* Alx *
No pronuncio ninguna palabra mientras camino con Zuri a mi lado. Es agradable una vez que, de verdad, la conoces, sin embargo, sus métodos anti estrés no me gustan del todo. Poco a poco, nos vamos adentrando más en el bosque, tratando de encontrar un camino poco húmedo o relativamente seco para que nuestro calzado no se ensucie.
Poco a poco, levanto mi mirar para observar las hojas y ramales de los árboles más altos del bosque, aunque no sean muchos, es un espectáculo natural que no se ve mucho en Tabanta. Volteo mi cabeza un poco hacia atrás, posando mis ojos sobre la morena quien no deja de mirar hacia sus pies, contando posiblemente sus pisadas, imposibilitándola de esquivar algún árbol o de caer de una pequeña pendiente que vaya a pisar erróneamente mal.
Se llama Zuri, Zuri Valdivia, su nombre se me grabó en mi mente justo inmediatamente luego de escucharlo salir de sus labios. No es tan original, pero tampoco muy común entre las féminas. Aparte de su nombre, también tiene un apellido diferente al resto. Hay, al menos, doce alumnos que se apellidan Sorní, otros tantos Tarza, otros también Zándio, otros Urso y ella, junto con Haneul y Sojin, son las únicas personas con apellidos que no he conocido, de las últimas es entendible, ya que no son originarias de Yudia, pero… ¿Zuri? ¿La mujer que tiene el nombre de una diosa nianesa? ¡Sí que sorprende!
— ¿Me pasarás a dejar a mi casa? —Pregunta ella, pero sin levantar su cabeza.
—Sí —contesto algo desganado.
No dice nada después de mi contestación. El sonido de las carretas pasando sobre el sendero, que está más a la izquierda y que hace templar el suelo con el cruzar de sus grandes ruedas, aparece. Decidimos caminar un poco más lento, tratando de evitar que los conductores nos miren porque, de lo contrario, nos subirían a la fuerza a una carreta.
Tras un tiempo caminando, cruzamos un puente de madera colgante que, básicamente, te ahorra un montón de tiempo al caminar de la ciudad hacia nuestro pueblo ya que, de otra manera, tendríamos que rodear todo el camino de la curva que hay como sendero para los carruajes, y seguro que nos ensuciaremos menos cruzando el puente. Es en un punto incierto del puente que cruzamos miradas, como si hubiésemos coincidido juntos al observar los ojos de nuestro acompañante, pero no pronunciamos nada, no nos dijimos nada, sólo seguimos caminando.
¿Para qué negarlo? No pienso malgastar saliva en una conversación que, probablemente, no tendría sentido hablar, a pesar que ella haya resultado ser la única persona, sin contar a Haneul y a Sojin, capaz de hablar conmigo sin querer soltarme un fuerte puñetazo en el rostro por no dejar de hablar ni siquiera un segundo.
Todavía faltan unos veinte minutos a pie para llegar al pueblo, pero si no nos damos prisa, llegaré con mi ropa mojada. Tras llegar casi al otro extremo del puente, volteo para mirarla, pero ella ya está un poco distanciada de mí, quizá como a doce o trece pasos de mi presencia. Aunque no me interesa mucho en mantenerme cerca de ella. Más aún cuando estornudó y estuvo a punto de soltar mi capa hacia caída libre.
— ¡Amo la lluvia! Pero creo que contraeré un resfriado terrible —protesta en el momento —. Aunque supongo que a ti igual, ¿no? —Rio entre dientes —Me das un poco de risa, Alx —ella también ríe un poco avergonzada —Normalmente la gente que les gusta la lluvia sostiene su mano extendida bajo la precipitación.
Sólo asiento ante su comentar, y la observo mientras pongo un pie ya del otro extremo del camino solitario por el que tenemos que pasar forzosamente. Así que supuse que cruzar caminos alargados, protegernos de la lluvia, de animales salvajes que pueden vernos como una presa fácil, no fue como lo tenía planeado, sólo si quería salir conmigo para conocerme mejor que me lo dijera, pero bueno… así que decido por esperarla, mientras me caliento torpemente con mis manos empapadas.
El señor de fierro viejo, Nhat, nos ha visto una vez empezábamos a retomar nuestro camino. Nhat Ruymon es su nombre, quizá cuarenta y pico de años, nativo de Tabanta. Su grito nos asustó a Zuri y a mí, pensaba yo que era alguna carreta tras ver que traía su tirando de su carreta de trabajo.
En cierta manera nos alegra habérnoslo encontrado, ya que comenzaba a ponerse de cierta manera incómoda nuestra compañía, aunque ya tenía planeado en sí que preguntarle a Zuri… quizá lo haga después…
—Tengo veinte años en este oficio. Trabajo de nueve de la mañana a dos y media de la tarde de lunes a sábado —nos confía Nhat Ruymon una vez la lluvia dejó de presentarse.
Nos cuenta, además, cómo es que su familia lo apoya en diferentes maneras. Su esposa también trabaja y, aunque gana poco, es de gran ayuda, a pesar que sigue dando gasto, él nos asegura no ser machista. Todo lo contaba ecuánime, claramente contento por su trabajo y por el claro tiempo que nos hemos tomado para acompañarlo de regreso. En ese momento sólo lleva el señor Nhat en su carrito un viejo costal de papas retacado con cobre.
— ¿Y no ha aspirado a algo más, señor Nhat? —Pregunta la morena —Es decir, ahorita lleva solo ese viejo costal, pero… no sé, quizá en algún otro momento haya llevado muchas más cosas, ¿no?, ¿acaso no es mucho más pesado en otros momentos su carrito?, ¿no pretende trabajar en otra cosa en un futuro?
—Mis hermanas son profesionales y, como yo, llegan fastidiadas por el arduo día que tuvieron en sus respectivos trabajos. Estar sentadas todo el día recabando papeles para los mandatarios en Yudia sí que las carcome, pero les gusta su trabajo. A veces llegan con la espalda o la cabeza adolorida por el estrés y la presión, pero hay que entrarle a la serpiente de frente. Trabajar y trabajar, pero, ¿qué trabajo no es pesado?
Editado: 15.10.2021