Para coleccionistas como el del Parque, que buscaba el ejemplar perfecto de "El irascible coronel", o el del departamento de Palermo, un sello en tapa constituía un sacrilegio.
Para mí, sin embargo, los sellos son pistas de un tránsito que quizá no solamente sea pasado. No los desdeño, al contrario, me intrigan, desde aquella misteriosa dirección, primer templo, de Lambaré 1012, donde nunca pude ir a orar, y ahora con éstas que me revelan los sellos de la colección recuperada, que no es la perdida, y que quizá, aunque incompleta sea superior a la primera, pero que a pesar de integrarse con algunos ejemplares perfectos la sé imperfecta, porque tiene escrituras y desgastes y roturas y sellos en las tapas. Extraigo, entonces, de esos sellos sus direcciones legibles, ya que en algunos los mercaderes las han tachado, celosos de no revelar sus fuentes, cuidadosos de no dar el dato de dónde se compra barato para después vender caro, extraigo las direcciones –decía- y hago con ellas un prolijo mapa sobre el mapa de la Capital, dispuesto a iniciar la expedición que aplaque tanta ira contenida, a conseguir la revancha contra el tiempo, contra aquél día en que estúpidamente me creí adulto para siempre.
Algo extraño había pasado con “Puente al otro mundo”, la setenta y tres de Correrías, cuando todavía faltaba para iniciar la primera colección. Terminé comprando ese ejemplar en la distribuidora de diarios y revistas, donde atendía un gordito afectado que me trataba mal –no, nene, todavía no salió!, me decía con el tono de no me vengas a joder-, a unas cuadras de la casa del centro, porque no lo encontraba en ningún kiosco de Zárate. Parecía hacerse realidad el eslogan de que aquellas revistas aparecían y desaparecían. La última que quedaba ahí de la setenta y tres estaba deshojada, y quizá por ese motivo, la habían sacado de circulación. A pesar que la decisión de juntarlas estaba lejos, me molestaba ese estado. Entonces, a partir de ese incidente, trataba de calcular la fecha de aparición cada una de las siguientes, que por esa época, aparecía imprecisa en el anuncio de la primera página (LEA en el próximo número: El elefante volador – Serie completa de 152 episodios – Aparece en febrero de 1964). A veces, me agarraba descuidado, como me pasó con “Monaguillo del diablo”, de la que advertí su salida por aquel ignoto transeúnte.
Ya en marcha la primera colección, en mi casa del barrio del hospital, la frecuencia de aparición era trisemanal. Lo que significaba que todas las semanas hubiera en los kioscos una nueva Correrías, Andanzas o Locuras. Y esto hacía que el dato de la primera página incluyera el día preciso de la venidera. Pero los intrincados mecanismos de distribución –que de a poco fui aprendiendo-, daban por resultado una nueva imprecisión: en Zárate podían estar antes o después. A esto se sumaba que, muchas veces, primero llegaban a los kioscos del centro y posteriormente a los barrios. Por eso, a tres días de la fecha anunciada, yo comenzaba un peregrinaje por los kioscos más cercanos, el del hospital, el de la Cuca, llegando hasta el límite del barrio, el de Vía del Parque. Si el ejemplar esperado no estaba en ninguno de éstos, no había más remedio que adentrarse en los del centro, desde lo del Carretero al de la plaza, quedando el más completo, el de Caram, para lo último. El recurso final, desesperado, era el de la distribuidora, donde el gordito afectado, al que le molestaban las compras del público, me contestaba la mayoría de las veces: nene, falta para que salga... Entonces, toda esperanza estaba perdida, al menos hasta el día siguiente, en que reiniciaba el recorrido.
El peregrinaje por los kioscos de Zárate, desde el hospital hasta el centro, se repetiría, décadas más tarde, de adulto. Pero en zonas mucho más extensas y con un grado de imprecisión infinitamente mayor. La expectativa se transformaría ahora en angustia, porque de fracasar la búsqueda de un día, no me quedaría la esperanza de que al siguiente pudiera tener éxito. Tampoco bastarían las monedas que mamá me daba, a cambio de la limpieza de la casa, para comprar las revistas perdidas.
El Revistario, Colita, Calesita, Agüero, Auto Service, Lenz, Punky, Elvimar, Antar, Revislandia, Patricia... estos sellos y muchísimos más se repiten en las tapas la segunda colección. Morón, Villa Ballester, Lomas del Mirador, Avellaneda, Liniers... Kioscos de barrio, de estaciones, que se dedicaban al canje de revistas populares, de novelitas románticas y del far west. También los de lugares de veraneo, Córdoba, Mar del Plata, donde, en días de lluvia, los turistas aburridos y con poco presupuesto acudían con sus ejemplares ajados, para llevarse otros más ajados aún, sin importarles ni el estado ni la antigüedad, cambiando dos por uno, o pagando una diferencia. Todos esos lugares alojaron casi contemporáneamente muchas de mis Andanzas, Correrías y Locuras. Algunas tienen más de un sello. Por ejemplo, un desconocido porteño que veraneó en Alta Gracia, al volver, canjeó en Alberdi el ejemplar canjeado allá. El sello del viejo local de Alberdi al 5200, casi en el límite de la Capital, es el que más se repite. Por sus estanterías pasaron sin duda, debido a su enclave privilegiado, cientos de miles de ejemplares. También por la feria de Tristán Narvaja, en Montevideo, donde los inescrupulosos vendedores compraban por monedas lo que después vendían acá por fortunas.