Las Cinco Lunas

Capítulo cuatro

La joven pálida levantó los brazos, estiró un poco y luego comenzó a realizar la rutina fijada: ducharse, vestirse y arreglarse el cabello, dejando que este cayera sobre sus hombros. La oscuridad aún podía divisarse por medio de las ventanas, y aunque el aire frío moviera las cortinas, pensó que no necesitaría abrigarse tanto.

Desayunando en tranquilidad y sosiego, el buzón de mensajes atrajo su atención confirmándole que había un texto perteneciente a Peter, un amigo que vivía no muy lejos de su casa. La muchacha chilló de alegría, e hizo que su madre diera un pequeño sobresalto.

—Adivinaré: ofertas de libros usados.

Lara miró a su madre y negó con la cabeza.

—Peter vendrá por mí.

—¿Segura?, ¿Cómo lo sabes?

No respondió con palabras, lo demostró enseñándole aquella prueba contundente:

Hola, linda, ¿Cómo has estado? En vista de que iré a buscarte, podrás decírmelo: saludos a tu mamá.

Catherine lanzó hacía su hija una mirada sorpresiva.

—En conclusión: llegaré al trabajo encendiendo las luces.

—Y tendrás una cita en un trabajo, ¿No es genial?

La mujer, atormentada, suspiro de solo pensarlo; y dirigiéndose a la alacena, tomó un muffin de chocolate, lo guardo y continuó hablando:

—Me gusta ser diseñadora de interiores, aun cuando estos chicos me saquen de mis casillas. Hoy en día veo mucha indecisión, y no está mal porque las cosas se aprenden a través de momentos vividos, pero esta pareja está tardando mucho —contó su madre entregandole aquel postre—. Para Peter.

Su hija, algo curiosa, cogió el obsequio y dijo:

—Respecto a eso, yo opino que debes tener paciencia y dar tu opinión en cuanto a colores y tonalidades. Ellos no saben del tema, pero tú sí, y por eso te eligieron.

—Una persona que ama su trabajo disfrutará de ello.

—Tu lo has dicho— inquirió Lara levantándose.

—Les daré otra paleta monocromática. Tal vez esta sea la vencida.

—No a todo el mundo le gustan los colores llamativos.

—Que mal, yo quería usarlos— exclamó Catherine haciendo un gesto dramático.

—Y yo deseaba ver el resultado— rió Lara junto a su madre—. Te quiero, mamá, y espero que hoy pases un día increíble.

—Lo mismo digo. Aprende mucho, socializa y diviértete, pero no demasiado— le advirtió la mujer dándole un fuerte abrazo.

—Lo haré. Adiós, mamá.

Cierto aire distante cayó en su rostro mientras recorría los metros de separación entre la casa y el Bug Volkswagen de Pet. Al comienzo, mientras se estiraba las mangas del suéter y tiritaba por los jeans rotos, experimentó una pesadez fugaz, pero luego sintió la cabeza pesada. Frenó el trayecto y, postrándose, comenzó a masajearse las sienes al mismo tiempo que respiraba de forma inquieta. Un dolor llegó hasta su pecho incitándola a gritar; no obstante continuó con los ejercicios respiratorios, y al inhalar y exhalar continuamente, pudo tranquilizarse por breves segundos.

Sin embargo, y ocultando sus facciones por medio del cabello; sus manos fueron azotadas por una presión ligera, y con el fin de que ciertos nervios no la dominarán; inspección: sus venas brillaban, dichos conductos pasaron de normales a iluminar con un verde intenso la sombra mañanera. ¿De dónde venía?, ¿Qué era lo que estaba mal?Un miedo atroz se apoderó de la muchacha.

—Lara, por favor háblame, ¿Pasó algo?, ¿Cómo te sientes? — se desesperó Peter arrodillándose frente a ella.

Justo antes de que el muchacho llegara preocupado, la luminosidad alcanzó a esfumarse y el dolor de cabeza ya no estaba: tales efectos habían desaparecido como cenizas en el aire.

—Nada, estoy bien. Mi mamá preparo cupcakes: desea que pruebes uno —le dio el postre sonriendo.

—Casi muero de un infarto, ¿Nada malo ocurrió?, ¿Segura? —entonces lo miró, y supo que los cambios todavía no atacaban: seguía conservando una tez suave y delicada, extremidades largas, cuerpo definido, y esa sonrisa, la sonrisa tan amigable y característica de él.

—Sí, solo un mareo pequeño.

—Esa respuesta no me quitará la preocupación.

—Estoy de maravilla, Pet: olvida el estrés. Ahora, ¿Podemos irnos? Entraremos tarde.

Caminaron hacía el auto, abrocharon los cinturones y, encendiendo aquel motor, salieron a la carrera. Sin sobrepasar el límite de velocidad, la chica miraba el paisaje a través del vidrio. Cómo agradece que sus ojos se encontraran el Empire State, incluso visitar ese monumento de la libertad o ver las torres de agua montadas en los techos: estaba segura de que nunca se cansaría del hogar. Pasando por la calle catorce, y girando en la Quinta Avenida, lograron avanzar un par de calles más. Dado que su descanso no solía durar mucho tiempo, el auto se estacionó frente a la secundaria, bajaron del vehículo y Lara, no recuperada del momento extraño, quedó con la mirada fija en los chicos que bajaban de una pick up: Alex, Thomas y Jeon. Este último frunció su rostro a causa de un acompañante masculino.

—Parece como si hubieras visto al fantasma de Canterville, ¿Podrías explicarme qué sucede?— inquirió el humano.



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Editado: 26.09.2024

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