-¡Que carajos pasó ahí afuera!- exclamó gritando el Primus pilus Cornelio y bien pasó el primer par de tiendas detrás de la puerta de la empalizada. Se había sacado el casco y lo había dejado caer en el suelo en una clara evidencia de descontento debido a la falta de logística previa a la marcha. Su rostro estaba empapado de sudor y un poco de sangre también. La fortuna quiso que no sea la suya.
El legado de la Décima, Tito Labieno, que y bien se hubo enterado del ataque a la columna salió disparado de su tienda para recibir a sus hombres, se encontraba parado a mitad del camino con una mirada pérdida mientras veía a sus hombres marchar hacia él.
Cuando Emilio se encontraba a tan solo cinco pasos de su superior, en un movimiento súbito levanto su mano derecha indicando que toda la columna parase. A continuación ordenó que todos rompieran filas y disolvieran la formación. Todo esto mientras miraba a Labieno a los ojos.
En otro momento o circunstancia, Labieno hubiera reprendido esa falta de respeto a la organización militar. Pero considerando la impotencia en la que debía estar inmerso el Primus pilus y sus hombres decidió pasarlo por alto. Al menos esta vez. Debe ser por eso que el Legado inició la conversación con un tono neutro.
-¡Centurio Emilio! Nos alegra que usted y sus hombres hayan llegado ilesos al campamento. No teníamos idea del peligro al que los exponíamos al mandarlos tan lejos de la fortificación. Supongo que sabrás disculparnos.
El subordinado lo miró con una expresión que parecía decir “¿Es una broma?”. No obstante su disciplina se impuso sobre su calentura otra vez y saludando con el brazo derecho respondió.
-¡Señor! Nosotros tampoco sabíamos con que nos encontraríamos al patrullar la zona -explicó intentando expresarse con un tono que no mostrara emoción alguna- Con respecto a “llegado ilesos” me temo que no podría estar más equivocado señor.
-¿Por qué lo dices Tulio?- respondió Labieno sorprendido por la respuesta del Centurio.
-Hemos sufrido bajas de todo tipo señor- y diciendo esto mando a llamar a Terencio, su optio, al cuál ordeno que hiciera un recuento del estado de la primera cohorte para el Legado.
- La situación no es grave pero tampoco es muy optimista señor- comenzó el despilfarrador- En la escaramuza hemos tenido 25 bajas, 3 de la primera centuria, 2 de la segunda, la cuarta 5, la quinta 4 , la sexta 5 y la tercera 6. La séptima y octava no han sufrido daño por suerte...
La mirada del legado hizo entender a Terencio que siguiera.
-De todos estos, 11 han muerto en el combate y de los restantes 14, 7 de ellos se mantendrán en reposo y alejados del trabajo por al menos un mes. Los otros 7 serán licenciados debido a la irreversibilidad de sus heridas.
Cornelio miró triste al suelo, se sentía apenado por lo que les pasaría a estos últimos. A pesar de ser ciudadanos romanos y tener derecho al reparto de trigo en las ciudades, la vida de estos hombres estaría marcada por los maltratos y la negligencia de la sociedad hacia ellos por el simple hecho de tener brazos o piernas amputados. Una sociedad por la que ellos mismos habían luchado y sangrado, dándoles la espalda como si fueran un recién nacido abandonado a la puerta de su casa.
-¿Irreversibilidad de sus heridas?¿Acaso eres Esculapio en persona como para decidir quién un legionario lucha y cuando optio?-agregó demandante Labieno.
-No creo que pulgares cortados, muñecas quebradas y antebrazos cortados sean heridas reversibles…señor- respondió Terencio de la manera más rápida y profesional posible sin hacer notable uso de su sarcasmo.
-Entiendo- exclamó el Legado asintiendo levemente- No obstante, tu sabes Cornelio que 11 hombres perdidos en un escaramuza letalmente rápida y vencida casi por causa de un milagro es una buena noticia. Además, considerando que ya se ha podido salir adelante en situaciones mucho peores, sabes a lo que me refiero.
-Con todo respeto señor- respondió valiente el primípilo- No eran sus hombres...
-¿Cómo no van a ser mis hombres centurión?- exclamó ahora si ofuscado el legado- Yo los alimentaba, yo me encargaba de su salario, de que recibieran las cartas de sus familiares, de que retiraran lo que debían con sus años de lucha. ¿Como puedes decir que no eran mis hombres Cornelio?
-Corrijo señor- agregó el otro conteniendo la ira en su voz mientras que mantenía su puño cerrado, Terencio lo observaba nervioso a sabiendas de que haría su superior- quiero decir... que no los conocía como yo.