Lágrimas y estrellas

Y dios bajó y me dijo «hola»

Antes de empezar, si Dios baja

y te acompaña,

¿qué le dirías?

—¿Aún quieres saltar, John? —preguntó, con aquella voz tan dulce y amigable.

John lo miró, las lágrimas le impedían distinguirlo bien; pero pudo conseguir rescatar sus rasgos esenciales: el cabello negro y crecido, la piel blanca en ese rostro tan hermoso. Cuando apareció, su forma física le parecía a John algo magnífico, reflejando en su aspecto todo lo que John pensaba que era hermoso en alguien... Pero ahora, en ese instante, en ese lugar; parado sobre el puente que cruzaba el bravo río a sus pies, Idílico se le parecía repulsivo incluso.

—¿Qué crees? Después de todo, conoces mis pensamientos, ¿No? —respondió John con rabia.

—No, no en este momento... Lo que estás pensando es solo tuyo, por ahora, porque es lo que deseas —dijo, aún con la voz calmada.

Cuánto tiempo había pasado desde que el Supremo Omnímodo pasó a ser de conocimiento universal y acompañaba a cada ser humano desde su nacimiento. John lo recordaba tan perfectamente como su propio nombre, el momento exacto en que surgió.

John desayunaba y escuchó una voz particularmente conocida pero que no reconocía.

—John —dijo la voz y él volteó sorprendido.

Sentado a su lado en el sillón de la sala, estaba él, con la misma expresión de calma y aprehensión que siempre poseía. Sobresaltado, John se levantó y dejó caer el tazón con leche y cereal.

—¿Cómo entraste, quién eres? —fue lo que pudo articular en la emoción de sorpresa del momento. Pero la persona no se movió de su lugar.

—Hola, John —fue lo que respondió, sin prestar atención a las preguntas.

—Te hice una pregunta —recordó John, tanteando su celular para llamar a la policía, no por miedo, pues la persona no le provocaba esa sensación... Sino más bien por un instinto primitivo que no comprendía en ese momento.

—Sí, lo sé, John. Pero, ¿realmente importan esas preguntas? —se levantó y se acercó a él, con pasos leves que apenas y provocaban que el piso crujiera—. No tengo un nombre oficial, cada persona me da el que ellos prefieran o el que más asocien con una entidad parecida a mí.

—No entiendo... —murmuró John.

—Tranquilo, es normal y, dadas tus creencias, es aún más difícil para ti concebir mi existencia. Podrías decir, John, que soy una entidad que existe antes de todo y que soy todo, también. Realmente, saber qué o quién soy es tan complejo que no podrás entenderlo en esta vida —se acercó más y tomó la mano de John, él no opuso resistencia alguna y realmente se sentía de alguna forma a salvo con aquella entidad que poseía una forma tan normal.

—Digamos que te creo —empezó a decir —, ¿Por qué dios tomaría la forma de un simple muchacho?

—Porque tú no crees en nada o, al menos, no crees en una sola cosa... Habría sido muy difícil para ti comprender una forma que unifique todos y cada uno de los conceptos que asocias con una deidad; así que opté por una figura que te resultara más... Cómoda a la vista.

Tenía el cabello negro y ondulado, algo largo; no daba la impresión de tener más de veinte y tantos años; vestía ropa casual, no atrayente a la vista pero tampoco andrajosa. Si John le hubiese visto en la calle habría pensado que era una persona común y corriente que no recordaría minutos después.

Su presencia daba la sensación de calma que John había buscado casi toda su vida.

Sin embargo, John no le creía por completo, ¿cómo era posible?

—Exijo pruebas, pues —añadió John.

—Ven conmigo y las verás.

La persona salió del departamento que John tenía alquilado en el piso cinco del edificio, bajó las escaleras como una persona normal y John lo seguía de cerca, aún incrédulo pero incapaz de desconfiar por completo. En la calle todas sus dudas se aclararon y fueron reemplazadas por otras más escandalosas.

Vio de todo, desde criaturas extrañas de enorme tamaño hasta personajes que parecían ser Cristos resplandecientes, todos acompañados por personas normales.

—Imposible... —murmuró John casi sin respirar.

—Lo imposible no existe, John.

—Pero, si todos esos dioses están con las personas... ¿Cómo estás tú aquí conmigo?

—No, John, no funciona así... Verás, todos esos "dioses", son yo mismo —respondió con naturalidad la persona.

—No comprendo.

—Y está bien no hacerlo, John. Déjame explicarte todo lo mejor que puedas entenderlo, ¿Vale? —John asintió y la persona le indicó que caminara a su lado—. Todas las deidades que los humanos han llegado a crear y en las que creen fielmente, son nada más que vestigios de lo que yo soy. La humanidad ha pasado mucho tiempo creyendo en algo que no soy yo, pero no los culpo; tanto tiempo de soledad les dio chances de dar rienda suelta a su imaginación. Pero, siempre he estado aquí, viendo todo, cada aspecto de la creación es una elongación de mi ser, incluso tú tienes algo mío.

—Y qué es eso que tengo tuyo? —preguntó John.

—Tu alma, John. Todos los seres vivos la tienen... Y cada alma que existe es un filamento de la mía, un hilo que se estira infinitamente y está conectado con El Único Inicio, que es el lugar de donde vengo y a su vez soy yo.

—Esto es muy complejo... Siento que mi cabeza va a estallar... Me soprende que no me duela, pero bueno, en los sueños nada duele —dijo John, tratando de convencerse de que estaba en la ensoñación más realista que hubiese tenido jamás.

—No, John, no estás durmiendo. Todo esto es tan real como lo eres tú —respondió.

—No puede serlo... No tiene sentido. ¿Para qué bajaría dios a formar parte de la humanidad? —se cuestionó John.

—Porque han estado caminando a ciegas por mucho tiempo, creyendo en cosas que solo los daña y les hace dañarse... No es para esto para lo que están destinados —por primera vez se escuchó un apice de tristeza en la voz de aquel ser.



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En el texto hay: fantasia, cuento, drama amor

Editado: 25.07.2024

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