Laberintos de mi mente

III - AMOR

Maratón 2/2.

Juego con mis dedos, mientras él limpia la pequeña herida en mi labio.

— ¿Scar?

—¿Mhm?

—¿En qué piensas? —vuelve a cuestionar.

En todo y a la vez en nada.

—En nada —respondo con una mueca que para él no pasa desapercibida.

—Te conozco perfectamente y sé que cuando mientes te agarras el borde de la ropa —miro mi vestido y lo suelto rápidamente.

¿Cómo se da cuenta de eso? Ni siquiera yo sé cuándo lo hago.

—Estaba pensando en qué… —él bota la pequeña toallita y me mira, cruzándose de brazos—. No hagas eso.

Frunce el ceño y se mira así mismo.

— ¿Qué cosa?

—Eso —señalo sus brazos—. Siento como si me estuvieras regañando o algo parecido.

Bajo la mirada a mis piernas y la levanto cuando veo las manos de Milo en ellas.

—Pensaba en qué deberías estar molesto conmigo. Nunca te conté nada de mi familia y justo hoy tenías que enterarte de esta manera.

—No estoy molesto —dice acariciando mi mejilla.

—Por eso dije que deberías —remarco la palabra—. Soy un asco de novia, no debí mentirte ni tampoco ocultarte nada.

—No eres un asco de novia, deja de decir eso —deja un beso corto en mis labios—. Tenías tus razones, pero sí debiste decirme que pasaba, te hubiera ayudado en lo que sea.

Esbozo media sonrisa.

—Ahora tienes muchas cosas que contarme —asiento, mirándolo a los ojos—, pero no será hoy, no quiero verte llorar.

Me agarra de la cintura, haciendo que envuelva mis piernas alrededor de su torso y camina de regreso a la habitación, sentándose en mi cama conmigo todavía en sus piernas.

Miro a la puerta y recuerdo que ahora no podré salir, solo hasta que ellos quieran.

—Ahora quien sabe hasta cuándo estaré encerrada —murmuro, pegando la frente del hombro de Milo.

— ¿Es la primera vez que pasa?

—No —trago fuerte para tratar de eliminar el nudo que se está formado en mi garganta—. Ya ni recuerdo la cantidad de veces que lo han hecho.

— ¿Por eso faltabas días sin ir al colegio?

Me separo un poco para mirarlo.

— ¿Estabas pendiente de mí? —cuestiono con media sonrisa.

— ¿Eh? No, solo sabía que faltabas por Sam, se la pasaba pegada a mí molestando —dice mientas acaricia mi espalda.

—Ajá.

Paso mis brazos alrededor de su cuello, atrayéndolo más hacia mí. Él me regresa el abrazo.

—Pero sí, si era la razón por la que no iba —me quedo callada un segundo, pensando lo que voy a decir—. Pero ahora es diferente, en ese momento era a lo más extremo que llegaban. Ahora que ya no estoy pequeña no sé de lo que son capaces.

Siento que Milo se tensa, y acaricio su nuca con una de mis manos.

—Tengo miedo —admito—. Jason siempre me defendía, pero ahora no viene casi a la casa.

Me separa un poco y acuna mi cara en sus manos.

—Vendré todos los días para qué no te sientas sola.

Para eso nos tiene a nosotros

— ¿Y tu mudanza?

—No me iré.

Eso hace que me levante de sus piernas, quedando de píe frente a él.

—No me digas que no te irás por esto —lo señalo.

Él pone una mueca al ver mi dedo peligrosamente cerca de su cara.

—No tenía planeado irme y dejarte —agarra mi mano y se levanta—. Por eso venía hoy, para decirte que no me iba.

¿Qué?

Dime que no es verdad.

Es verdad

Gracias.

De nada

— ¿Qué?

Él suspira y pone sus manos en mis hombros, acercándome a él de nuevo.

— ¿Recuerdas cuando te dije qué había una posibilidad de que me quedara? —asiento, recordando es conversación—. Bueno, esa posibilidad apareció y es un modelo de allá. Tienen más facilidad ya que no hay que hacer mudanza ni nada de eso, me lo comentaron y yo no tuve problema.

—Entonces… ¿no te irás?

Él niega.

— ¿Ni ahora? ¿Ni en unos años más, verdad?

Vuelve a negar, divertido.

—Vale —me encojo de hombros.

— ¿Vale? —Pone una mueca al ver mi falta de interés—. ¿No saltarás a mis brazos feliz? —extiende sus brazos, esperando que haga lo que acaba de decir.

Lo miro con una gran sonrisa  y me pongo de puntillas para besarlo. Este es el efecto de Marcelo en mí, me hace olvidar todo lo que pasa a mi alrededor gracias a su voz.

Me rodea la cintura con sus brazos, pegándome más a él. Le encanta que yo ande como chicle. Lo empujo hasta que queda sentado en la cama y yo me siento en sus piernas, él aprieta sus dedos en mi cintura y eso hace que acelere el ritmo del beso. Ya me empiezo a frotar contra él, me impulso hacia delante para que caiga de espaldas y yo tener una mejor postura. Beso su mandíbula, dejando un camino de humedad hasta su cuello. Él agarra mi rostro en sus manos y empieza a devorar mi boca, pasa sus manos por mis piernas y las detiene en mis muslos, comenzando a subir mi vestido y agarro sus manos, deteniéndolo.

—No puedo… —hablo en un susurro—. Lo siento.

Milo se sienta de nuevo y yo hago un intento de bajarme de sus piernas pero me detiene.

—No te disculpes, entiendo —besa la comisura de mis labios, haciendo que sonría un poco—. Cuéntame que tal tu día.

Se acomoda mejor y pasa sus brazos por mi pequeña cintura, eso me pone alerta, no quiero que se fije en que he estado bajando de peso.

—Mhm… no muy bien.

Frunce su ceño y eso hace que le dé un beso en el medio de sus cejas.

—Los ensayos sí estuvieron bien, mejor que otros días —digo riendo un poco al recordar la caída de una de las modelos, por culpa de un vestido—. Cuando te pedí el favor fue porque después de salir de la academia fui a ver a los chicos —él asiente, prestando atención—. También discutí con Sebas.

Sus brazos me pegan más a él. Sabe cuánto me afecta discutir con Sebastián.

Sebas creció conmigo, solo nos separamos cuando cada uno fue adoptado, después no reencontramos en la secundaria y fue uno de los mejores momentos, son pocas las veces que discutimos pero… él no debió decir lo que dijo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.