—¡Algo malo se avecina, compañeras! — grita Temeraria.
—¿Qué ocurre? —preguntan el resto de las mujeres dejando a un lado el trenzado de juncos.
—Es Jorich, acaba de enviar la noticia y por lo que veo no es nada bueno.
—¡Efectivamente, todas reúnanse! —vuelve a gritar Temeraria —Reunámonos en el Árbol de los Cuervos —diciendo esto sale en dirección al lugar seguida de otras mujeres.
El Árbol de los Cuervos, era un lugar sagrado de la Hermandad de Tituba, esta hermosa y sombría cueva poseía el néctar contra los malos espíritus y la muerte. En el interior estaba llena de raíces y flores que brindaba una armonía antes vista en el Mundo de las Dos Patas, en el exterior era un inmenso árbol con ramas gigantes y custodiado por cuervos negros y seminegros.
Estas aves eran niñas y mujeres fallecidas a causa de alguna mala enfermedad o por algún asesinato, pues como una última oportunidad Los Espíritus del Más Allá, brindaban el elixir de la nueva vida.
En el medio de aquel lugar brotaba vapor con olor a menta y a sus alrededores las cascadas tomaban la forma de cuervos.
—Mujeres, hermanas mías; ha llegado lo que tanto temíamos como también lo que tanto anhelábamos. El cielo se ha oscurecido como también su brillo, por fin, está con nosotras — Temeraria culminó agitada.
—Así es, hermanas. Preparémonos para lo que se avecina —diciendo esto todas se inclinaron en señal de respeto ante aquel vapor que cambiaba de color.
En ese instante, cuando todas se mantenían en silencio, un sonido de agitación irrumpió el lugar. Sí, era Grea que llegaba agitada y asustada. Todas levantaron la vista ante la niña y mostraron su mejor sonrisa.
Temeraria corrió y extendió sus manos haciendo una cruz a la entrada de aquel lugar. Al observar esto, las otras mujeres hicieron lo mismo. Grea se quedó pasmada ante la belleza que veían sus ojos.
—Ella es la elegida. Es la hija de Juana…—dijo una de las mujeres más ancianas del lugar.
—Juana, ¿quién es Juana? ¿Acaso es un familiar mío? —responde Grea con incredulidad, porque los últimos acontecimientos ocurridos le estaban dañando los pocos recuerdos que aún conservaba.
Al escuchar esto, todas se miraron sorprendidas, sin embargo, fingieron una sonrisa forzada.
—Grea, niña mía, tu destino está aquí ¡Hermanas mías la profecía, por fin, se está cumpliendo! —diciendo esto Temeraria abraza a la niña.
RELATA GREA
No entendía como había llegado a parar a ese lugar. Era como si algún ser vestido de viento me guiaba y obligaba a seguir caminando. Los girasoles que cambiaban de color, los musgos susurrantes, las estrepitosas pisadas y los árboles que me observaban con ojos brillantes estaban enloqueciéndome y perder la cordura.
A medida que caminaba las sombras negras y furtivas me distraían con chasquidos hasta que furtivamente el viento comenzó a envolverme y empujarme en dirección extraña, me resistía, pero era tan fuerte que dominaba mi débil cuerpo de diez años.
Y, finalmente estoy en un lugar que de tanta belleza logran nublar mis ojos de espesa niebla, hay mujeres reunidas y todas tienen el cabello blanco y trenzas alrededor del cuello. Se muestran sorprendidas, luego una sonrisa hermosa se dibuja en sus rostros. Se acerca una de ellas y habla en voz alta y tierna con emoción y jubilo, “dicen el nombre de una tal Juana” aunque me parece ya haberlo oído antes. Mi mente se dispersa con todo lo acontecido que no logro digerir una buena pregunta, solo “¿Quién es Juana?, ¿acaso es un familiar mío?” pero, ¿qué es una familia? Mis pensamientos divagan en un mundo nebuloso.
—Pequeña, Grea, gracias por venir y, agradecemos infinitamente al viento que te guiò. Estas en casa —dice una mujer de un tamaño prominente de piel pálida—Soy Temeraria de la Hermandad de Tituba, estas mujeres al igual que yo pertenecen a esta hermandad—Levanta la vista y todas dicen;
—Bienvenida, Grea— y bajan la mirada.
Me quedo atónita por la cantidad de mujeres. Todas ellas tienen el cabello blanco y en sus ojos se muestra una luz de arcoíris indescifrable.
—Grea, te hemos esperado siglos y finalmente estas aquí con nosotras —dice la mujer alta, Temeraria —Y, para que el destino siga su rumbo, ahorita mismo serás transportado a la aldea de las gorgonas, son mujeres especiales en todo el sentido de la palabra, ellas te enseñaran todo lo que una bruja debe saber…
No respondo, mi mente de niña no procesa todo lo que está ocurriendo, pienso en comida y dormir.
—Es para protegerte de los de afuera y adentro, la maldad está en el aire —repite.
—Tengo hambre —digo en un susurro e inmediatamente se muestra una gigantesca mesa llena de dulces y comida. No cuestiono aquel acto ya era suficiente con los últimos acontecimientos que habían ocurrido.
En el otro lado, Jorich, intenta reunirse con la Hermandad de Sara Solarth. Los últimos sucesos eran demasiados peligrosos para el futuro de esas hermandades. Ellas que habían esperado por siglos a la nueva salvadora, ahora estaba en peligro de toda aquella alma ocultista e indeseada. En otras palabras, la existencia de estas mujeres y las hermandades dependían de Grea.
La luz del día se iba despidiendo, los árboles iban cambiando de color y una que otra roca se movían lento en busca de espacio. Jorich se acercaba a la aldea de Solarth, las casas humeaban, una que otra niña correteaba persiguiendo las pompas de los dientes de ratón.
—Ahí viene la vieja Jorich —gritó la niña en dirección a su cabaña.
—Jorich, bienvenida, ¿a qué se debe tu visita? ¿ocurrió algo? —preguntó una de las pelirrojas de la Hermandad de Solarth.
—Sí, preparémonos para el apocalipsis —respondió agitada y al mismo tiempo escupiendo ranas, eso solía hacer Jorich como agradecimiento, las ranas eran como el ramo de rosas ante un recibimiento. Finalmente, escupió sangre y perdió el equilibrio cayendo bruscamente al piso.