Las cenicientas mosqueteras

Capítulo 1 (III)

Desde que había salido de su apartamento, Alec había estado visitado todas las calles de esta ciudad de pie pero antes dejó su coche en el parking del hotel de su mejor amigo, James. 
 

En los barrios ricos, él paseaba entre la gente haciendo fotos a paisajes hermosos que llamaron por completo su atención mientras en los barrios "pobres", Alec se quedaba embelesado por los puestos que habían en las carreteras. Aunque allí no pasaba ningún coche, solo había pasajeros yendo un lado a otros. 
 

Con una enorme sonrisa en su rostro, Alec cayó en la tentación que presentaba este barrio, comprando demasiadas cosas. En su grande mochila había delicias para él, unos amuletos de suerte para sus mejores amigos y un collar de estrella para su amiga, Mila. 
 

Ahora mismo Alec se encontraba suspirando con la respiración acelerada. Relajándose en un banco del parque donde había estado recorriéndolo de arriba abajo sin ningún descanso, apreciando la hermosa naturaleza de Mendigo. 
 

Como la fotografía era uno de sus pasatiempos favoritos, Alec aún sentado en el banco encendió la cámara poniéndose a sacar fotos de los árboles, quiénes se movían suavemente por el refrescante aire y también del agua celestial del mar. Con los rayos solares brillaba dándole un toque único.
 

Pero antes de que Alec pudiera sacar otra foto, se desconcentró de su objetivo cuando su cámara captó un momento especial. 
 

Era una chica alta, vestida con una falda vaquera quién la llegaba hasta el muslo y una camiseta verde de seda con flores. 
 

Alec curvó poco a poco sus labios formando una pequeña risa al verla bailar de una manera divertida. 
 

Sin darse cuenta de sus movimientos, la grabó en un video guardando para siempre ese baile de esa jovencita. 
 

Pero Alec ignoró por completo a su cámara en el momento que la chica dio la vuelta aún moviendo sus caderas de una manera exageradamente graciosa.
 

Se quedó hechizado por el brillo de los ojos verdes de esa desconocida, quién sonreía ampliamente. Su belleza era atrayente. Aunque era normal y no tenía una nariz tan perfecta, había algo en ella que llamaba por completo su atención. ¿Serán esos ojos verdes tan bonitos? ¿O esa sonrisa tan preciosa? ¿O serán esos labios tan pequeños en forma de corazón? 
 

Era la primera vez en veintitrés años que sentía estas sensaciones recorriendo por cada rincón de su cuerpo. Los locos latidos de su corazón, un extraño cosquilleo en su estomago y las manos cada vez más sudadas. ¿Qué le estaba pasando? 
 

Un gemido de dolor le devolvió a Alec a la realidad, sacándolo de su ensoñación. 
 

Al ver la desconocida en su suelo con quejidos de sufrimiento, sin pensarlo corrió hacia ella para socorrerla. 
 

Cuando Alec se arrodilló contemplándola de cerca mientras le preguntaba si se encontraba bien, se dio cuenta que la vida como la conocía antes dejó de existir en ese mismo segundo. 
 

¿Su príncipe azul? Lo negó al instante. Eso era imposible porque Dana no lo quería conocer. Al menos no ahora. En estos momentos solo deseaba cumplir su sueño. Nada más que eso. 
 

Si hubiera algún hombre en su vida, será su amor secreto. El desconocido hotelero P' Alec. 
 

Además según la enseñanza de su tía abuela, una no necesitaba el amor ni un hombre para ser feliz. Aunque la felicidad era efímera, jamás lograrás obtenerla si no amas tu propio ser. Aunque Dana quisiera enamorarse, jamás había experimentado ese sentimiento aunque había leído novelas románticas o había visto películas romanticonas que la hicieron suspirar de ilusión por encontrar su otra mitad. 
 

Pero de repente su mente se tornó por completo en blanco. No podía pensar. No podía hacer nada más que contemplar como ese joven hombre se acercaba a ella atacando sus fosas nasales con una dulce fragancia. 
 

No solo vestía bien y era atractivo, sino también olía bien. ¿Acaso ella había muerto y ahora estaba en el cielo?
 

—¿Estás bien? —preguntó él preocupado, arrodillándose sin que le importase arrugar su ropa.
 

El corazón de Dana dio un ataque, acelerando sus latidos a un creíble ritmo. ¿Por qué se estaba sintiendo de esa manera tan extraña? Era la primera vez que le pasaba algo así. 
 

Su voz era tan increíblemente dulce como la miel y suave como un buen cojín. 
 

Dana abrió la boca, algo relajada.
 

—Yo estoy...bien —balbuceó algo insegura—, Creo que me he torcido el tobillo pero estaré bien. Gracias por preocuparte por mí —agradeció sonriéndole con sinceridad. 
 

El joven sonrió ampliamente mostrando un hoyuelo en la mejilla derecha al mismo tiempo que le entregaba su mano. 
 



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En el texto hay: amor, cenicienta, hotel

Editado: 19.05.2021

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