—¡Muchacho, despierta! —. La voz de la realidad le gritaba al oído mientras le zarandeaba con unos fuertes brazos.
El joven, confundido y aturdido, abrió lentamente los ojos. Se encontraba extasiado pues la realidad que le perseguía era aterradora e inhumana.
—Los hombres no lloran, recuérdalo —le regañó el capitán.
Luis, quién al principio no pareció entender, se llevó la palma a la mejilla derecha, percatándose que por ella escurría una lágrima tan llena de sentimientos cautivos que se convertían en sangre podrida. Su cicatriz le ardía, aquella que llevaba en el pecho, su corazón le dolía, agonizando del sufrimiento, pero el coraje del joven era mucho más poderosa e impotente que lo hacía obligarse a dejar de lagrimear y llorar como un cobarde.
—¡Eh, muchacho! Cámbiate decentemente que es hora de ir a la cena que nos invitaron —ordenó el capitán Runfo, mientras le mostraba sus chuecos dientes de oro pulido.
El joven Luis, se puso de pie y comenzó a buscar entre la ropa de su armario, sacando de ella un traje sastre color azul rey, una camisa blanca con encaje en los puños y botones dorados, era un traje que había pertenecido a su padre. Comenzó a cambiarse pero al momento de colocarse el saco, una foto doblada a la mitad calló de la bolsa frontal, Luis la cogió con cuidado y la desdobló con demasiada precaución de no dañarla, rebelando en ella una familia feliz, un hombre de cabellos negros abrazaba por la cintura a su linda esposa y, en medio de ambos, un pequeño tímido y de grandes ojos miel, sonreía tan bellamente que reflejaba el destello del sol.
—Tan idéntico a tu padre —escuchó una voz. Luis miró a todas partes pero no logró encontrar a alguien.
—¿Quién eres? —preguntó firme.
—¿Acaso tan pronto te olvidaste de mí? —dijo la ronca voz.
—Ah, eres tú —contestó el muchacho.
—Jamás te había dicho que eres tan idéntico a tu padre?
—Mi padre —dijo triste—, pocas personas me han hablado de él y tengo recuerdos vagos de su rostro —. Una lágrima cayó por su mejilla.
—Entonces, prometo que cada vez que nos veamos te hablaré de él
—Gracias
A pesar de que Luis Manuel no pudiera ver a aquel extraño supo que la voz se había ido, Audrey era un misterio que le hacía sentir escalofríos y que extrañamente alegra a su corazón, era como tener el peligro frente a ti y sentir emoción al palpar su presencia, era algo extraño, era como hablar con un muerto, él ya lo había hecho de pequeño pues su madre le visitaba cada noche, cada vez para contarle nuevas historias, pero la presencia del espíritu de su madre le daba paz y calor, mientras que la voz de Audrey le traía confusión, temor y alegría, tres emociones contradictorias; cada vez que la voz le visita a sentía una oscuridad inmersa, tinieblas y relámpagos procedentes de los enemigos de “Los barcos tiniebla”, sentía la mágica negra de los carroñeros piratas, una maldición que lo seguía, un corazón tan desquebrajado como el suyo, una herida profunda y una cicatriz que se abría.
—¡Muchacho! Es hora de irnos —tan concentrado estaba Luis en sus pensamientos que no se había percatado del momento en el que el capitán entró en la habitación.
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Sentados ante un enorme comedor se encontraba una pequeña familia pudiente.
—Es por el bien de todos —decía la madre a una joven de cabellera corta.
—¿Bien de todos? ¡Yo no veo ningún beneficio! ¡Ni sus bolsillos se ven beneficiados! —contestó furiosa.
—¡CALLATE! —gritó enojado el padre—, entiende, Sofía, no se trata de dinero sino de que te hará crecer. Eres una joven hermosa que merece ser reconocida.
—Mi hermosa hija, has caso a tu padre, que es lo que te conviene.
—¡Pero madre! No es digno ni justo que las cosas se hagan así —lloriqueó.
—Lo sé pequeña, pero somos tus padres, te amamos y haremos lo que sea mejor para ti —sentenció.
El silencio reinó el momento, la chica estaba molesta, demasiado para serles sinceros, pero como buena hija decidió callar, sus padres le querían, pero a veces la avaricia les segaba del amor y los errores que cometían.
—Toc-toc-toc —se escuchó a alguien llamar a la puerta de tan ostentosa casa.
—Bienvenidos —dijo alegremente la madre, quién había corrido a abrir la puerta para recibir a los invitados de su amado esposo.
—Buenas noches —saludaron elegantes aquellas sombras mientras hacían una leve reverencia.
—Oh, pero amigo, eso no es necesario —protestó alegre el padre de la joven, quién era un hombre barbudo y de pequeña cabellera.
—¡Claro que lo es! Los modales son lo primero que deben relucir en cualquier lugar —contestó feliz el capitán Runfo.
