Las cartas que nunca te entregué

Carta VI

La vida es dura, ¿no? Lo sabes mejor que yo.

Tuviste que pasar por tantas cosas y tanto dolor que me es imposible compararme contigo. Tú eres fuerte, yo no tanto.

Estoy casi segura que he pasado por momentos de quiebre que nunca podrán compensar los tuyos. Y por eso te admiro.

Mi psicóloga dice que cada quien tiene batallas internas y no se puede comparar a una persona con otra.

¿Lo hago? A veces. ¿Es sano? No lo creo. ¿Qué hago para no pensar en eso? Simplemente me repito que cada proceso es distinto.

Tú pasaste por muchos momentos dolorosos.

Yo he pasado por muchos momentos que me han quebrantado el alma.

Pero si algo tenemos en común los vivos es aferrarnos a algo, alguien, una idea, pensamiento, emoción. Simplemente nos aferramos. Yo me aferro a la esperanza, la fe, la terapia, las personas que me han ayudado en mi camino a la salud mental; me aferro a tu recuerdo.

Así que… estoy jodida, ¿no?

Aferrarse es doloroso, puede dejar heridas que tal vez jamás sanen. Pero aquí estamos, aferrandonos a la idea de seguir vivos un día más.

Me aferré a la idea de que teníamos más tiempo, que tal vez podría llegar a contarte mis secretos; esos que me atormentan antes de dormir. Sin embargo, creo que esa herida no podrá sanar por algún tiempo.

Es duro saber que se nos agotó el tiempo y que nunca te pude contar la verdad, mi verdad.

Puede que ya lo sepas, de algún modo te enterarías. Perdón por no decírtelo antes. Perdón por tratar de no romper tu corazón. Porque no estaba dispuesta a que perdieras lo que más amabas solo por mí.

Perdóname, mi mariposa, por tratar de protegerte sin darme cuenta que lo más seguro es que te estuviera lastimando.

Se arrepiente sinceramente,

un tulipán marchito.




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