Las 7 maravillas: el despertar

Capítulo 3

Diciembre 08, 2017.

LUIS ÁNGEL POV:

—Debemos irnos: nos encontraron —exclamé ocultando mi temor. Por la cara de Daniela me di cuenta de que fallé.

—Luis Ángel —exclamó en un susurro. Giré la mirada hacia él: Mateo. Contuve la respiración al observarlo con detenimiento. Había cambiado desde la última vez que lo vi: creció más, el cabello lo tenía casi rapado, y ¡Dios! su cuerpo lucía muy bien trabajado. Los músculos del brazo se notaban tonificados. Sus rasgos faciales también habían cambiado. La mandíbula se notaba dura, su cara estaba afinada y noté que tenía una pequeña cicatriz en la ceja, quizás producto de alguna pelea.

Intentó acercarse un poco hacia mí, pero lo detuve. Sentía que me derretiría si lo tenía más cerca. Después de tanto tiempo, aún seguía causando estragos en mi interior.

—¡TÚ, MALNACIDO HIJO DE PERRA! ¡¿CÓMO TE ATREVES A ENTRAR A MI CASA?! —su padre se descontroló al verme. Corrió directo a embestirme, pero Mateo lo detuvo.

—Papá, basta.

—NO ME TOQUES, INFELIZ —empujó a Mateo de su camino y volvió a correr hacia mí.

—No se me acerque —alcé mi mano y lo detuve. No se podía mover.

—¿QUÉ ME ESTÁS HACIENDO? SUÉLTAME, FENÓMENO.

—No hasta que se calme.

—DÉJAME IR —el señor Scott luchaba por soltarse; no podía— ¡¿QUÉ NO VAN A HACER NADA?! DÍGANLE QUE ME SUELTE.

—No hasta que te calmes, papá —le respondió Daniela.

—Está bien, sigue así. La policía está en camino. Es cuestión de tiempo para que te atrapen.

—¿Fue usted quien los llamó? —pregunté molesto.

—Así es, desviado. Fui yo —lo solté. Él tenía razón, me estaba haciendo perder el tiempo.

—Daniela, hay que irnos, ahora —ella asintió.

Las fuertes sirenas y unos sonidos chirriantes de frenado anunciaron su llegada: la policía ya estaba aquí.

—Llegaron. Ya no tienes escapatoria —soltó su padre con odio en cada palabra.

—SOMOS LA POLICÍA. RÍNDASE Y SALGA CON LAS MANOS EN ALTO. LO TENEMOS RODEADO —se escuchó por el altoparlante.

—Debemos hacer algo. No se detendrán.

—Lo sé —sabía que quedarnos o irnos no haría la diferencia. Los cazadores infiltrados en la policía se la tomarían con la familia Scott— Daniela, quédate aquí con tu familia y cuídalos si logran entrar. Comunícate con Fernanda y dile lo que está pasando. Debemos reunirnos para irnos.

—¿Tú qué harás? —abrió los ojos espantada— No, no lo harías.

—Tengo que.

—¡Diablos! Está bien —Daniela se acercó hacia sus padres— Quédense detrás de mí.

—Por supuesto que no, ellos vienen por él, no por ti.

—¿Qué aún no lo entiendes, papa? Vienen por mí también, incluso por ustedes.

Caminé hacia la puerta mientras Daniela intentaba hacer entrar en razón al testarudo de su padre. Mateo corrió hacia mí y me detuvo del brazo. Su tacto sobre mi piel provocó varias corrientes.

—No lo hagas: es muy peligroso.

—¿Ahora te importo?

—Siempre lo has hecho —nos miramos por varios segundos. Sabía que, de seguir así, se volvería abrir esa herida que aún seguía cicatrizando.

—¡VAMOS A ENTRAR! —se volvió a escuchar. Agaché la mirada para no tener que seguir viéndolo. Me solté de su agarre y abrí la puerta.

—**Protégelos** —le ordené a Mateo.

Salí de la casa con las manos en alto. No estaba dispuesto a rendirme, solo era una treta para ganar tiempo.

Como lo había pensado, no eran dos o tres patrulleros: eran ocho. Había dieciséis policías, entre ellos cazadores.

—AL SUELO, TÍRATE AL SUELO O ABRIREMOS FUEGO.

No estaba dispuesto a hacerlo: sería mi sentencia de muerte.

—Ya estoy aquí. Adentro están todos bien. No hay porqué hacer este escándalo.

—¡FUEGO! —sin previo aviso comenzaron a dispararme hasta vaciar el cargador. Detuve todas las balas en el aire.

No contaron con que había entrenado para esto. Durante todo el año, además de buscar cazadores, las chicas y yo habíamos estado practicando defensa personal, tanto de cuerpo como de armas. Una de esas tantas clases había sido sobre como detener balas en el aire. Es sumamente complicado al inicio: terminamos con heridas de las balas desviadas, pero ninguna la pudimos detener en el aire. Con el tiempo ganamos práctica hasta que por fin logramos detener una mísera bala antes de impactar en nuestro cuerpo ¿Quién fue la pionera? Fernanda.

—¡Mierda! —exclamaron en cuanto vieron que había detenido todas y cada una de las balas que habían disparado. Comenzaron a recargar sus armas, dándome así la oportunidad de contratacar.

Cambié la dirección de los proyectiles: ahora ellos eran el blanco.

—Mi turno —bajé la mano y las balas salieron disparadas hacia ellos, bueno, más bien salieron disparadas cerca de ellos: quería que mojaran los pantalones.




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