Enero 12, 2018.
LUIS ÁNGEL POV:
En un abrir y cerrar de ojos ya habíamos llegado al final de la semana. Había trascurrido varios días desde que entré a la guardia de Oridia, desde que me enfrenté al lunaris en el bosque y desde que apareció, nuevamente, el caballero rojo.
Indudablemente le conté todo aquello a mis amigas, quienes se sorprendieron, más que por el ataque del felino, por la aparición del misterioso caballero rojo, otra vez. Fernanda había quedado intrigada por la ayuda que me dio para vencer al lunaris, mientras que a Daniela le pareció un acto de interés por mí, como una forma de llamar mi atención.
Fernanda y yo coincidimos en que nuestra amiga alucinaba demasiado y que su juicio estaba alejado de la realidad. Y sin embargo, admito que quien ahora quiere llamar la atención de ese ser misterioso soy yo. No hubo ni una sola noche durante la semana en la que no hubiera patrullado los corredores y habitaciones, todo con tal de encontrarlo. Hasta incluso lo llamaba para ver si así aparecía.
Dejando al misterioso caballero rojo de lado, los entrenamientos posteriores al primero no fueron tan deprimentes como aquel. He de admitir que hemos demostrado ligeros avances en cuanto a nuestra resistencia y agilidad: ya no estamos muriendo al culminar las vueltas de calentamiento y culminamos mucho que mejor que la primera vez la pista de obstáculos. Según Nerissa, no podíamos continuar al siguiente nivel de entrenamiento si es que no culminábamos satisfactoriamente aquella pista “básica”. Sí, la llamó básica, porque según ella existen otros desafíos y pistas más difíciles que la que sufríamos en cruzar.
Y hablando de cosas difíciles, debo confesar que mi castigo no había resultado ser tan suave que digamos. Ravenna se vengó y me impuso una tarea que al ignorar qué tan trabajosa era se aseguró así que no reclamara en lo absoluto.
En apariencia, cuidar a los nebulianos parecía una tarea sencilla; pronto descubrí que estas criaturas eran tan caprichosos y cambiantes como la magia misma. Mi primera tarea fue cuidar a un nebualiano de apariencia esponjosa que se asemejaba a una nube. Pensé que sería fácil, pero el animal insistía en cambiar de forma cada tantos minutos, volviéndose una mezcla de animales mágicos que apenas podía identificar. Además, con cada cambio de forma venía acompañado una nueva necesidad: desde alimentarlo con flores mágicas hasta cantarle canciones para calmarlo.
Cuidar de ellos se convirtió en una tarea que requería habilidades de magia, paciencia y creatividad que ni siquiera sabía que poseía. A veces, se agrupaban y formaban patrones brillantes en el aire, haciendo que mi tarea fuera aún más complicada, pues pese a que los atraía hacia mí, insistían en reagruparse. Eso sí, no negaré que así como estaban, en el aire, daban la sensación de que estuviera viendo una agrupación de galaxias en el espacio exterior: simplemente hermosas.
No cabía duda de que durante el tiempo que estuve con ellos mis días se llenaron de desafíos. Aprendí no solo a apreciar la diversidad y complejidad de las criaturas mágicas, sino también entendí que las decisiones impulsivas, como bien lo dijo Erick sobre eso de ser un mártir, podían llevarme a asumir responsabilidades mágicas bastante inusuales.
Y hablando del rubio, mientras intento atrapar a uno de los nebulianos que ha vuelto a su estado normal, lo veo entrar al criadero de animales.
Antes que pueda decirle algo, el nebuliano ahora transformado en un pájaro comienza a defecarme en la cabeza.
—¡Mierda! —exclamo molesto.
—Literalmente —respondió el rubio riéndose por la escena.
Sin que yo se lo pidiera le lanzó al ave una semilla que guardaba en su bolsillo. Esta de inmediato corrió a atraparla, lo cual me dio la oportunidad de atraerlo hacia mí y devolverlo a su sitio.
—¿Qué haces aquí? —le preguntó mientras levantaba la mierda que hay sobre mí.
—Estaba al costado en el invernadero.
—¿Haciendo qué, cosas de nerd? —le pregunté en son de broma.
—Sí a eso te refieres a cosechar semillas de besubios y procesar pétalos de blulasias para combatir infecciones en la enfermería. Entonces sí, estaba haciendo cosas de nerd.
Rodee los ojos quitándole mérito a su trabajo. Al instante, 2 nebulianos salieron de sus nidos.
—NO, POR FAVOR. Les dije que se quedarán adentro —vociferé.
—¿Necesitas ayuda? —preguntó amablemente el rubio, cosa que me desconcertó.
—No, puedo solo —respondí mientras intentaba atrapar a uno de ellos que se escapaba hacia el invernadero, mientras el otro buscaba la manera de salir por una de las ventanas.
Erick, con las manos en los bolsillos de su pantalón, agachó el mentón como diciéndome “no seas terco”.
—Sabes, tengo una maestría avanzada en nebulianos.
—Díselo a alguien a quien le importe —el rubio desencajó la mirada ante mi respuesta. La había vuelto a malograr con él. ¿No se supone que debía tratarlo bien?, ¿qué me pasa?— Lo siento, no debí decirte eso —me disculpé sinceramente— Es que estos seres me tienen estresado.
—Lo veo. Deja que te ayude, ¿sí?, ¿no querrías que alguien hiciera lo mismo por ti? —dijo repitiendo las mismas palabras que le dije aquella noche después del encuentro con el lunaris.