La tierra de Mystidia llevaba tiempo sumida en una profunda oscuridad, tan sólo las piedras candelas proporcionaban la luz que protegía los enclaves de las diferentes razas de los monstruos que en ella se encontraban. Tanto humanos, ogros, elfos y enanos contaban con un mago rojo o de fuego que se encargaban de cargar esos orbes protectores ubicados en la frontera con la oscura y amenazante línea que delimitaba la zona segura. Los orcos en su mayoría vivían en las tenebrosas cavernas, aunque se rumoreaba que contaban con una aldea llamada Grozdor, oculta en la vasta extensión de los bosques.
Al suponer un riesgo el vagar por el continente, la comunicación entre los diferentes pueblos era complicada. Tan sólo los «exploradores de las tierras oscuras» lo hacían o en muy contadas ocasiones. La visita de representantes de otras aldeas, protegidos por soldados, y suponía la oportunidad de recibir noticias del exterior.
Mealla era una de esas «exploradoras de las tierras oscuras» y residía en Vidimus, una aguerrida y fornida mujer curtida en el combate contra monstruos, en las inseguras arboledas exteriores que vestía con el típico atuendo de cuero. Su aspecto reflejaba una edad de no más treinta años de piel blanca, era una mujer de apariencia normal, con cabellos y ojos negros. Su expresión por lo general denotaba una gran seguridad en sí misma y no es que le faltara compañía femenina si le apetecía buscarla o incluso se le ofrecían gustosas algunas veces. Se hallaba en la taberna, tomando una cerveza a solas en una mesa, mientras observaba a su alrededor a sus conciudadanos. Con los del género contrario, no se relacionaba en exceso, por el temor que instigaba su mera presencia; cosa que le agradaba al no sentirse muy cómoda con gran parte de ellos.
Una campana empezó a escucharse en el exterior y todo el mundo se puso en pie de inmediato, se les reclamaba para defender el perímetro de una amenaza que supera a la guardia fronteriza. Agarró con presteza su espada y fue la primera en dejar el local, mientras el resto aún digería lo que sucedía entre temerosas conversaciones.
Al llegar a su destino, no tardó en percatarse del motivo de la petición de ayuda. Varias docenas de guerreros del ejército oscuro se enfrentaron a los soldados que lo custodiaban. No tardó en reconocer a uno y se apresuró a echarle una mano. Se trataba de un hombre de unos cincuenta años, de aspecto rudo y endurecido por su vida militar.
No le da vergüenza a todo un capitán de la guardia, ¿el verse en apuros por tan poca cosa? —preguntó al interponer su espada entre él y su contrincante.
Los soldados del ejército oscuro, eran similares a la raza de los ogros. Aunque irracionales y de una limitada inteligencia. De piel verde y con una escasa armadura que consiste más en algo para intimidar que de protección, se trataba de simples tiras de pellejo adornadas con huesos complementadas con unas botas del mismo material con un par de afilados colmillos en la punta. Por la contra, los defensores cotas de malla bajo una resistente pieza de cuero endurecido idéntico al suyo.
¡En lugar de fanfarronear a costa de nuestras dificultades!, ¿qué tal si te unes a nosotros? —le recriminó el hombre.
Pensaba que eso estaba haciendo, Fragan —interpeló sonriendo. Mientras se deshacía del corpulento enemigo con suma facilidad y seccionaba su cabeza.
Seguiremos la misma estrategia que de costumbre, yo los atraigo y vosotros os encargáis de ellos por la retaguardia —indicó ya con expresión seria al soldado.
Dejad a esos blandengues y venir a por mí, sé que os gustan las contrincantes que os lo pone difícil —gritó a los invasores.
Obtuvo lo que pretendía y logró su atención al ir todos hacia él, se había acostumbrado a ese tipo de enemigo y no le costaba evitar sus movimientos, contraatacaba con una certera estocada que terminaba con la vida de su rival. No tardaron en comprender que cayeron en una trampa, al verse incapaces de imponerse ni ante el explorador o los guardias que los acosaban por la retaguardia. Fueron cayendo uno tras otro hasta quedar el último, que pereció atravesado por las armas de todos a la vez.
No sabes lo bien que nos iría alguien con tu habilidad en el puesto fronterizo, ¿no puedo convencerte para que aceptes unirte a nosotros? —ofreció por centésima vez el capitán al quedar como siempre atónito ante su forma de luchar.
Mealla no respondió al momento, antes limpió su espada y la envainó en su funda.
Soy una exploradora de las tierras oscuras, Fragan —sentenció al igual que otras tantas veces— Me sentiría atrapada en un empleo como este a diario, necesitó la libertad de vagar por los bosques del exterior —terminó concluyendo.
Atravesaron la frontera varios soldados enemigos que les hizo ponerse en guardia, aunque les siguieron otros elfos que los combatían y que tras dar fin de los mismos. Guardaron sus armas sin hacer caso a los humanos.
Lamento el inconveniente que os haya causado mi comitiva, tropezamos con ese grupo que no pudimos esquivar y nos vimos obligados a combatirlos —informó el encargado de la misma, que blandía su espada aún ensangrentada al penetrar en la luz.
Mealla no tardó en reconocer a Volodar, su amigo diplomático de la aldea élfica de Imathaes. La única en esta vera del lago del olvido, junto a las tres humanas. Justo cuando se disponía a saludarlo, los interrumpió, la llegada tardía del resto de aldeanos armados, algunos con simples herramientas de trabajo. El elfo, al igual que todos los suyos, poseía una belleza natural que no apagaba el transcurrir del tiempo. Al ser seres inmortales y no poder morir de viejos o por enfermedad, tan solo a causa de las heridas en el combate.
Editado: 23.05.2024