Lánzame Un Último Beso

cap. 3 – lo verás por aquí muy seguido

El timbre anuncia el final del día y con él, todos empiezan a moverse para guardar sus cosas y salir pitando de este infierno. Los susurros pierden fuerza, sobre todo cuando la profesora ordena silencio.

—Antes de que se retiren, pase uno de cada pareja por mi escritorio para que les dé su respectivo tema.

Por el rabillo del ojo intento ver si ella se levantará. Le da igual, no muestra ni la más mínima intención de incorporarse, mucho menos ser voluntaria, así que con un bufido me coloco mi bolso por el hombro y camino hacia la mesa de la profesora.

— ¿Realmente no hay manera de cambiar de pareja? —Le pregunto bajito.

Me entrega un par de hojas grapadas mientras niega con la cabeza, dibujando una mueca de incredulidad.

— ¿En serio se atreve a preguntarme eso, señorita Owen? —Escupe con condescendencia—. Ni siquiera presta atención en mi clase.

Me muerdo la lengua antes de que se me escape una maldición o algún comentario del que pueda arrepentime después.

—Lo siento, no volverá a ocurrir… —musito entre dientes—, pero por favor, ¿no podría hacer una excepción esta vez?

Dibuja una sonrisa falsa en respuesta.

—No. Así que supongo que le tocará a aprender a lidiar con ello, o repetir el curso el año que viene.

Esta vez no me freno a mí misma y ruedo los ojos dejando escapar un "bruja" que parece un susurro, antes de pretender alejarme de ahí. ¿No es una molestia? Es la profesora más insoportable que he tenido en todos mis años estudiantiles. Y para colmo, ni siquiera es tan mayor a mí. Recién egresada, pero con excelentes referencias, la querida señorita Méndez tiene 23 años.

— ¡Señorita Owen, detención por falta de respeto a la autoridad!

Me volteo incrédula y ella me observa con una ceja levantada, complacida porque sabe que no puedo contestarle de vuelta o me irá peor. A veces me pregunto si su antipatía contra mí es algo personal, pero eso es demasiado improbable. Como pueden ver, no es muy buena manejando su irritación y pierde la paciencia como un adolescente en plena edad del burro. Bien, seguramente también tiene que ver de cierta forma el hecho de que en la primera semana de clases, le di más atención a mi Tablet antes que a su clase. Ahí fue cuando me la quitó, y así inició una relación turbulenta y complicada. Ahora la detesto.

Busco a Mikaela entre los pocos estudiantes que quedan, los que me miran con curiosidad por el castigo que esa bruja me ha dado. La única razón por la que pienso cruzar palabra con ella después de no haberlo hecho por casi tres años es solamente para decidir cómo nos vamos a organizar para realizar este estúpido proyecto, pero ésta ha desaparecido del panorama. Bufo en respuesta y salgo echando humos del aula.

Sé que voy con el tiempo bastante justo, pero Méndez me había dejado media hora más en detención por haberme colocados audífonos durante el castigo. ¿Acaso escuchar música era un delito? Al parecer para ella lo era, pero prefería mil veces hacer eso que quedarme sentada durante cuarenta minutos en esas incómodas sillas de madera en silencio y con la mirada sobre la pizarra blanca. Reconozco que fue una idea poco sensata, sobre todo porque la maestra tenía un ojo puesto en mí desde la mañana. Aun así, sigo convencida de que esa maldita hora de detención era una pérdida de tiempo. Entonces decidí aprovecharla repasando una y otra vez ciertos matices y armonía de una canción que Harry me había designado. Al menos haría eso antes de llegar al ensayo. El ensayo que había empezado hace veinte minutos.

Prefiero evadir el reloj ahora, porque sé que Harry me va a asesinar incluso antes de que entre a la academia. Así que en el momento en el que entro al auditorio, donde escucho que alguien toca la batería con violencia, preparo mentalmente mis palabras para minimizar su enfado. Sin embargo, me encuentro con la ausencia de mi entrenador, mientras Cameron está sentado en el piso jugando con su guitarra eléctrica y la pedalera, es el sobrino de Harry quien masacra a la batería. Tiene una fina línea de sudor sobre la frente y el cabello alborotado, prefiero quitar mis ojos de encima suyo al percatarme de que es una vista de cierta forma, seductora. Y es curioso que sea así como lo percibo, cuando en realidad parece un orangután enojado atacando los platillos. El primer mencionado repara en mi presencia, y deja de tocar al instante, ofreciéndome una sonrisa culpable. ¿Por qué tiene él esa expresión cuando yo soy la que se ha retrasado? ¿Y qué hace el sobrino de Baldwin aquí?

—Lamento llegar tarde —es lo primero que le digo, subiendo la voz impaciente para que se escuche sobre el relajo que hace el otro muchacho. Este se detiene abruptamente, por fin—. ¿Dónde está Harry?

Hago caso omiso a los ojos del otro chico que se posan de mí. Mas, es obvio que él no se va a mantener al margen, nunca lo hace. Ya he visto lo poco educado que puede llegar a ser.

—Cómo puedes darte cuenta, no está —responde extendiendo los brazos a la par que me analiza con aburrimiento. Los músculos de sus brazos se marcan como diciendo “hey, estamos aquí, míranos”—, a Harry no le gusta esperar.

No puedo evitar fulminarlo visualmente. Sostengo su mirada ante el sarcasmo utilizado hasta que las comisuras de sus labios se curvan casi imperceptiblemente hacia arriba.

—Ya estaba aquí, por lo que aproveché para ensayar un poco hasta que llegaras —interrumpe Cameron. Le lanza una mirada asesina al castaño—. Pero podemos empezar ahora, si quieres.




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