El reino del cielo, creado por Gabriel y Luzbel, era un lugar donde la luz y la sombra se fusionaban en una danza eterna de armonía. Las nubes resplandecían con tonos dorados y plateados, reflejando la paz y el equilibrio del universo. Los árboles, altos y majestuosos, tenían hojas de un verde brillante que susurraban canciones de serenidad al viento.
En medio de esta maravilla celestial, Aiden apareció, su presencia marcando el regreso al lugar donde había crecido. Sus alas blancas y rojas se plegaron a su espalda, y sus ojos dorados se llenaron de lágrimas al ver a su padre, Gabriel, esperando con los brazos abiertos.
Aiden se acercó a Gabriel con pasos vacilantes, su alma atormentada por la culpa y el dolor. Sentía que su corazón era una vasija rota, cada grieta una cicatriz de sus errores y sufrimientos. Las lágrimas caían de sus ojos como diamantes líquidos, brillando con la luz de su arrepentimiento.
—Padre, lo siento... te he fallado —murmuró Aiden, su voz un susurro quebrado.
Gabriel, al ver el estado de su hijo, sintió un dolor profundo, como si una lanza de hielo atravesara su corazón. Sus ojos dorados reflejaban la tristeza y el amor infinito que sentía por Aiden.
—Aiden, mi querido hijo, nunca me has fallado. Todos cometemos errores, pero tu fuerza reside en tu capacidad de superarlos — dijo Gabriel, su voz suave como el murmullo de un río tranquilo.
Aiden se derrumbó en los brazos de su padre, sus lágrimas mojando el hombro de Gabriel. El abrazo de Gabriel era como un manto de consuelo, envolviendo a Aiden en una calidez que disipaba la oscuridad en su corazón.
—Temía que estuvieras decepcionado de mí — sollozó Aiden, su voz ahogada por el llanto.
—Nunca, Aiden. Siempre he estado orgulloso de ti. Eres fuerte, valiente, y tu corazón es puro — respondió Gabriel, sus palabras un bálsamo para el alma herida de su hijo.
El cielo alrededor de ellos parecía brillar con más intensidad, como si las estrellas mismas celebraran la reconciliación entre padre e hijo. Gabriel acarició el cabello de Aiden, sus dedos ligeros como una brisa de verano.
—Has pasado por mucho, mi hijo. Pero aquí, en este reino que creamos tu otro padre y yo, siempre encontrarás paz y amor —dijo Gabriel, su voz un susurro de esperanza.
Aiden levantó la mirada, sus ojos dorados encontrando la ternura infinita en los ojos de su padre Gabriel. La culpa y el dolor comenzaron a desvanecerse, reemplazados por una calma profunda y sanadora.
—Gracias, padre. Haré todo lo posible por honrar tu confianza en mí —dijo Aiden, su voz llena de determinación renovada.
De regreso en la tierra, Aiden abrió los dorados ojos, sintiendo cómo las lágrimas humedecían su rostro. Esta vez, no eran lágrimas de dolor, sino de calma y reconciliación. Se encontraba en su habitación, el lugar familiar que ahora se sentía como un santuario de paz.
Aiden se levantó lentamente, sus movimientos tranquilos y seguros. Miró por la ventana, donde el firmamento se extendía como un lienzo infinito de estrellas. El cielo nocturno parecía brillar con una luz renovada, reflejando el equilibrio restaurado en su alma.
—Soy único, capaz de caminar entre el cielo y la tierra. Llevaré este don con orgullo y responsabilidad —murmuró Aiden, su voz firme y serena.
El ambiente en la universidad había cambiado. Aiden podía sentir cómo el aura volvía a ser pura y equilibrada, liberada de la oscuridad que había traído la represión del día anterior. Los soldados que habían causado el caos estaban liberados de la influencia maligna, y la paz comenzaba a florecer una vez más.
Aiden, de pie junto a la ventana, miraba el firmamento con una sensación de esperanza y propósito renovado. Sabía que la batalla no había terminado, pero estaba listo para enfrentar cualquier desafío con la fuerza y el amor que había encontrado en su reconciliación con Gabriel.
—Juntos, podemos superar cualquier oscuridad —pensó Aiden, sus ojos brillando con una luz interior que nadie podría apagar.
Con el apoyo de Daniel e Ian, la batalla por la luz y la sombra promete ser más feroz y decisiva que nunca.