Pilastra, Etrasia. Año 599 de la N.E.
Domingo 6 del mes doce.
—¡Aléjate! —repitió Ahnyei, moviéndose un poco a la derecha. Jan siguió sus movimientos con atención, sin dejar de apuntarle.
—¿Así que a esto hemos llegado? —gritó él—. ¡Finalmente solo somos tú y yo!
Ahnyei miró de soslayo el caos que la locura de Seidel había causado. Ahora yacía en el suelo, inconsciente. ¿Estaría muerto? Unas lágrimas brotaron de sus ojos haciendo surcos y caminos por la piel, a través de la sangre y el fango.
Se había desecho de los últimos Acán, antes de correr para intentar detener a Seidel y su destrucción, pero Jan se le había adelantado; la flecha cortó el viento, rauda y veloz impactando en su corazón. No podía permitirse perder a nadie más. Tenía que salvar a los tres.
—¡Aún puedo vencerte! —le respondió.
Jan bajó la flecha.
—No quiero hacerlo —dijo para su sorpresa, aunque Ahnyei no abandonó su posición de ataque—. Solo quiero que esto termine.
—¡Entonces libéralos! —ordenó ella—. Y nos marcharemos de aquí...
—No puedo confiar en que no irán tras de mí.
—Escúchame —la voz se le quebró pero trató de sonar fuerte, con decisión—. Solo queremos volver a casa.
Jan no contestó.
—¡Están débiles! ¡No pueden defenderse! Y yo... —Ahnyei cerró la palma de su mano apagando el fuego—. Nunca te lastimaría.
Sentía como los ojos y la cara le ardían. Jan la miró y se acercó a ella, instintivamente, como si fuera un imán atrayéndole. Ella quiso retroceder.
Pero Jan la detuvo del brazo, luego la tomó por la cintura y la acercó hacia él. Con sus manos tomó su cara para obligarla a mirarlo. Anhyei comenzó a temblar, pensó que de un segundo a otro se derrumbaría.
—Lo haré —le dijo—. Te lo prometo.
Ahnyei lo miró a los ojos, las lágrimas se le escaparon. Se sentía frágil a pesar de ser tan fuerte. Jan la miró con ternura y le sonrió, le acarició su rostro sucio y sus cabellos hirsutos.
—Estás muy herida.
—Estoy bien...
—¿Puedes... curarte a ti misma?
—No —dijo ella, rozando con sus dedos sus firmes manos, correspondiendo a la caricia—. No funciona así.
—Entonces lo haré yo, cuando salgamos de aquí.
Ella asintió. Volvió a sentirse protegida, perdida en aquellos ojos esmeralda que la miraban con dulzura. Las piernas le flaquearon cuando Jan la atrajo hacia su boca. Sin entender muy bien por qué, correspondió a aquel suave beso, cerrando los ojos.
Cuando se separaron, Jan la miró de lleno. Sonreía y era la sonrisa más plena que jamás le había conocido.
—Voy a liberarlos —le prometió mientras imprimía en sus labios otro beso rápido—. Luego nos marcharemos. No volveré a perderte.
Ella, aún confusa, asintió. Sintiendo como desde sus adentros una emoción, hasta el momento desconocida, se fraguaba.
Jan se dio la vuelta para intentar liberar a Marie y a Hye. Se puso de cuclillas para destrabar el mecanismo. Solamente uno de los suyos tenía la autoridad sagrada para tocar las cadenas y entender la combinación.
—No las toques —le advirtió, el pelo le caía sobre la cara mientras trabajaba en el seguro. Ahnyei lo miró detenidamente, su corazón le latía con fuerza mientras lo miraba dar una y varias vueltas con sus hábiles manos para destrabarlo.
Este por fin cedió.
—No te acerques —reafirmó, poniéndose de pie. Desprendió los dedos de Hye y cargó el cuerpo depositándolo en el suelo. Hye gimió e intentó abrir los ojos. Tenía varias heridas causadas por la electricidad.
Por efecto de la cadena, el escudo de Hye se había debilitado. Ahnyei pensó que, en su estado, jamás habría resistido el último impacto.
Jan sostuvo con ambas manos la malla de eslabones y las retiró del cuerpo de Marie. Aún respiraba, pero estaba demasiado herida.
Jan miró a Ahnyei y le sonrió.
—Ya ha terminado.
No era así, Ahnyei sintió como una bala le rozaba la punta de su oreja, el estruendo la dejó sorda por un momento. El impacto hizo que el pecho de Jan estallara en sangre. Ahnyei ahogó un grito, las lágrimas le saltaron mientras la espalda de Jan se arqueaba hacia atrás.
—¡Jan! —el grito por fin salió de su garganta, desgarrador y doloroso, viniendo desde sus entrañas. Corrió hacia él y con sus brazos intentó detener la caída, pero Jan era tan pesado que cayó junto con él. Ahnyei sostenía la mitad de su cuerpo en su regazo cuando lo vio:
Era la figura de un hombre que arrastraba las piernas y extendía el arma con un brazo, el otro le colgaba sin vida; era solamente un miembro carbonizado al que le faltaba una mano.
—Siempre supe que terminarías traicionándonos —la voz era grave y pastosa, arrastraba las palabras con dificultad—. No me equivocaba.
—Kotch.... —murmuró Jan.
Ahnyei sostenía la herida de bala con sus manos, presionando con fuerza. Tenía que sanarlo, ya se ocuparía del hombre de la cicatriz.