Hace un rato que ando en la calle y recién ahora me doy cuenta que ha salido el sol. No me siento con ánimo de llegar hasta el Parque, a pesar de la cercanía. Voy caminando sin rumbo, mientras repaso que hay de lógica entre todas las incoherencias proferidas por Orestein. Puedo sí sacar en limpio la manera en que fácilmente dedujo mi vinculación con ELCOVE. La tapa escaneada y publicada en Mercado Libre se correspondía con la de su original. Y siendo yo el único al que le había hecho fotocopias, dos más dos...
La publicación de esa tapa dio lugar a múltiples equívocos. Es el motivo por el cual ALLIPAC culpa a ELCOVE del robo de su ejemplar de las crucecitas, que en realidad era de Orestein, aunque la subasta de ELCOVE fuese anterior al robo.
Repasando la cronología... Creí entender que el registro de Orestein respecto a mi aparición en Mercado Libre –la de ELCOVE, para ser exacto- fue posterior a que Capillita le dijese que le habían robado el ejemplar que le confió. Y tiene que ser de esa manera, de lo contrario hubiese pensado que no era yo quien estaba detrás de ELCOVE, sino su ex empleado. Pero éste se lo ofreció a SOADORA después de la subasta de ELCOVE, o sea que para ese entonces aun lo tenía. Lo que indica que ALLIPAC traicionó a Orestein –la traición imperdonable que mencionó Ramiro, el de la Gran Historieta- intentando venderlo -no en Mercado Libre donde se delataría groseramente ante el verdadero dueño- e inventando que se lo habían robado, lo cual terminó convirtiéndose en realidad, igual que la profecía que se cumple a sí misma...
La profecía.
De Agostini hablaba de la pérdida del segundo dueño y de un altar, una iglesia. Y de herejía, de inversión... ALLIPAC es Capilla, su apellido, al revés, y el ejemplar de la dos (¿el cáliz?) estaba en una caja fuerte (¿el santuario?)... ¿Significa que los tomos perdidos del segundo no se refieren a su propio libro, sino a la dos del Indio, que justamente estoy buscando y no recuerdo si figura como Tomo, igual que la uno, o aparece –abandonando el Viejo la pretensión recopilatoria, y adoptando el criterio más comercial de revista- como número? ¿Cómo podría saber el cura, en 1953, que el Viejo iba a publicar, tres años más tarde, las Andanzas? Y todo lo demás... Si bien hay que considerar que se trata de una profecía, claro...
Isaac, Orestein....¿y lo del tercer poseedor? ¿Escribir con los dedos? Se escribe con los dedos en el barro, en la arena. El último descendiente podría ser Huake... ¡no, el Indio! Descartemos al Gurí, que es deforme... Tiene que ser el Indio, y escribir con los dedos no es escribir, es dibujar. Dibujar con los dedos mojados en tinta al Indio. Un dibujante. ¡Elenio Pico! Ezra le ofreció mi ejemplar. Pero él no es el poseedor, el poseedor soy yo. Claro que si Pico hubiese atendido el teléfono en el momento justo que lo llamó Ezra... Por un milímetro, algo pareciera haber fallado en la profecía...
A vece tiene gana de comer a vece no tiene gana de comer. Mejor remitirme a la frase de la gitana, que es aplicable a cualquier situación si uno se esfuerza en encajarla, previa creencia. Lo mismo que la tirada de tarot de SOADORA.
Aunque por momentos, resulta innegable que lo del salesiano fascista –es verdad que el Duce pasó por un colegio de la orden, del que fue expulsado- encastra con la perfección de las piezas de un rompecabezas, cuando se encuentra la posición adecuada.
Lo único real es que Orestein, loco o no, se quedó con mi "30 años en Tierra del Fuego", edición Peuser, de 1953, un volumen valioso, compensando así la traición de Capillita... ¿Y lo que dijo de la supuesta traición del CORSARIO, al que sin duda refería como el pibe éste? ¿Lo acusaba de ser el violador de la caja fuerte? La pelea de ELCOVE con el CORSARIO fue pública en Mercado Libre. ¿Buscaba adularme, ganar mi confianza?... No tengo más remedio que volver a la única conclusión posible: un hábil enredo, cuyo único fin era despojarme del libro.
Mis pasos, falsamente azarosos, tenían un rumbo. Estoy frente al Parque. Los puestos abrieron.
En los pasillitos que los separan, ahora hay más espacio. La disposición también es distinta. Reparo en que no venía desde antes de las reformas, de las vallas, que le dan un aspecto de jardín privado. Cuesta ubicarse. Siento que no me gusta este Parque. No es el mismo. Cambió, además, la gente. Ahí están, en los primeros puestos, los skinheads, que mencionaba Orestein. Con musculosas –a pesar del frío- que dejan ver los grabados de calaveras y dragones. Si tienen esvásticas, será en algún lugar menos notorio. No sé de qué se asombra el judío, si uno de sus locales estaba justamente en la Bond Street, meca del tatuaje y el piercing. Estos imbéciles neonazis de opereta no pueden asustar a nadie, a lo sumo son desagradables estéticamente. Muy pocos venden Andanzas o Correrías. Me pregunto si uno de ellos no será Joaquín, el CORSARIO. Por ejemplo, el que ofrece una pila de las del Indiecito, del ciento setenta para arriba, a treinta pesos cada una, lo cual resulta un despropósito. Es un morochito fornido, bajo, de piel cetrina, casi rapado, con arito en la oreja y calavera en el hombro, de unos veintipico de años. Estoy tentado de preguntarle si comercia en Mercado Libre, pero me arrepiento. Me está mirando con curiosidad, o al menos me parece a mí, que estoy un tanto paranoico, ya que vengo de comprobar que mi supuesto anonimato no es tal. Sin duda, la expectativa debe atribuirse a la habitual en un vendedor ante un posible cliente, pero por las dudas, sigo camino. El CORSARIO tenía cuentas pendientes con ELCOVE, al que atribuye la pérdida de sus medallitas (aparte de todas las que Vélez le hizo), y no vaya a ser que de nuevo la ligue yo por él. El escaso material que voy encontrando es de la misma época del puesto del morochito o, peor aún, Selección de las Mejores. Parece que ahora la onda son unas tarjetas con grabados similares a los de los cuerpos, que todos los pendejos posmodernos eligen mediante catálogos.
