XXXIII.- ALLIPAC

Así como Elio Coradino Vélez rescató las dos primeras letras de su nombre completo, para formar ELCOVE, que a su vez cifraba a El Coleccionista Vengador y así como Capilla invertía su apellido, SOADORA –que había intentado en principio ponerse SOÑADORA en tiempos en que la eñe era imposible en la web- provenía de Sonia.

Suele ocurrir en estos casos que se quiera conservar algo de la personalidad, a través del alias o apodo en Mercado Libre. "Nick" se decía en los inicios, ignorando la mayoría que la palabreja era abreviatura del nickname inglés, que de traducirse literalmente sería algo así como la marca en el nombre, por lo que sin saberlo, hacían exactamente eso: convertir su propio nombre en marca.

Y Sonia dejaba una marca por donde pasaba.

Su subasta del original del episodio inédito y original del Viejo terminó en escándalo. Varios coleccionistas se quejaron al sitio por el contenido "indecente", "inmoral", "pornográfico". Así lo calificaban en función no sólo del texto, sino de las viñetas que había subido SOADORA, entre las que se encontraba la final, donde el Padrino es arrojado a los chanchos y se burlan de él, y le dicen que fornique con los animales, en un lenguaje chabacano.

También denunciaban como mistificación lo publicado, aunque no manejasen esa palabra y usasen términos más simples, siendo "trucho" el más reiterado.

Todo coleccionista del Indio tiene algo de su puritanismo, y aquello, en el fondo, les parecía un ultraje a la memoria de su creador.

Finalmente logran su objetivo. El ojo de Gran Hermano de Mercado Libre se posa sobre la publicación, y es eliminada.

SOADORA no se rinde. Casi todos sus piercings se los había hecho en la Bond Street. Recordaba de allí, hace muchísimo tiempo, un flaco de nariz aguileña, que atendía un local de cómics. El empezó saludándola, después buscó iniciar una charla, finalmente la trataba como una vieja amiga. Ella pensaba por supuesto que era un pajero baboso, pero le seguía la corriente porque consiguió que el tipo, a escondidas del dueño, le prestara revistas viejas del Indio para leer, pero con mil recomendaciones que las cuidase, que no las doblase, que pasase delicadamente las hojas. Y que se las devolviera rápido, antes que el dueño se diera cuenta que faltaban.

Fue hasta el local, llevando encima el paquete de cincuenta y dos cartones, con la intención de venderlo, y encontró al dueño. Lo tenía de aquél tiempo en que el flaco narigón dejaba abruptamente de hablar con ella no bien llegaba. Este también tenía nariz rara, pero más tirando a judío.

Le contestó de mala manera, cuando le preguntó por su empleado. Que lo había echado, le dijo. Y que no sabía ni quería saber nada de él. No dio ni siquiera para mencionarle el incunable que llevaba.

SOADORA aprovechó para visitar a los tatuadores que conocía. Uno de ellos, al que le comentó en lo que andaba, le dio el dato de un local, en un primer piso de una galería por Rivadavia al 1300, más o menos. Ese era el último paradero que conocía del empleaducho, que ahora negociaba revistas antiguas por su cuenta.

No le costó ubicar la galería. Cuando, en el primer piso vio una vidriera empapelada de tapas de revistas supo que había llegado. Iba a golpear cuando reparó que en el local de al lado había un tipo flaco, pelado, de nariz aguileña, sentado frente a la PC. La nariz, sobre todo, hizo que lo reconociera. Le golpeó el vidrio. El, en cambio, la reconoció de inmediato.

Estaba cambiado no sólo de aspecto, parecía hosco, huraño. Igual seguía desprendiendo baba.

No obstante, cuando SOADORA desenvolvió el paquete no hubo intento de seducción que valiese. Se sonrió irónico.

-¿Eras vos la que publicaste esa porquería? La vi en Mercado Libre. La denuncié, incluso. No sé de donde la habrás sacado, pero es un fraude total. Tendrías que haber aprendido algo de las revistas que te prestaba.

SOADORA salió de la galería dispuesta a la venganza.