Cristian supo que algo había pasado aún antes de levantarse y mirar el rostro preocupado de su madre.
Esa madrugada había vuelto a tener la misma pesadilla de la vez que encontraron muerto a Jefferson Santos y a Brandy Bernal. En esas ocasiones no había dado mucha importancia a las pesadillas, pero esa vez se convenció de que el asunto estaba relacionado con todo. Con ellos.
Se levantó a las ocho de la mañana, cuando el sol había calentado lo suficiente la lámina que imposibilitaba seguir durmiendo. Era sábado, de manera que estaba permitido levantarse más tarde lo normal. Cuando despertó agitado por la pesadilla, eran las cuatro de la mañana. Tras una media hora despierto, sospechando que tras la pesadilla había algo importante, volvió a quedarse dormido.
No pensó en el mal sueño hasta que, tras ducharse, bajó a desayunar. Su padre miraba un partido de fútbol en la sala, le pareció que se trataba de la Liga Premier Inglesa; escuchó el nombre de Chelsea en la voz del comentarista.
Su madre le sirvió huevos rancheros con crema y queso y se lo quedó mirando mientras comía. Cristian se sintió incómodo, no era una mirada acusadora o de escrutinio, sino una cargada de amor y dulzura, aderezada con preocupación.
―¿Pasa algo? ―preguntó.
―Otro muchacho ha muerto ―dijo su padre, que había dejado la sala y se había recostado con un hombro en el marco de la puerta.
«Otro», la palabra sonó como un pequeño gong en la cabeza de Cristian, un gong que avisaba de algo importante. «Otro Brandy. Otro Jefferson. ¿Irán tras nosotros?» Su rostro debió denotar el miedo y la duda, pues su madre corrió a abrazarlo y a decirle que nada iba a ocurrirle.
―¿Quién, cómo? ―preguntó.
―No tienes que saberlo…
―De todas formas, va a saberlo ―interrumpió Ethan Cáceres―. No olvides que vivimos en la era digital, Araceli. Incluso circulan fotos en las redes sociales. Lo asesinaron de dos disparos ―informó su padre―. El chico era Bernardo Rivas, hijo de Benancio Rivas, que fue candidato a la alcaldía las pasadas elecciones y principal contendiente en las que vienen.
―Lo recuerdo, a él y a su hijo, siempre en las ferias, tomando.
Lo recordaba. El señor Rivas era un tipo carismático que gustaba a la gente. El hijo tenía fama de prepotente, y se las creía de muy salsa. Tal vez lo habían matado por eso. En Aguasnieblas se mataba a la gente por menos que una mirada.
―Aún no se sabe dónde murió ―continuó su padre, serio―, pero lo encontraron al lado del parque, sentado en el asiento del copiloto de su propio auto. Tenía la espalda sucia y…
—¡Ethan! —chilló Araceli, interrumpiendo a su esposo.
—…embarrada de sangre y piedrecillas —continuó Ethan, ignorando a su mujer—, por lo que se supone que lo arrastraron por una calle de terracería hasta llevarlo al auto. Debieron quedar huellas de sangre en la escena, no me sorprendería que a esta hora ya sepan dónde lo asesinaron.
―¿Cómo sabes eso?
―Henrich me llamó.
―¿Por qué?, si tú no trabajas en la policía.
―No se descarta que los culpables sean los Cazadores ―dijo su padre.
―¡Ethan!
―Nuestro hijo ya está grande, Araceli, y fue víctima de esos perpetradores. Merece saber las posibilidades que se barajan.
―Pero es un muchacho…
―Tengo que tener toda la información ―intervino Cristian―. Tengo que saber a qué atenerme. ―Su madre lo miró con compasión―. ¿Significa esto que están tras nosotros, detrás de mí y los otros que fuimos secuestrados?
―Lo más seguro es que no ―dijo Ethan Cáceres―. Esos tipos tienen muchos recursos, y si fueran tras ustedes, ya hubieran cogido por lo menos a uno —Araceli se llevó una mano a la boca ante la crudeza con que hablaba su esposo—. Sin embargo, no se descarta la posibilidad. Henrich tiene miedo de que estén jugando a algún juego macabro, a algo que no podemos imaginar.
―¡Ya es suficiente, Ethan! ―exigió su esposa.
―Sí, bueno, mi idea no es meterte miedo Cris, mi idea es ponerte un poco al tanto de lo que ocurre, para que no andes tonteando por allí, y entiendas que si te damos pocos permisos para salir es porque te queremos y te queremos bien.
―Me muero si algo llega a pasarte ―lloró su madre.
―Nada va a pasarme, mamá.
Pero no estaba seguro. ¡Esas pesadillas! ¿Sería Elliam tratando de influir nuevamente en su mente? ¿Será que había fracasado su ritual anterior y ahora intentaba uno nuevo, con otras víctimas, lejos de ellos? De alguna manera, esa idea le resultó ridícula. Estaba casi seguro de que todo estaba relacionado con ellos, con los Elegidos.
―Tengo tarea que hacer ―dijo y regresó a su habitación.
Era verdad que tenía tarea, pero apenas podía concentrarse en nada que tuviera que ver con la escuela. La posibilidad de que los Cazadores fueran tras los Elegidos lo aterraba sobremanera.
Antes les arrebataron trozos de su cuerpo y los hicieron sentir miedo que calaba hasta la médula. ¿Serían las muertes de esos chicos una nueva estrategia para aterrarlos, para hacerlos parte de algún loco ritual? No lo sabía, pero las posibilidades eran muchas.