ELCOVE, ya sea dentro o fuera de Mercado Libre, en relación a coleccionistas o vendedores, tanto si es atacado o ensalzado, en cualquier circunstancia que se diese, por el motivo que fuese, no podía vivir sin intrigas ni enojos.
Yo, en cambio, había logrado avanzar sobre “Misión secreta” y me sentía contento.
No significa que ELCOVE me tuviese sin cuidado.
Pesaba sobre mí el recuerdo de algunos anatemas suyos que lanzaba sin piedad hacia nada ni nadie: Viles alimañas los mercaderes, viles alimañas los que se dicen coleccionistas y adoptan sus miserables prácticas. Ninguno es merecedor de compasión ni perdón. Farsantes, además, quienes se dicen coleccionistas, y aceptan ejemplares imperfectos o peor aún, guardan entre los originales inmundas fotocopias. O fríos o calientes, a los tibios Dios los vomita. Farsantes todos aquéllos que conservan como preciados tesoros las Selección de las Mejores. Degenerados, horrendos mutantes.
Vergonzantemente, entonces, encerrado bajo llave, por si él llegase a aparecer en forma imprevista, me puse a releer de cabo a rabo la cuatrocientos sesenta y nueve de Selección de las Mejores, corroborando cambios, olfateando mutilaciones, que salvo lo del Coronel no parecían ser graves, al punto que hasta pensé en guardarla aparte – culposo, en un lugar que ELCOVE no la encuentre- y tachar en la tapa “Espionaje industrial” y restituirle el nombre original.
También en Correrías avanzaba. En el diálogo con el concitadino Rey del Dulce, había logrado vencer su recelo inicial, que hasta cierto punto era lógico, más allá que él públicamente, con el cartelito en la vidriera, invitara a que lo contactasen.
Le había dejado mi teléfono, sin esperanzas que me llamase, pero me llevo una sorpresa. Al principio no le reconozco la voz, porque se lo escucha ronco, como si estuviera acatarrado o fuera un fumador empedernido, lo que no se correspondía con Ricardo (a) LOLO, que no prendió un solo cigarrillo en la charla que tuvimos en su negocio. Estoy seguro de eso, porque yo estaba pendiente de que lo hiciera, para poder imitarlo, y finalmente me tuve que abstener.
Estas consideraciones me impiden registrar los primeros tramos del llamado, de modo que las dejo de lado, para poder concentrarme en las palabras del comerciante platense, apasionado de Correrías. Reconstruyo que el otro también realiza un racconto de nuestro encuentro y que el hilo conductor no soy yo, sino ELCOVE. Me está diciendo que le otorga razón a todo lo éste opina, pero que sus métodos son un poco estrafalarios, cosa con la que acuerdo inmediatamente, yendo incluso más allá, calificándolo de extremista. Quiere saber si ELCOVE es de nuestra misma ciudad, y esa pregunta me perturba por dos motivos: el interés que denota y el recuerdo de haberle dicho ya –ante la misma curiosidad- que no, que vive en Capital, con lo que si el concitadino es realmente despistado, lo es en demasía; de modo que después de repetírselo, rápidamente cambio de tema.
Volvemos al tópico de las cuevas, ya que Ricardo (a) LOLO –lo mencioné- conoce al dedillo cada escondrijo de los vendedores: El Club del Cómic y el Parque, obvio; pero también el local de Alberdi (al que casi todos los coleccionistas creen desaparecido), la Librería Antigua, el puesto de Isaac en Palermo y tantos otros. Volvemos a hablar de ALLIPAC y de Ramiro, y le agradezco el haberme ayudado a reencontrarlo. LOLO conoce también a Orestein, en sus dos versiones: la Bond Street y el depósito de Flores. Y añade que justamente ahí le compró muchos números bajos de Correrías, a un precio conveniente. Insidiosamente, recordando lo de LOLO_LA_PLATA, le pregunto si vio algo interesante en los últimos tiempos en Mercado Libre, pero en consonancia con lo que le respondió a ELCOVE, me dice que ignora todo lo de ese sitio, ya que nunca operó ahí.
El último local que cita es uno de Bulnes, que conocen muy pocos, y donde por única vez me topé con la setenta y uno, “Del cielo cayó una tía”, pero debido al precio astronómico, no la compré. Le refiero esto y que ése número debe resultar difícil, pero sin embargo él lo tiene. Me interroga a su vez, si yo conozco a otra gente, y el primer nombre que me sale es el de OQUEDA MENDEZ, provocando LOLO de nuevo mi desconcierto ya que lo conoce, aunque me dice que nunca llegó a un trato con él. Le había prometido traerle en uno de sus viajes la setenta y tres, “Puente al otro mundo”, pero después no lo llamó.
Pienso entonces, que algo raro pasa con ese ejemplar que de chico yo también tuve problemas en conseguir. También se me cruza la duda de cómo llegó a conectarse con el uruguayo, siendo LOLO, una persona poco afecta a Internet y que, según sus dichos, no opera con Mercado Libre, porque prefiere el viejo trato personal, como le escribió al Estimado Elio.
Esta nueva distracción hace que me pierda la primera parte de un comentario realmente interesante que está desarrollando el concitadino acerca de la singularidad los argumentos de una franja numérica de Correrías. Habla, claro, de algo que yo había advertido hace mucho, pero que nunca se lo escuché decir a ningún otro coleccionista: desde -aproximadamente- la cincuenta a la ciento veinte, las historias son realmente excepcionales, denotando una gran imaginación y un acabado oficio de parte de los guionistas que las creaban. En esa época –del '62 al '67- aparecen títulos memorables, como “El santo del pueblo”, “Club de mentirosos”, “El hombre de nieve” (la que tiene elementos de “El perjurio de la Nieve”, de Bioy, dato que le comento a LOLO y que éste desconocía), “El rey de la pradera” (donde nace el potrillito), “El dios de las aguas”, “El evadido” (que hace referencia a El Fugitivo, serie televisiva entonces de moda), “La vuelta del rencoroso”, “El justiciero”... Incluyendo, por supuesto, la tan mencionada ya “Monaguillo del diablo”, la extraña “Puente al otro mundo”, y en definitiva, la mayoría de la franja. La particularización resulta injusta, todas eran excelentes. Por supuesto que el comentario de LOLO se ha originado por la referencia a la setenta y uno, “Del cielo cayó una tía”, que yo no recuerdo ni tengo, pero que seguramente se debe incluir en esta valoración, que le otorga al concitadino –en mi propia escala de mérito- un alto puntaje, por su capacidad de observación. Este es un espécimen más que interesante, me digo.