Sonaba como pólvora, pero no lo era.
Hacía parte de ese juego de maldiciones,
ese que se juega con las almas de la gente.
Ese juego que era tan delicado como sencillo.
El olor a pólvora invadió las calles
llevándose la amargura de montones,
y la dulzura de muchos más.
El juego de los fierros que cada tanto se daba allí,
maldito sea porque no es pertinente, sutil,
ni siquera divertido...
Nadie dijo nada, siguieron las instrucciones del libreto de siempre...
...Estar envueltos total, completamente,
En el miedo