¿Creen en demonio, el diablo? ¿O en cualquier otro ser malévolo?
Bien, pues yo había conocido a mi propio demonio, a mi redentor y hasta poético suena así el hijo de la chingada.
Tenía una sonrisa que llamaba a caperucita a ser devorada por el lobo y una serie de trazos entintados que hacia preguntarte como seguía el patrón debajo de la tela.
¿Es curioso, no? La manera en que vemos a una persona por primera vez y no pensamos que conociéndola más va a llegar a calar tan hondo.
Él era mi demonio personal, la condena que veía por todas partes. Él hacía que todo empezará con temblarme las piernas y finalmente hasta la vida entera.
Era mi demonio y yo decidí incinerarme tanto en el infierno personal que cargaba como en el que llevaba entre las piernas con orgullo.
«Al final, todo lo que empieza mal, termina bien ¿no?»