Las aventuras de la chica mágica y el luchador

Vigilantes

 

                                                                  1

Mi teléfono empezó a sonar a las diez con diez de la noche del martes diez de julio. Las notas de Fortunate son me sacaron de onda cuando acostado miraba al techo de mi habitación pensando en muchas cosas. Me puse de medio lado para alcanzar el trasto ese. Al ver la foto de contacto en la pantalla sentí un hueco en el estómago así como las piernas temblar. Contesté de inmediato colocándome el teléfono en la oreja derecha.

—Bueno.

«Eto… ¿S-Santiago kun?

Otra cosa, Naomi solía usar muchas frases japonesas, aunque creo que es algo de lo que ya se dieron cuenta desde hace bastante. Claro que no tuvimos problemas para llamarnos cada quien por nuestro nombre de pila pues a fin de cuentas somos occidentales.

—Sí, soy yo, Naomi. ¿Qué pasa?

«Ah, bueno, oye, perdón por molestarte, es que… necesito, ¿podrías? Eto… ¿venir a una misión conmigo? », dijo con mucha dificultad. Si íbamos a ser compañeros tenía que pedirme las cosas con mayor seguridad, aunque no niego que oírla nerviosa me hacía sentir bien, era tan tierna. Me puse de pie y de una mochila guardada bajo mi cama saqué la máscara. Tuve la precaución de ocultar mejor mi equipo de luchador. Sí, hubiera podido decir que era un nuevo cosplay pero no quería correr ningún riesgo estando tan cerca de la fecha marcada en mi calendario de gatitos. Sí, tengo un calendario de gatitos, ya.

Con el teléfono en una mano y la máscara en otra le dije que me dijera dónde encontrarnos.

«Ay, arigato, muchas gracias.»

—No hay de qué, recuerda que ahora somos compañeros.

«Cierto, je, je.»

Salí de casa con el pretexto de que una amiga había regresado de viaje y su cartera se le había perdido por lo que necesitaba que alguien fuera a recogerla a la central de autobuses. No me hicieron más preguntas, ni sobre de qué amiga era o así. No, digo, a fin de cuentas era un adulto que tenía trabajo (ellos no tenían por qué saber la verdad de ese detalle aún) y que tenía su propio auto. Arranqué y me dirigí al lugar en donde Naomi me esperaría. La misión, por lo que me contó, era lejos, en el centro de la ciudad cerca de la Macro plaza. Yo debía pasar por ella afuera de la estación Anáhuac en San Nicolás. A las diez y media detuve la marcha bajo el puente de la estación del metro. Una chica de cabello negro y lacio aguardaba de pie a unos metros de la parada del bus.

--- ¿Alguien pidió taxi? —Pregunté sonriendo.

—Llegaste muy rápido —dijo asombrada. Bueno, como he dicho, mi auto podrá parecer una carcacha pero rifa el wey. Se acercó a pequeños pero veloces pasos al oxidado vehículo. Por primera vez sentí un poco de vergüenza por la deplorable carrocería de mi Chevy nova 94. Me estiré para abrir la puerta del copiloto y que ella abordara. Por favor que no hubiera un resorte botado en el asiento, por favor. Se sentó y cerró con suavidad la puerta. Miraba detalladamente el interior del auto. Empecé a sentir las orejas calientes, luego las mejillas, maldiciéndome internamente por no haber comprado mejor un auto de agencia, pero de haberlo hecho ahora estaría en problemas. No sabía qué decirle.

—Tienes un carro muy lindo —dijo sonriente. Suspiré.

—Gracias, aunque sé que no lo es, está todo oxidado y es un modelo descontinuado, además…

—A mí me gusta. —Dijo mirándome a los ojos—. Me gusta porque se nota que lo compraste tú, con esfuerzo, además, los autos lujosos me recuerdan a los idiotas de mi escuela, o que la gente por comprar tantas cosas caras descuidan a su familia.

Buen punto, Naomi, buen punto. Fue reconfortante oírla decir eso. Quité el neutral y partimos.

 

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En el autoestéreo iba sonando una canción de K ON, Pure pure hearth. Me enamoré, lo juro, porque mientras el auto avanzaba por la avenida Venustiano Carranza, a cincuenta y seis kilómetros por hora, y las notas de piano, guitarra eléctrica, batería y bajo sonaban al interior de este, Naomi le hacía segunda a Hikasa Yoko. La chica en el asiento del copiloto cantaba muy bien, demasiado, aunque empezó cantando en voz baja, pero conforme me vio tamborilear los dedos en el volante ganó más confianza y elevó la voz gradualmente hasta el punto de no escucharse la intérprete japonesa sino Naomi.




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