Las anécdotas de una abuela triste

Prologo II

Pocas veces se tiene la oportunidad de leer grandes historias en hojas breves y con tan pocos personajes. Eso es exactamente lo que me aconteció cuando me dieron a leer “Las anécdotas de una abuela triste” de Alexandra Quintanilla Toledo, escritora coatepecana que, aunque tengamos la intención de darle el adjetivo de “escritora en ciernes”, cuando se recorren las líneas de su breve novela se pueden advertir rasgos de escribanía de alto nivel y, estoy convencido, dejará satisfecho a cualquier lector, sea o no un “lector en ciernes”. Y es que en “Las anécdotas de una abuela triste” se tiene la confrontación maravillosa de dos generaciones cuyas lides se hacen más compatibles cuanto más divergentes son. La emoción de conocer la vida para saber cómo vivirla de la mano de una persona que ya la ha vivido y padecido, es el tesoro que subyace en cada línea de diálogo entre abuela y nieta. Siempre se puede decir que cualquier tiempo pasado fue mejor, pero no si se tiene la riqueza de la vida noble y llena sacrificios, de decisiones aparentemente erradas pero que en realidad no lo son, y que se puede elegir heredarla a quienes nos preceden y que se tornan en nuestros favoritos –todos tenemos derecho a nombrar algún favorito- como a esta nuestra abuela que encuentra en su nieta la fuente de las preguntas que siempre quiso contestar. Y nuestra nieta que encuentra en la abuela las respuestas que quiso siempre oír, aun cuando no tenga la edad para comprender el significado de alguna reprimenda o de algún silencio. Es la historia de una lid donde no existen vencidos. Por eso que me atrevo a pedir que haya más novelas, breves o no, de la talla de “Las anécdotas de una abuela triste” y si fuera posible que emerjan más al mundo escritores en ciernes como Alexandra y que nos haga viajar entre dos generaciones que tienden más puentes que diques en su relación y que de alguna manera nos sintamos identificados con la historia, porque las historias que nos regalan los escritores son historias de gentes como nosotros, aunque no tengamos la suerte de ser la abuela ni mucho menos ser la nieta. Por todo ello, es un privilegio elaborar un prólogo para una breve novela y solo nos queda cuidar que lo que tengamos que decir en favor de “Las anécdotas de una abuela triste” no caiga en la trillada cantaleta de muchos seudolectores que tratan de llenar un inexistente ego con frases rebuscadas como ¡Qué bonito! ¡Te felicito! ¡Seguí con eso de la escritura! Hemos rogado a las musas que llenen nuestra inspiración para decir no lo bonito sino lo justo y tratar esta novela con la seriedad que se merece, pues tengo la seguridad que se trata de un verdadero diamante en bruto, aunque no sé si me estoy refiriendo a la novela o a su autora, en todo caso, es lo mismo. Gracias, Alexandra Quintanilla Toledo por una novela como esta, breve y maravillosa.

                                                              WALTER ROLANDO MINCHEZ LÓPEZ




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