La nueva disposición de los puestos hace que no advierta que acabo de llegar al de Carlos, el rengo, mi último recurso para conseguir la dos. Su templo se sitúa en una esquina distinta a la que se ubicaba antes, muy alejado de los neonazis de la entrada. Él se ve igual que siempre, con la fina barbita candado rubia, el físico esmirriado, la extrema palidez típicamente porteña, la piel casi femenina. Fiel a sus tácticas, me ignora olímpicamente. Acomoda revistas, mientras musita una letanía ininteligible. Por fin decido hacer notar mi presencia:
-¿Qué tal, Carlos, tanto tiempo?
El rengo apenas me registra.
-No sé si te acordarás de mí... –me humillo.- Yo era cliente tuyo, venía desde Campana a buscar las del Indio...
El rengo contesta con un lacónico Ah... Hola..., que no implica reconocimiento alguno, y que es producto de su sempiterno desprecio por la humanidad.
Estoy cansado y no me dan ganas ya de jugar el antiguo juego de ablandamiento. Vengo de muchas vicisitudes, y aun sabiendo que con el rengo hay que usar otras tácticas, voy –al igual que lo hice con Ezra, pero en ese caso, apropiadamente- directo al asunto, preguntando por la dos de Andanzas.
-No. Yo ese material, acá no lo trabajo... -me contesta, crípticamente.
-¿Qué? ¿Estás vendiendo por Mercado Libre? –se me ocurre arriesgar.
- Mercado Libre es todo fraude, una cueva de mafiosos. Yo no tengo nada que ver con esa gente... Esa basura de internet, de los mails... –escupe nervioso, despectivo- No traigo el material antiguo al Parque, es todo. Lo guardo para muy pocos clientes.
-Sin embargo, veo que seguís teniendo la dos de Correrías.
En efecto, el ejemplar de “Rescate en el Amazonas” que viera por primera vez, hace una eternidad, en el patio de piedra de colegio del barrio de calles embarradas, en manos de un primer otro en la especie, del segundo, diríamos, sigue luciendo en el revistero del rengo. Éste repite su bocadillo de memoria.
-Sí... Es lo único. Está de adorno. Si no me pagan cuatrocientos, no la muevo; mirála, ¿no queda linda ahí?
No fue la especulación con que hubieran pasado maremotos económicos en el país y el precio siguiera siendo el mismo que hace años, desmesurado entonces, pero aceptable ahora, incluso si se lo relaciona con las recientes informaciones acerca del valor de la uno. Tampoco la desesperanza que me invadía respecto a poder conseguir el ejemplar prometido a JUANO. Ni siquiera el encono que me produce Carlos, el rengo...
Fue un impulso reprimido por una eternidad, el de arrebatarle a aquél pibe sucio y mocoso el ejemplar de la mano y quedármelo para siempre, el que me hizo sacar los cuatrocientos pesos del bolsillo y hacerle bajar al rengo su puto adornito.
Me alejo del puesto sin saludar, me siento en un banco de piedra del Parque, al que seco antes con el pañuelo, y una detenida inspección me revela que el caldero y los caníbales, vislumbrados en el patio -también de piedra- del colegio del barrio de calles de tierra perdido en el tiempo, no están en ese ejemplar, como había supuesto durante décadas.
Recién en el momento de llegar a las últimas hojas recuerdo que ya había localizado aquella escena mítica. Había preferido olvidar que en el número tres de Correrías, en la segunda aventura, "¡Justicia en el Congo!", era donde se hallaban el negro cocinero y el amiguito porteño llorando dentro de una olla y el Caciquito en otra, observando impasible.
¿Qué queda, de acá en más? ¿El viaje en tren a La Plata con la misma angustia que me asaltó en el colectivo de regreso de Luján?
Es como si nada restara por descubrir y, al mismo tiempo, todos y cada uno de los enigmas permanecieran oscuros.
Como cuando parecía que liquidaban al Indio, le pasaban por encima con una aplanadora, lo pulverizaban con un rayo, lo sumergían en acero líquido... y él resurgía una y otra vez con una frase castiza que nada tenía que ver con los canejo o chei del remate.
Me invade una sensación de estafa. Es posible que conmigo mismo, pero prefiero adjudicársela al rengo. Cuatrocientos pesos es una estafa si no están el caldero y los caníbales ni el pibe que lee la revista en el recreo. La compra fue estúpida, y decido que motivada solo por la actitud del rengo. Por su ritual invariablemente despreciativo.
Voy a obligarlo a que me devuelva la plata, se lo voy a exigir, voy a agarrarlo del cogote si es necesario.
Cuando regreso encuentro el puesto cerrado.
Pregunto en el vecino y me dicen que la dueña acaba de irse, que lo atiende poco.
-¿Cómo la dueña? ¿Y Carlos?
-La dueña ahora es la hermana. El rengo murió en un incendio ¿no se enteró? Salió en todos los diarios.