Las aventuras de la chica mágica y el luchador

Esto es lucha

 

                                                                1

Narra Naomi.

 

Me quedé dormida sobre mi escritorio luego de terminar de responder el examen y entregarlo. El timbre me despertó y casi me caigo de mi lugar. El cuchicheo de gente en el salón se escuchaba hasta más fuerte que otros días, pero lo atribuí a lo alertas que estaban mis sentidos luego de despertar de esa forma. No dormí en toda la noche remendando la máscara de Santiago. Mi madre se ofreció a ayudarme pero rechacé su ofrecimiento, porque…

Porque era mi deber como novia hacerlo por mi cuenta.

Verán, nunca antes había tenido novio, yo jamás fui tomada en cuenta por ningún chico. O si acaso hubo alguien a quien yo le gustara me alejaba por miedo. Mi mundo se resumía a tres cosas, dibujar, leer manga y comer. Pero ahora, ahora no sabía qué debía hacer para complacer a otra persona. Sé que él no es esa clase de hombres que esperan recibir todo sin dar nada a cambio, pero de todos modos quiero hacer lo mejor posible.

Desde ayer en la mañana no he vuelto a ser molestada por Verónica ni por José Luís, tristemente aprendieron la lección a la mala. Mucha gente en lugar de sentir empatía, de respetar y tratar a la gente como les gustaría ser tratados, parece que prefieren que alguien les ponga un hasta aquí de la peor forma posible. Detesto eso, que la única forma de vivir tranquilo sea hacerle ver a los demás que no les conviene atacar. De los demonios puedo entenderlo, no razonan como un ser humano, son totalmente ajenos a nuestras leyes, tanto sociales como naturales, sólo saben hacer una cosa, desatar el caos. ¿Pero los seres humanos?

¿De verdad?

Pero lo bueno es que ya ni siquiera voltean a mirarme esos dos, y por ende el resto de sus amigos que les seguían el juego también le bajaron a su pedo. Es triste que comenzaran a respetarme a partir de que alguien más fuerte que ellos los puso en su lugar. Claro que no me resto méritos, después de todo quien mandó al suelo a la líder de las porristas de la prepa siete fui yo.

Tomé mi mochila y salí del salón.

Afuera de la escuela vi a todos los compañeros yendo hacia distintos lugares. Era viernes. El puesto de Doña Sincro a reventar como era costumbre. Sonreí al ver un vehículo estacionado frente a la acera de la escuela.

Doki, doki.

Me acerqué de inmediato. Él como siempre abrió la puerta para que yo entrara. Ya sentada en el asiento del copiloto yo… ¿De verdad tengo que decirlo? Por favor, entiendan, aún me da mucha pena describir todo esto.

Santiago me llevó hasta mi casa. Le dije que esperara antes de que se fuera. Él tenía que preparar algunas cosas y resolver algunos pendientes antes de la hora en que comenzaría su pelea por lo que no podía quedarse mucho rato. Sentado en la sala mi… mi… Okey, aquí voy, mi novio esperaba. Papá y mamá no estaban, pero sé que no tendrían problema alguno con que lo invitara a pasar, pues con lo de ayer en la noche se ganó a totalidad su respeto y su confianza. Subí a mi cuarto. Nunca, se los digo, nunca imaginé que en el escritorio de mi habitación, al lado de mis libretas de dibujos y mis lápices, estaría una máscara de lucha libre. La vi y no estuve segura si hice un buen trabajo. Maldición, si mejor se la hubiera llevado y la hubiera llevado con alguien que sí supiera de esto, pero ahí ando yo de acomedida. Lo siento. Suspiré.

Bajé las escaleras. Nerviosa. Esperaba no haber empeorado las cosas. Temblando llegué hasta él. Al verme se puso de pie. Cerré los ojos al entregarle su máscara, y me sentía totalmente caliente de la cara. Por favor, que no lo haya echado todo a perder, por favor.

—Oye, puedes abrir los ojos —dijo de forma alegre, la forma en como él suele decir siempre las cosas.

—S-Santiago… yo…

Al abrir los ojos contemplé el resultado de toda una noche de trabajo en la que mis dedos sufrieron el embate de la aguja. Las remendadas no se notaban, y no se veía chueca.

—Quedó como nueva, eres bastante buena —dijo. Solté el aire.

—No me aprieta ni tampoco está fuera de lugar la abertura de ninguno de los ojos. Gracias.

Me abrazó y me cargó con sus manos tomándome de la cintura. Estoy segura que enrojecí por completo. Miré hacia otro lado.

—N-no h-ay de qué.

Voy a morir, pensé, voy a morir de la pena. Me puso de nueva cuenta en el suelo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.