Antes de volver al hotel, Gregg Akins le pidió a uno de los guardias que había decidido quedarse con él que por favor le buscara una sastrería, pues para la noche de presentación de su reina ninguno de los harapos de sus maletas le serviría.
Waldo buscó y hasta la sastrería más cercana al joven llevó. Allí probó zapatos, pantalones, camisas y chaquetas. Compró las más apropiadas y posteriormente al hotel regresó.
— Pensé que hoy ya no volverías —le dijo Einar Steen abriéndole la puerta—
Intrigado por lo que había sucedido en el reencuentro de Aurora y Akins, el ex agente observó en los pasillos por si alguien más hubiese con el chico venido.
— ¿Aurora no vino contigo? ¿La viste?
— La vi.
— ¿Y qué pasó? ¿Qué es eso que traes?
— ¿Por qué haces tantas preguntas?
— Quiero saber.
— A mí Aurorita la dejé en su apartamento porque necesita descansar para su presentación de esta noche. Y esta es mi vestimenta para asistir a su obra. Fui a la sastrería para comprarme ropa. Escogí el traje más elegante que me enseñaron.
— Mmm… Ya veo. ¡Excelente! —exclamó el ex agente sentándose en el sofá, cubierto con una bata de spa y bebiendo un sorbo del té que había pedido—
Akins lo observó atentamente por un par de segundos.
— ¿Estás tomando té?
— ¿Qué no vez?
— El maestro Chung ya no está con nosotros, por lo tanto, ya no es necesario que finjas haber cambiado. Eres libre para emborracharte como antes lo hacías.
— Yo no he fingido nada. Soy un hombre nuevo. Y por mi sangre jamás volverá a correr una sola gota de alcohol.
Burlándose de las palabras del joven Steen, Gregg Akins resonantemente rio.
— ¿De qué te ríes?
— De ti y de tus tonterías.
— Pues entérate de una vez que no son tonterías. Tengo una hija y por ella soy capaz absolutamente de todo, ¿Sabes?
— ¿Tienes una hija?
— La tengo y es por ella antes que por cualquier otra razón que deseo volver lo antes posible a Alemania.
Pensativo, Akins negó con la cabeza.
— ¿Qué tenía esa chica en la cabeza para embarazarse de ti? —susurró—
— ¿Qué dijiste?
— Dije, qué tenía esa chica en la cabeza para embarazarse de ti.
— Ten mucho cuidado con tus palabras, principito Hasnan —advirtió poniéndose de pie— Esa chica tiene un nombre y es tu hermana melliza. Es la madre de mi hija y de tu sobrina.
— Mmm… ya he oído demasiado en segundos. Puedes guardar silencio y seguir tomando tu té.
— ¿Sabes qué? Creo que iré contigo a ver la obra de ballet de Aurora.
— ¿Qué dices imbécil? No te atrevas a seguirme. No necesito a una mosca molestosa como tú zumbando en mis oídos toda la noche.
— No iré para estar detrás de ti. No soy tu niñero. Iré a la presentación de Aurorita para disfrutar de una magnífica obra de arte escénica de Ballet.
— ¿Qué podrías saber tú de artes escénicas, ignorante? Mantente alejado de mí. Ah, y deja mis medicinas sobre la mesita de luz. Las necesitaré antes de salir —pidió alejándose para alistarse—
— Por supuesto que te las dejaré, no sea que vayas a arruinar con tus locuras la obra de tu pequeño ángel.
La tan ansiada noche para Aurora había llegado. Una noche que parecía haberse congelado en el tiempo, tal cual el más largo y profundo sueño de la Bella Durmiente, quién finalmente abriría los ojos ante una engañosa pero maravillosa realidad.
— Ojalá pudieras subir a bailar conmigo esta noche para que todo sea aún más perfecto —pensó en voz elevada lanzando un suspiro—
— ¿Qué dices Aurora? ¿A quién te refieres? —le preguntó una de sus compañeras del elenco que la había oído—
— Mi bello príncipe estará aquí esta noche.
Emocionada y con los ojos iluminados, Aurora dibujo una amplia sonrisa en su rostro, aunque prontamente se vio un tanto opacada ante una pregunta que vislumbraba una triste verdad que aquella noche preferiría ignorar.
— ¿Y quién es él? ¿Un novio que tenías oculto y vendrá esta noche a verte?
Alguien llamó a la puerta. Era uno de los gendarmes del Royal Opera House quién había traído un obsequio para Aurora. Ella la recibió de inmediato y bastó con ver la rosa roja para saber quién se la había enviado.
La pequeña tarjeta que traía adjunta estaba firmada por F.O., y Aurora nuevamente sonrió. Sus ojos habían recobrado el brillo y sus mejillas el rubor. Por todo el camerino correteó contagiando a Copito de Nieve toda su emoción.
Posteriormente, tomó asiento con la certeza de que el final feliz de su magnífica historia de amor no había muerto.
— Él lo recuerda todo. Yo sabía que podía oírme.
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Editado: 01.12.2024