— ¿Ya empiezas a dudar? —le pregunto a Milo, tiene la mirada fija en mi maleta.
— ¿Por qué lo dices?
—Miras mi maleta como si quisieras desintegrarla —digo divertida.
Meto mis cosas personales en una pequeña mochila, me tenso al encontrar una fotografía en una de mis gavetas.
Es una linda foto, en ella salimos mis padres, Jasón y yo… fue el día de mi graduación, pronto iba a empezar la secundaria. Todos teníamos unas grandes sonrisas, pero sobretodo… éramos felices. Sí que lo fuimos.
— ¿Qué pasa, cariño? —Pregunta Milo detrás de mí, siento sus manos en mi cintura y su barbilla en mi hombro—. Que linda foto. Se nota que eran felices.
—Y lo éramos. No sé cómo llegamos a esto —dicho eso dejo la foto donde estaba y cierro la gaveta de nuevo.
Milo me aprieta contra él, dándome un fuerte abrazo.
—Sabes que te amo y quiero lo mejor para ti —murmura en mi oído.
Alzo la cabeza y lo miro, dejo un beso en su mejilla.
—Yo también te amo, Marcelo. Gracias por seguir aquí conmigo.
Suelta su agarre y yo levanto la mochila de mi cama.
—No me iré a ningún lado, al menos que tú lo quieras —inquiere agarrando mi maleta y me extiende su mano—. ¿Lista?
Yo asiento emocionada entrelazando nuestros dedos y salimos de la habitación. Caminamos al inicio de las escaleras y empezamos a bajar.
—Chicos —nos llama mi madre, saliendo del salón—, espero que les vaya bien.
Yo aprieto el agarre de nuestras manos, como quisiera quitarle esa sonrisa estúpida.
—Esto es tuyo, querida —me entrega mi teléfono—. Ha estado sonando toda la mañana. Quizás sea esa de aplicación donde lees.
Sí, claro.
Son pocas las veces que mi madre me quita mi teléfono y si lo hace no dura mucho en dármelo. Ella sabe que leer ayuda a mi léxico y eso le beneficia porque en ocasiones nos toca asistir a eventos o cuando entro a algún concurso, a la hora de responder preguntas siempre escojo las mejores palabras y hablo con fluidez.
Milo agarra el aparato porque sabe que yo no lo haré.
—Bueno, nosotros nos vamos —le dice mientras abre la puerta principal.
—Disfruten y no tarden en volver —esto lo dice mirándome a mí.
Caminamos al auto de Milo y él guarda el equipaje en el maletero con mi pequeña mochila, solo quedo con mi cartera. Me subo al asiento copiloto, soltando todo el aire que estaba reteniendo.
—Al menos mi padre no estaba por ahí —hablo cuando Milo se pone el cinturón.
—Si estaba.
— ¿Qué? —cuestiono y miro por la ventanilla, hacia la puerta por donde salimos.
Segundos después sale mi padre con su maletín, levanta su mirada y se queda mirando el auto de nosotros.
—Solo… arranca —y hace lo que le pido, alejándose de ese lugar.
A veces quisiera no volver ahí, pero después lo pienso bien… en esa casa fue donde crecí, en cada uno de sus lugares tengo recuerdos. No estoy lista. Me dirán masoquista, pero no quiero irme de ahí.
****
Ya nos encontramos en el departamento de Marcelo, él hace las maletas mientras yo estoy viendo un programa de arte en la sala de estar. Pasan unos minutos y el timbre suena, frunzo el ceño mirando la hora en el reloj de mi muñeca. Faltan quince minutos para la una de la tarde, Milo no recibe visitas y menos a esta hora.
El timbre vuelve a sonar y lo acompañan unos golpes en la puerta.
“Pero que insistente”
Uy, sí que lo es.
Me dirijo a la puerta y unos ojos castaños me reciben.
— ¿Sam?
—Veo que ya llegaste —deja un beso en mi mejilla y pasa a mi lado, adentrándose al lugar.
Me doy cuenta de que trae una maleta.
—No cierres, ya deben venir los chicos —eso le basta para invocarlos.
— ¡Scar! —me envuelven unos fuertes brazos.
Parpadeo y los rulos castaños de Gustavo me reciben.
—Hola, Gus —lo abrazo y este deja un beso en mi mejilla.
En menos de dos minutos ya todos se encuentran en la sala de estar y cuando digo todos, me refiero a; Gus, Lucia, Sebas, Milo y Sam. Y todos tienen sus miradas en mí. ¿Me veo mal? Me puse un pantalón de cuero, con un jersey blanco y mis tacones negros. Sí, demasiado elegante, pero tienen que entender que me acostumbré a usar tacones y botas altas, incluso llevo algunos en mi maleta. No me pregunten como entraron ahí, porque ni yo lo sé. Milo me aseguró que no necesitaría trajes de baño —y si llego a necesitar uno se puede comprar—, solo abrigos y suéteres, cosa que me confundió mucho.
— ¿Me pueden explicar… esto? —señalo las maletas de ellos.
—En realidad… es un viaje grupal —dice Milo, asustado de mi reacción
— ¿Un viaje grupal?
—Sí —responde Luci—. Después de lo que pasó ayer decidimos que sería bueno planear un viaje, así te distraerías.
—Y todo gracias a Sebastián —habla Gustavo, mirando al mencionado.
—No está mal —asiento con media sonrisa.
Todos sueltan el aire que estaban conteniendo.
— ¿Pensaron que me molestaría?
—Últimamente estas mírame y no me toques, bebé —cuestiona Sam, tecleando en su teléfono.
Ruedo los ojos divertida y me acerco a Milo, sentándome en sus piernas.
— ¿Cuándo nos iremos? —pregunta un impaciente Sebastián.
Milo mira la hora en su reloj.
—El vuelo sale en cuarenta minutos —dice mientras traza círculos en mi cintura—, pero ya deberíamos ir saliendo.
Todos se levantan y yo los imito. Mis maletas ya están en el carro de milo, los demás se irán en taxis y nos veremos en el aeropuerto.
Milo decide llamar a su chofer, para que él sea el que se regrese con el auto. Por eso ahora nos encontramos llegando al aeropuerto, mis manos en empiezan a sudar al ver a algunos reporteros. No sé cuándo me empezaré acostumbrar a esta vida.
Ser modelos nos otorga desventajas, y esta es una de esas. Para salir a un lugar tienes que cubrir tu rostro y así pasar desapercibido. Milo es modelo, por eso viaja constantemente y desde otro punto de vista podrían decir que él es homosexual, por su caminar delicado y carisma divertido, pero no, señoras y señores. Mi queridísimo Marcelo es cien por ciento heterosexual, me lo ha mostrado muchísimas veces.
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Editado: 04.06.2024