Lamentos del corazón

Entre sombras danzantes y llamados gélidos en la medianoche

Invierno. Doce de la noche. Recuerdo aquel crepitar del fuego en la chimenea, arrojando sombras que danzaban con el sonido de los postigos azotados por el viento. Y yo, sentado sobre una butaca aterciopelada, cabeceaba casi dormido mientras leía un abultado libro. En mi debate entre la vigilia y el sueño, entre esa confusa y difuminada línea que separaba realidad y fantasía, mi mente luchaba por mantenerse lúcida y no invocar fantasías ni demonios que se creían olvidados, tiempo atrás.

El sonido de un golpe seco de algo cayendo me sacó de mi trance, y agitado de un salto dejé la butaca, cuando me quise dar cuenta que ese sonido no había sido más que el libro que contemplaba, ahora yaciendo a los pies de mi butaca. Pensé que finalmente caí ante mi pesaroso sueño y de mi mano sin fuerza calló el pesado volumen.

Con la mente despejada y ahora develado me estiré encajando mi columna. Me agaché a recoger el libro dejándolo sobre la butaca y acercándome al fuego froté mis manos frente a el para entrar en calor. No lo noté en la butaca, pero ahora sentía como si la temperatura de mi habitación hubiera bajado de golpe. Miré hacia las ventanas siguiendo el sonido del viento que azotaba los postigos. Los cristales estaban cubiertos de hielo. Lo que antes me parecía una suave canción de cuna casi imperceptible en mi trance ahora, por algún motivo, provocó un escalofrío que recorrió mi columna al contemplar las ventanas.

Volví a la butaca tras haber entrado en calor. Recogí el pesado volumen y con gesto pesadumbroso lo coloqué en la estantería. La inmensa cantidad de libros que descansaban en las grandes estanterías de mi cuarto eran mi única compañía y consuelo. Guardianes de mi vigilia en el leve momento en que mi conciencia no se perdía entre los mortecinos fantasmas que tomaban forma por la luz de la chimenea. La codiciosa biblioteca se extendía ocupando cada rincón de dos de las cuatro paredes de mi cuarto. Horas y horas de lectura yacían perdidas en las polvorientas páginas de los tomos.

Pasé mis dedos por la polvorienta cobertura y de pronto un ruido. Sobresaltado e intentando calmar mi corazón miré alrededor, intentando descubrir de donde provino. Noté el aire mas denso y frío llenando mi cuerpo. Entumecido por esa sensación helada me acerqué a la ventana para comprobar si el viento de la gélida noche había conseguido abrir mis postigos. Coloqué mi mano sobre el cristal, estaba cerrado. Una fina capa de hielo comenzó a formarse y palpitaba como un corazón asustado. El ruido que escuché anteriormente volvió. Aparté mi mano y el hielo como si fuera una fantasma desapareció. Reconocí el sonido como un repiqueteo o alguien llamando.

Intentando calmar mi corazón y mi mente abrí los postigos y la ventana. El viento gélido de la noche entró haciendo bailar con descaro las sombras nacidas de la chimenea que ya no daba nada más que visiones. Nada apareció por el marco de mi ventana. Cerré y con la mente mas calmada volví al interior de mi cuarto. Las cortinas de seda purpura aún ondeaban como con el ultimo aliento que la noche metió en mi cuarto.



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En el texto hay: poetico, psicológico.

Editado: 27.11.2023

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