Despierto abrumada por una implacable migraña, como un eco constante de mis jornadas. ¿Común? ¿Será frecuente este tormento en mí? De repente, el pasado parece esfumarse. ¿Por qué esta amnesia me abraza? ¿Acaso esta es mi recamara? Se vislumbra su desolación, suspenso en sus vacíos que claman por mobiliario nuevo.
—¿Un papel? —inspecciono mi mano, desdoblando pausadamente los dedos—. "He debido tomar decisiones de austeridad. Nada fluye con fluidez, no me resta alternativa sino actuar así. Anhelo tu perdón en el futuro y si no has de concedérmelo, perderé cualquier indicio de mis ganas de vivir." —Hago un ovillo con la nota, lanzándola con desdén a un rincón de la estancia— Esto en definitiva no me concierne.
—¿Hola? —percibo el chirriar de la puerta cediendo, acompañado del intrusivo ingresar de alguien a la habitación. Mi figura yace de espaldas, mientras sus pasos se forjan como tañidos en mi interior, escalando hasta mi consciencia— ¿Te encuentras bien? —Un tacto en mi hombro me infunde estremecimientos, girando a mi encuentro un semblante lleno de preocupación y miedo. Un joven de cabellos castaños, desordenados y descuidados, no obstante, emana un atractivo indomable. Nuestras miradas se cruzan, dejando sus ojos a completa contemplación, grises como el plomo, pero portadores de un resplandor sombrío.
—¿Quién eres? —interrogo con cautela.
—Yo... No tengo certeza —responde, cabeceando en derrota.
—No te creo, ¿cómo no podrías recordar tu identidad? —mi voz suena acusadora y tomando en cuenta que yo tampoco tengo idea de quién soy, la vergüenza se apodera de mí.
—No miento, no soy capaz de recordarlo. Pero... ¿quién eres tú? —articula, con la cabeza en declive.
—Yo... soy incapaz de recordarlo. Estamos en las mismas. —murmuro, embargada de angustias.
¿Cómo era posible que el desvarío hubiese devorado mi nombre? ¿Y mi existencia? ¿Qué misterio me sujetaba prisionera? ¿Dónde yacía la clave de lo acontecido?
—¡Debemos permanecer serenos! —exclama, agitado, su ímpetu sacudiéndome en una danza adelante y atrás— Tú también desconoces tu ser. Nos urge hallar un modo de escapar.
—¿Eres consciente de donde podríamos estar?
—Me inunda la ignorancia, pero desde que desperté he estado explorando, así fue como te encontré —pronuncia, sujetando mi mano y guiándome fuera de la habitación. Una fuerte ráfaga con olor a gasolina impregna el aire y no puedo evitar arrugar mi nariz.
—Se asemeja a una fábrica —musité mientras contemplaba.
—¿Dijiste algo? —preguntó, y yo negué con la cabeza— Ven, acompáñame por aquí —sugirió, y empecé a seguir sus pasos.
Mientras avanzábamos, me percaté de la gran cantidad de recamaras, idénticos a la mia. Pero, ya no estaba segura de si algo me pertenecía.
—¡Ay! —exclamé al tropezar con unos barriles junto al pasillo.
—Ten cuidado, no sabemos qué acecha aquí. Debemos ser prudentes, evitemos hacer ruido —aconsejó el joven.
—De acuerdo.
Persistimos en explorar el recinto, aunque me intrigaba la destreza del muchacho para elegir las puertas que debíamos abrir para seguir avanzando.
—Ven, atravesemos este túnel.
—¿Por qué este túnel? —inquirí desafiante.
—No preguntes, simplemente sígueme —dijo haciendo caso omiso de mi interrogante.
—No lo cruzaré.
—¿Qué estás diciendo? —preguntó y noté algo de hostilidad en su tono.
—No tengo intenciones de adentrarme en ese túnel. No lo deseo. Tú despiertas mis sospechas —respondí y empecé a retroceder.
—No es el momento para terquedades. Debemos escapar de aquí. ¿No deseas regresar al mundo exterior? —insistió, agarrando mis hombros con firmeza.
—Ya te dije que no —grité y comencé a forcejear— ¡Suéltame!
—¿No lo comprendes? —noté cómo su nerviosismo aumentaba. Sus ojos se abrían más y más con cada palabra. ¿Por qué se aferraba a que permaneciera a su lado? ¿Por qué le importaba tanto?
—No, no lo comprendo. Eres extraño, pareces ajeno a todo, como si conocieras este lugar de antemano. Quise confiar en ti...
—Puedes confiar en mí, Adeline —susurró con una sonrisa.
—¿Adeline? ¿Me llamaste Adeline? —pregunté, desconcertada. Ese nombre resonaba extraño en mi mente, como si lo hubiera escuchado en alguna ocasión anterior.
—No dije nada —respondió con seriedad.
—Sí, dijiste ¨Adeline¨. ¿Ese es mi nombre? ¿Me conoces? ¿Sabes lo que me ha ocurrido? —exclamé emocionada, olvidando momentáneamente las advertencias sobre la posible peligrosidad de este hombre y el hecho de que pudiera ser responsable de mi situación actual.
—No, no, no —negó nervioso, y me sobresalté cuando comenzó a tirar de su cabello con frenesí. —Mi plan ha fracasado, esto no debía suceder así —murmuraba para sí mismo, aunque yo estaba justo allí, incapaz de comprender completamente sus lamentaciones.
—Tú... ¿quién eres? —pregunté entre dientes, el temor comenzaba a apoderarse de mí.
—No debiste... No debiste contradecirme —exclamó enojado, y de su bolsillo extrajo una jeringa. Antes de que pudiera reaccionar, ya la había clavado en mi cuello. Un fuerte mareo me invadió, mi cabeza daba vueltas y de repente todo se tornó negro.
...
Un ruido rompió el silencio y mis ojos se abrieron con nerviosismo, solo para encontrarme con una oscuridad impenetrable. Froté mis párpados, pero la negrura persistía. ¿Qué estaba ocurriendo?
—Linda, ¿ya estás despierta? —escuché una voz a mi lado.
—¿Quién eres? —pregunté ansiosa, intentando moverme, pero terminé deslizándome desde lo que parecía ser una cama.
Sus palabras se perdieron en un susurro inaudible, luego habló más alto: —Mi amor, soy yo. Soy tu esposo.
—¿Mi esposo? ¿Estoy casada? —la perplejidad me abordó al comprender que me había casado y no tenía recuerdos de ello. ¿Cómo podía haber olvidado algo tan importante? —No puedo recordarte.