—Tienes razón, bueno pasen a la sala, no es correcto que los invitados se queden en la puerta.
El hombre de barba, junto con el capitán Runfo y Luis se dirigieron a la sala y tomaron asiento en los grandes sofás de piel, todo parecía tan acogedor. Era una estancia amplia con paredes rústicas y cuadros caros de Picasso. Luis se sentía incómodo, a pesar de que el lugar era amplio y ventilado se sentía como insecto en un frasco de cristal, el pánico a las personas se apoderaba de él y la respiración comenzaba a fallarle, las manos le temblaban y el sudor comenzaba a aparecer. Estaba frustrado, pero no quería demostrar su debilidad ante los demás, respiró hondo y pronto la fragancia a rosas frescas inundó sus pulmones, la sala estaba llena de ellas, grandes floreros y jarrones la decoraban, sin duda alguna la suerte no estaba de su lado. Su corazón comenzaba a pinchar y las agujas se clavaban, los ojos le ardían, pero su valentía era más fuerte que cualquier dolor, respiró varias veces mientras intentaba de ignorar el aroma, su vista buscaba algún punto en el cuál logrará distraerse, y finalmente lo encontró. En una de las rústicas paredes reposaba un cuadro extrañamente diseñado, era una combinación de pintura rupestre y pintura al óleo, dos partes diseñadas contrariamente, representaba la antigüedad y la modernidad.
—¡Oh, “Profundo infierno”! —exclamó emocionado el hombre de barbas.
—¿Disculpe? —preguntó confundido el joven Luis.
—“Profundo infierno” es el nombre de la pintura, cabe reconocer que es una de las mejores que haya visto, extraña pero increíble a la vez —contestó.
Aquel hombre había estado observando a Luis por lo que la mirada atenta a aquel cuadro no le había pasado de alto, aunque quizá otros detalles sí.
—¡Interesante! —exclamó sorprendido.
El muchacho, lleno de curiosidad, se paró de su asiento y caminó hasta atravesar hasta la otra mitad de la sala, llegando así frente aquel increíble cuadro. En él se apreciaba la marea hecha una rabia queriendo tragarse los barcos que lo aventuraban valientemente, el fuego quemaba las profundidades y el cielo era iluminado por bellas auroras boreales, parecían los polos del mundo pero el color u astrología le confirmaban que eran aguas del mar Atlántico, siendo exactos mares de Colombia, pero esto era una total contradicción, desde un lugar tan caluroso y retirado de ambos polos era imposible ver alguna aurora boreal. Analizando el cuadro se topó en las profundidades con un emblemático mensaje, entre las llamas del océano se encontraba una pareja de enamorados tomados fuertemente de las manos protegiéndose el uno al otro de un peligro desconocido, sus rostros reflejaban miedo y un gran ojo café les asechaba, esta ilustración era muy pequeña por lo que era casi imposible descifrar el reflejo de la pupila del místico ojo. Luis se acercó más hasta casi pegar su rostro al marco, había algo extraño en las profundidades, algo tan familiar y peligroso que no lograba ver, ignoraba la conversación del capitán y del barbón, parecía que él ya no se encontraba dentro de aquella sala sino que estaba en medio de las llamas ardientes que quemaban los pies de sus víctimas, susurros espantosos y rasguños aterradores escuchaba, un sonido familiar que tenía años sin escuchar.
—¡Muchacho! —le llamó el capitán, sacándolo de su detallado análisis.
—Disculpe, capitán —respondió asustado, sabía que su despistamiento tendría severas consecuencias.
—¡Oh, vamos Runfo! No castigues al muchacho —dijo el hombre.
—Antonio, pero tú conoces más que nadie mis reglas —contestó el capitán.
—Sí, pero por una vez en la vida no castigues al muchacho —insistió.
—Tú ganas —suspiró rendido—, vamos Luis, es hora de comer —sonrió mientras caminaba a la puerta.
El muchacho siguió a los hombres hasta la otra sala que esa mucho más grande que la anterior, era tan limpia que relucía de lo impecable que se encontraba. El capitán tomó asiento en la cuarta cerca a la de cabecera, Luis se sentó en la tercera y el hombre en la principal, pocos minutos después apareció la señora de la casa y detrás de ella una hermosa muchacha de cabello negro y lacio que portaba un bello vestido lila, se veía hermosa pero su rostro no radiaba felicidad, los ojos se le veían un poco hinchados como si hubiese estado llorando.
—Carmen, mujer, toma asiento a mi lado —sugirió Antonio—, bueno señores, ahora les presento al tesoro más valioso de esta casa, “Mi hija Sofía” —señaló a la muchacha, la cual caminó y se sentó a un costado de su madre.
Luis le miraba intrigado, era bella y algo le hacía sentir que rea especial, algún secreto o destino llevaba aquella dama que atraía irresistiblemente a aquél muchacho como imán.