»
Si se concentraba, aún podía sentir el contacto con sus brazos cuando él evitó que se cayera. Al cerrar los ojos, se encontró con los de él; esos verdes y grandes ojos que la miraban al parecer sorprendidos. Le echaba unos treinta años pero fácilmente se podría decir que tenía menos, por su cara no parecían avanzar los años.
—¿En qué estás pensando, Alexia? —se preguntó a sí misma, regañándose—. ¡Por Dios! ¿Dónde tienes la cabeza?
Decidió salir del agua cuando vio que su piel comenzaba a arrugarse, se puso el pijama antes de cepillarse los dientes y hacerse una trenza para que su cabello no amaneciera hecho un desastre por la mañana.
A pesar de haberse dormido muy relajada gracias al baño, sus sueños no siguieron el mismo camino y despertó llorando y gritando cerca de las cuatro de la mañana debido a una pesadilla.
En el sueño estaba durmiendo en un sillón muy incomodo sin entender cómo llegó ahí. A medida que fue abriendo sus ojos y estos se iban acostumbrando a la luz, pudo ver que todos a su alrededor vestían de color negro. El lugar estaba lleno de flores y eso la hizo comprender un poco dónde estaba. Vio que ella también iba vestida con ropa negra y al tocar su rostro lo sintió muy húmedo; claramente había estado llorando.
Se puso de pie y se dirigió a la pequeña urna que estaba en el centro de la sala y el grito desgarrador que dio al ver quién se encontraba dentro fue horrible, era Cielo. De pronto aparecieron Nick y Adan con la misma cara destrozada que ella creía tener pero lo que no se esperaba era que ambos la apuntarán con el dedo y le dijeran: ¡Todo esto es tu culpa, tu la mataste!
Editado: 11.08.2020