Me levanto a los tropezones, porque la lamparita no enciende. Espío por el ventanuco del cuarto de servicio y corroboro que mi reloj biológico no me falló. La mañana del adiós se presenta oscura y fría. Salgo al patio y me aboco a localizar la letrina que anoche me señaló Palito sin mucha precisión, y que me abstuve de usar por imaginar su estado, pero ahora no me queda más remedio. Mi imaginación se quedó corta.
No tengo el abrigo suficiente, y voy a guarecerme en la cocina, con la esperanza de procurarme algo de desayuno. Sobre un calentador a querosén -el pariente pobre del que tenía el oficial de justicia de Cañuelas- Palito se encuentra apoyando la pava para el mate. Voy a tener que dejar de lado la enemistad con esa infusión si es que quiero calentarme un poco.
Palito me explica que es el único de la comunidad que se levanta temprano, porque tiene trabajo fijo en un semáforo de la Nueve de Julio, gracias a sus habilidades en malabares, producto de unas clases de clown que tomó hace tiempo. Tampoco ahí hay luz. Me dice que es frecuente que les corten la conexión clandestina. Se cuelgan en forma rotativa de distintos cables de los alrededores. De la tarea de reconectar se ocupa un compañero que algo sabe de electricidad, pero lo más importante es que está diplomado en equilibrismo. En estos momentos, lamentablemente, anda de gira por Tucumán, haciendo títeres en cooperativa. Concluyo que la lamparita de veinticinco que iluminó mi ceremonia de anoche fue un lujo. Ni hablar, claro, de otros servicios como gas o teléfono.
Me termino enterando que la comunidad actoral es medio ocupa de la casona. Parece que los tomadores precedentes eran un grupo de piqueteros que se mudaron a un lugar mejor y se la dejaron a ellos, a cambio de una especie de alquiler, que pasan a cobrar cada tanto. Palito está convencido que el trato tiene un marco de legalidad, porque lo consultaron previamente con un abogado de la Asociación Argentina de Actores.
Mientras relata esto, descubre que se acabó la yerba y me manguea para comprar. Cuento las monedas que me quedan y apenas puedo aportar veinticinco centavos, porque el resto lo tengo que reservar para la llamada telefónica al Club. Palo, entonces, empieza a recorrer los cuartos para hacer una vaquita. Lo acompaño, para de paso ponerme el pulóver. A pesar de las puteadas varias de los compañeros, por haberlos despertado a tan temprana hora (excepto él, los demás se levantan pasado el mediodía), logra reunir con el aporte cooperativo una suma que hasta puede alcanzar para un paquete de bizcochitos. Me ofrezco a ir, así mato dos pájaros de un tiro.
Camino al almacén, valoro las excepcionales condiciones de vida en que me encontraba hasta ayer. Aunque eso sí: la libertad no se paga con nada... Me consuela pensar que dentro de poco, de marchar todo bien, voy a estar en mejores condiciones que la comunidad de la casona. Puedo llegar a sacar -cálculo realista- unas cinco o seis lucas por mi colección, las que servirán para aguantar un tiempo, hasta que salga algún papelito. Eso sí, tendré que ver como esconder mi fortuna de los compañeros actores, porque si no me la desaparecen, van a pretender que la cooperativice. Después de comprar yerba y bizcochos -lo recaudado alcanzó, finalmente-, me corro hasta el Británico a llamar por teléfono. Pregunto antes si el público funciona bien, no sea cosa que me trague la última moneda.
Por suerte me atiende ElTony, aunque medio dormido, porque a pesar de decirle que soy cliente del Indio e identificarme con apellido inclusive, repite mi nombre como si no me recordara bien. Añado, ya un tanto impaciente:
-Estuve por ahí hará una semana, te pregunté por la Andanzas número...
-No me entró nada nuevo –me interrumpe.
-No. Te estoy llamando para vender la colección...
-¿Cómo? Hace una semana querías comprar y ahora vendés...
-Me acabo de separar...
-Ah -el tono de la interjección denota que no hace falta aclarar más- ¿Y qué tenés para ofrecer?
-Correrías, salvo la uno, completa hasta el doscientos, Locuras hasta la cincuenta y bastante de Andanzas... Podés consultar mi lista de faltantes en tu PC. Lo que no figure ahí, lo tengo...
-Esperá, que me fijo...
No me da tiempo para decirle que mi crédito telefónico se puede acabar en cualquier momento. Afortunadamente vuelve rápido.
-Traelas que las veo.
¡Bingo! Solo queda prepararme para el regateo y rogar que llegue con la nafta.
Me doy cuenta que cuando salí para el almacén ni siquiera me fijé si el auto estaba en el lugar en que lo dejé anoche. Ahora constato que sí. O San Telmo es menos peligroso de lo que se dice, o no lo pudieron levantar porque no les arrancó.
En la puerta de la casona, Palo está discutiendo con un señor mayor, de alpargatas, poncho y boina.