La Voz De Un Sendero Entre Las Hojas

EL CIELO QUE LE PROMETÍ

De regreso a Essen, en un furgón alquilado, Akins, Waldo, y un par de guardias se marcharon mientras el resto para pasar desapercibidos, por separado y en buses se apartaron. Mirando a través de la ventanilla del coche, el chico se maldecía a sí mismo entre reproches hasta que una enorme publicidad ante sus ojos se expandía en la principal avenida de la ciudad.

— ¿Qué es eso?  ¿Qué necesidad tienen? ¿Cómo se atreven a exponer a mi angelito de ese modo? —saltó repentinamente molesto con voz elevada—

— Disculpe que se lo diga jefe, pero es lo que hacen las marcas publicitarias. Promocionan el producto junto con la imagen de la persona que han contratado, y usted ya sabía que la señorita Aurora es imagen de esa marca de perfumes. Lo más probable es que esa misma publicidad se encuentre en las principales avenidas de Berlín y de Múnich, por darle un ejemplo. ¿Por cierto, no olvidó la actividad que tiene con la joven Aurora? Me refiero al día del lanzamiento.

 —  Uf.. Sí lo olvidé. Acabé prometiéndole que sí iría con ella a ese dichoso lanzamiento.

— Es en menos de dos días, señor.

— Es verdad, y debía ir en busca de mi traje, Waldo. Olvidé por completo absolutamente todo y tú me lo vienes a recordar recién ahora.

— Tampoco es para que se ponga así. Aún hay tiempo. Puedo ir por su traje ni bien lleguemos a la mansión.

— ¿Waldo, crees que Bocur esté muerto?

Con la mirada fija en la carretera, al guardia y chofer se le hizo difícil contestar. No por la duda del desenlace de Bocur sino más bien por la reacción del joven Akins.

— ¿Te cuesta decirme que muy probablemente llegó muerto al hospital?

— Es lo más probable, jefe. La bala le atravesó el cuello y perdió mucha sangre.

Volteando la cabeza del lado de la ventanilla, por largos minutos, Akins perdió la mirada sin decir nada.

— ¿Sabes que es lo único que me duele de saber que he acabado con esa rata insignificante? Que el cielo que le prometí a mi ángel ya no será para los dos. De todas, era la única promesa que podía cumplirle, pero ahora ya no queda ninguna. ¿Cómo podré siquiera mirarla a los ojos? ¿Waldo?...

— Señor…

— ¿Qué crees que haga con el cuerpo de Fedir Kolesnyk?

— Lo sabremos dentro de un par de días. O… tal vez nunca lo sepamos, pero su desaparición comenzará a sonar en breve. ¿Usted que habría hecho?

— Tenía planeado enseñarle el verdadero infierno en esta tierra a ese repugnante ser y que quedara a la vista de todos, incluso con toda la información que tenía en mi poder, pero mira lo que hizo Yasâr Hasnan —decía con una rabia incontenible— ¿Quién acaba de un modo tan simple con una persona tan nefasta como Fedir Kolesnyk? Pagará muy caro por haberse atravesado en mi camino. Se haría un favor muy grande a sí mismo si se lanzara de algún puente antes de que yo le ponga las manos en cima.

— ¿Se lo contará a todos, jefe?

— Pero si todos han de saberlo, Waldo. Que pregunta haces.

— Pues yo no creo eso, señor. ¿Me permite decirle algo?

— Mmm…

— Considero que lo mejor sería guardarlo como un secreto hasta saber quiénes en su familia están al tanto y quiénes no. Por ejemplo, la joven Aurora no tiene idea ¿O usted cree que sí?

— Por supuesto que ella no sabe nada. Mi angelito es la única persona en la que confío en este lugar. Ella jamás me ocultaría una cosa como esa. Y si de mí depende jamás se enterará. Soy capaz enviar a Yasâr Hasnan con mis propias manos de regreso al infierno del cual nunca debió haber regresado con tal de que Aurorita no vuelva a saber de su existencia.

En lo que aquella conversación iba alterando la casi nula calma del joven Akins, Waldo continuaba el coche manejando. Desde hacía varios minutos había atravesado la avenida principal de Essen y conducía en carretera. Se encontraban a pocos kilómetros de La mansión de Byfang hasta que uno de los guardias sentados en la parte de atrás del furgón alertó que un coche había aparecido y los estaba siguiendo. Tanto Waldo como Akins se pusieron en alerta.

— Es ese pequeño delincuente —dijo el chico observando a través del espejo retrovisor— Es Ihsân.

— ¿Si es?

— Con ese juguete que conduce casi me pasó por encima. No podría confundirlo jamás.

— Lo mejor será que continuemos. No queda mucho para llegar a la mansión. Estén en alerta y en posición —ordenó Waldo a los demás guardias—

— Detente, Waldo.

— Es peligroso, jefe. No sabemos con quiénes se puedan encontrar dentro de ese vehículo.

 — Ese mocoso ama su coche más que a su propia vida colo para permitir que otras personas aborden con él. Detén el coche que ahora mismo yo atraparé a ese chico.

Waldo finalmente obedeció y disminuyendo la velocidad comenzó a encostar el coche furgón. El vehículo deportivo acabó alcanzándolos y delante se atravesó.

Los guardias de Akins fueron los primeros en descender. Waldo y por último Akins descendieron también.

Con sus respectivas armas en mano los tres guardias se pusieron en posición, pues no había certeza alguna de que solo el joven Ihsân del coche descendiera.




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