Mis manos estaban sudando, mi corazón parecía que quería salir de mi pecho. ¿Había hecho bien? ¿Había sido muy obvia? Había seguido al pie de la letra lo que Irina me había enseñado, claro que ella no tenía la menor idea de que mi intención era seducir a Luken, ella creía que solo había querido aprender por si encontraba a un chico que me atrajera durante el viaje.
Me sentía extraña, esa chica coqueta y atrevida no era yo. ¿Y si Luken pensaba que era una igualada por invitarlo a pasear? O peor aún, ¿y si traía a su novia?
Recordar a la mujer de cuello largo y mirada seductora a su lado me provocó una punzada en el corazón. Su prometida era hermosa. Alta, sofisticada y segura de sí misma. Lo peor de todo era que había sido amable conmigo y eso me hacía sentir fatal. Yo venía a robarle a su novio y ella recibiéndome con plena confianza. Pensar en Grecia me invadía de culpa, pero ya estaba aquí, no podía echarme para atrás ahora.
Me concentré en Luken, en las breves interacciones que acabábamos de tener: su sonrisa, sus ojos centrados en mí, sus labios besando mi mano... era aún más guapo de lo que lo recordaba. No me podía culpar por haber pasado tantos años obsesionada con él, ¿cómo podría ser de otro modo?
—¿Dónde estabas? Fuimos a tu habitación y no te encontramos —exclamó Irina caminando hacia mí por el pasillo con su brazo entrelazado con el de Nadine.
—Lo siento, me ganó la curiosidad y quise pasear por ahí —mentí con aire inocentón.
—Pues ya tenemos que ir al banquete, no podemos hacer esperar a tía Esmeralda —dijo Irina y me ofreció su otro brazo para que fuéramos las tres juntas.
Entramos al enorme comedor, en donde ya nos esperaban nuestros anfitriones, los reyes de Dranberg junto con la abuela, Luken, Grecia, Tarik y otras personas que no conocía. Sentí un hoyo en el estómago al ver que Luken y Grecia estaban tomados de las manos. Desvié mi atención de ellos y me centré en el rey Draco, quien nos estaba presentando al resto de los asistentes. Dentro de los invitados se encontraban algunas de las hermanas del rey y los padres de Grecia. A pesar de que ambos mostraban una actitud cordial, había algo en ellos que me desagradó de inmediato, como si supiera que debajo de su careta de amabilidad estuvieran ocultando una personalidad petulante. Podía ser que mi opinión sobre ellos estuviera muy sesgada por la situación en la que me encontraba: enamorada del prometido de su hija.
Tomamos asiento y comenzamos a comer. Para mi mala fortuna, me tocó sentarme al lado de Grecia. Al tiempo que tomaba su lugar, ella me dedicó una hermosa sonrisa que yo intenté devolverle a través de mi culpa. El olor dulzón de su perfume se coló por mi nariz haciendo que mi corazón diera un vuelco, ¿disfrutaría Luken de su aroma?
A pesar de que moría de hambre por haber pasado los dos días de trayecto malcomiendo, comencé a ingerir mis alimentos despacio, manteniendo un aire mesurado y haciendo todo con extrema delicadeza. En mi mente estaba llenando mi boca de cuanto tenía enfrente, pero en la realidad estaba dando pequeños bocados. Quería que Luken viera que era una dama grácil que parecía salida de otro mundo.
Como siempre, Irina acaparó la conversación. Yo solo me limitaba a contestar las veces que alguien me hacía una pregunta directa y a mirar a Luken cada que podía de forma disimulada. Él estaba sentado del otro lado de Grecia, pero aun así podía observarlo de reojo. No me pasaba desapercibido que, cada pocos minutos, Grecia hacía algún gesto cariñoso hacia su novio que él correspondía con una sonrisa. ¿Acaso Triana se había equivocado? Tal vez Luken sí estaba enamorado de su novia. Sentí desesperanza en mi corazón, tal vez había hecho este viaje en vano.
—Por favor, díganme que no me he perdido la fiesta de compromiso —dijo Irina con dramatismo.
—Por supuesto que no. Pospusimos la fiesta expresamente para que ustedes pudieran asistir —respondió la reina Esmeralda.
—No tenían que molestarse, Majestad —dije fingiendo una sonrisa amable, mientras que por dentro me lamentaba que hubieran tenido el mal tino de esperar a que llegara para celebrar el compromiso del amor de mi vida con otra mujer.
—No es ninguna molestia, ¿verdad, Grecia? —preguntó la reina hacia la que creía que sería su futura nuera.
—¡Ninguna! No podía ser de otro modo, estamos encantados de que puedan acompañarnos —respondió Grecia tomando la mano de Luken y dándole un cariñoso apretón.
Luken asintió despacio sin tener idea de lo mal que me hacía sentir por dentro.
—¡Ay, qué alegría, adoro las fiestas! —exclamó Irina.
—¿Cómo son las fiestas en Encenard, princesa Odette? —preguntó Nadine enfocando su atención en mí.
—Iguales a las de aquí, supongo, solo que con gente distinta —respondí incómoda de que todos los ojos de la mesa se enfocaran en mí.
—Pero Irina me contó que allá los chicos son muy guapos —comentó Nadine.
—Ash, no creo que más guapos que mi Luken —intervino Grecia.
Me sentí enferma al escucharla llamarlo “mi Luken”. Él la miró y le guiñó un ojo con complicidad. Mi garganta se cerró, verlos interactuar así era demasiado duro.
—Princesa Nadine, si quieres confirmar lo que te contó Irina, tal vez puedas ir de visita a Encenard ahora que nazca el bebé de Triana —le sugerí desesperada por dejar de pensar en la melosa pareja que tenía a lado.
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Editado: 27.10.2022