Seidel III

Pilastra, Etrasia. Año 599 de la N.E.

Domingo 6 del mes doce.

La luna empezaba a cambiar de color, Seidel y Hye la miraron apenas bajaron del tren. Era extraña, grande, plateada y teñida de rojo, como anticipando el encuentro fatal que estaba por suceder.

—¿Hacia dónde nos dirigiremos ahora, Señor Seidel?

Seidel no prestó atención, parecía seguir enfocado en retomar la conexión con Marie, pero no lo conseguía. Se habían bajado en la estación de Adarve, un distrito que colindaba al sur de Pilastra. La siguiente salida del tren de conexión no sería sino hasta las cinco de la mañana. El tiempo apremiaba y Seidel sentía que se le estaba escapando de las manos.

—Tendremos que correr hacia el norte y cruzar la ciudad —señaló Seidel extendiendo su brazo—. Si nos damos prisa, y confiando en tu híper velocidad, estaremos en la frontera de Pilastra en unos minutos.

—¿Qué es lo que sucede? —preguntó Hye. Seidel no tuvo más remedio que contarle.

—No lo tenía contemplado, Hye. La presentación entre Ahnyei y tú debía ser pacífica, pero sé que debemos olvidar esa idea.

Hye lo miró confundido.

—No hay tiempo para más explicaciones, andando —ordenó.

Salieron de la estación encaminándose fuera del ojo de los pocos transeúntes que abordaban y descendían de los trenes. Una vez fuera, Hye tomó del brazo a Seidel.

—Solo indíqueme el camino —dijo Hye, muy confiado.

Emprendieron pues el rumbo, bajo esa luna extraña que no parecía profetizar nada bueno.

En momentos de incertidumbre como aquellos, Seidel se arrepentía de haber dejado aquel dispositivo sedante en la mente de Marie. Los años incomunicados le habían parecido eternos, pero solamente seguía órdenes y ella debía mantenerse controlada durante su ausencia.

—Pero ya termina todo... —se consoló Seidel mientras corría a la par que Hye.

Seidel encontraría una respuesta a su inquietud kilómetros más adelante, en los límites entre Adarve y Pilastra. Después de dos años sucedería el encuentro, aunque no fue como él lo había planeado.