Base de Heskel, Polo 10, Islas de la Antártida. Año 599 de la N.E.
Miércoles 9 del mes doce.
Enfrentarse al consejo no era más duro que enfrentarse a las últimas palabras de Marie.
Había abandonado Pilastra —lo que quedaba de ella—, al día siguiente de la batalla. Despertó solo en medio del bosque. Una voz de advertencia hirió su mente apenas se hubo incorporado.
«No vuelvas nunca más o te mataré yo misma».
Regresaba pues, a rendir las cuentas de su trabajo fallido a sus superiores.
Hacía mucho tiempo que no pisaba la sala principal del Consejo. Habían pasado más de tres décadas desde la presentación de Marie y la condena de Annika, pero nada había cambiado en lo absoluto. Las mismas cortinas oscuras y largas se extendían a lo largo y ancho de los altos ventanales. El piso blanco, pulido, brillante e impecable reflejaba en sus mosaicos la variedad de colores que los racimos de luces colgados en el techo irradiaban. El palco de los tres se extendía al frente, los asientos continuaban dispuestos en distintas elevaciones; el más alto, por supuesto, seguía siendo el de Maro.
Seidel, aún herido y con la cabeza agachada, aguardaba su sentencia. Sin embargo, el silencio de sus superiores no hacía más que alargarse y conferir al momento una espera insoportable.
—Debemos recuperar al Sunt —la voz de Maro, proveniente del palco de los tres, resonó por el salón—. Cueste lo que cueste.
Se enderezó de su asiento y descendió del palco. Sethus levantó la vista, encontrándose con las pupilas de Seidel. Soni —que estaba situado como de costumbre a la derecha de Maro—, también lo miró con los ojos plateados y enrojecidos; con unas ganas incontrolables de destruirlo en ese preciso instante. Maro, enfundado en su traje púrpura, se le acercó.
Seidel no llevaba cadenas ni grilletes, no era un preso. No todavía. Se preguntó cuánto tiempo más gozaría de su libertad.
—Desobedeciste, deliberadamente —recalcó Maro—. Tuviste la oportunidad de resolver todo de una manera diferente y pacífica y de traer al Sunt contigo. Pero no lo hiciste.
Seidel no contestó. Cualquier cosa que dijera no movería nada a su favor.
Maro lo miró más de cerca. Seidel levantó la cara encontrándose bajo su escrutinio.
—Hmm... —murmuró—. Siempre sospeché que este planeta terminaría por corromper a los de nuestra especie. Es inevitable, pero al mismo tiempo inadmisible.
Maro se dio la vuelta y ordenó:
—¡Traigan a Hye!
Sethus se encargó de llevar al joven, quien esperaba en otra habitación; condujo a Hye a la sala, este cruzó brevemente la mirada con Seidel después de que tras de sí se cerraran las puertas.
Hye vestía una camisa y pantalón blanco. Como siempre, se veía limpio e impecable, pero algo había diferente en su mirada.
¿Era odio tal vez?
—Cuéntanos nuevamente la historia —Soni le exigió desde su asiento, mientras miraba el filo de sus uñas, antes de lanzarle una mirada mordaz—. Quiero entender cómo es que nuestra obra, que hasta hace poco marchaba a la perfección, fue arruinada.
Hye se acercó al estrado, tragó saliva antes de hablar.
—Ella me recordaba, pero no me aceptó —Hye tensó los puños al recordar aquel momento—. Lo prefirió a él. A un sucio guerrero Acán...
Soni emitió una carcajada que resonó por cada rincón, gracias a la acústica del salón. Hye se estremeció.
—¡Así que toda la obra, el glorioso plan de Luhna, fracasó por culpa del...! ¿Amor? ¡Absurdo!
Hye se encogió en su lugar, Seidel sabía que muy seguramente ahora se arrepentía de haber regresado solo a Heskel.
—Me niego a continuar un milenio más en este planeta —Soni siguió con sus represalias. Si el Sunt no quiere venir por su propio pie iremos a por ella.
—Ahora Marie posee todo su poder. Ella la protegerá —Seidel se atrevió a interrumpir. Soni lo miró con todo el desdén posible.
—¿Y de quién es la culpa, Seidel?
—No debimos controlarla nunca —se aventuró a decir, Soni torció el gesto—. Debimos enseñarle en lugar de engañarla.
—Nunca supimos exactamente lo que era —justificó Maro—. Tal vez debimos destruirla cuando apenas era una niña.
Seidel enrojeció, pero guardó silencio.
—Como sea —continuó Maro, paseando por el salón, examinando a Hye—. El daño ya está hecho y debemos idear un nuevo plan.
—¡Podríamos obligarlos en este momento! —urgió Soni, el más interesado en volver a Silen y abandonar la tierra—. ¿Qué hacemos esperando en este lugar? ¡Utilicemos todo nuestro poder!
Maro lo reprendió con la mirada. Soni nunca entendía por qué todo debía hacerse siempre con tanta cautela.
—El planeta no sobreviviría nuestro ataque. Lo sabes bien.
Soni reprimió su respuesta.
—La tierra únicamente tolerará un segundo y último recogimiento —reafirmó Sethus, quien hasta ese momento había permanecido callado—. No podemos aventurarnos a destruir el planeta. Lo necesitamos para el último ascenso.