Las desventuras de Madame D

♦ Seis ♦

—¡No puedo creerlo! —exclamó Elisa, quince días después—. ¡Sabía que Sergio se tenía algo entre manos contigo!

—Habla más despacio —imploré, avergonzada de no haber podido aguantar más con el secreto.

 

Sé que dije que no comentaría el asunto con nadie. Y que la pobre Elisa no entra en la categoría de nadie, ella en sí misma es mucho más que cualquiera de los chismosos de la redacción. Pero esa noche había sido el cierre de edición y se cumplía un mes del desastre. Entre mis recuerdos y la insistencia de la pelirroja para que fuésemos juntas al festejo, no pude callarme.

 

—Siempre tiene algo listo para los nuevos, debí advertirte —se lamentó mi amiga—. Lo siento mucho.

—No es para tanto. Es mejor, mi dignidad y otras partes de mi persona siguen intactas —declaré con orgullo, mientras la oficina iba quedándose vacía—. Es una buena noticia, ¿no?

—Te he visto mirándolo, Delfina. Estabas ilusionada —murmuró ella, mientras guardábamos nuestras cosas—. Y él no ha dejado de poner esa cara de tristeza, debe haber quedado traumado.

—Ya lo voy a olvidar, él también —aseguré, tratando de ignorar el nudo en mi garganta—. La nueva pasante será su víctima esta noche. Para cuando volvamos, el lunes que viene, habrá nuevos chismes y lo mío se habrá cerrado del todo. Seré solo Madame D, la chica del horóscopo.

—¿Por eso no quieres venir, tonta? —preguntó mi compañera, cuando ya íbamos en el ascensor.

—Me iré a beber sola al bar que fuimos el otro día —la tranquilicé—. No te preocupes, que no pienso aburrirme. Voy a dormir como un bebé esta noche.

 

Y estaba dispuesta a cumplirlo. Iba a tomarme todo lo que encontrase. Pensando en eso, me di cuenta de que ya estábamos en la calle, en el punto en que nuestros caminos se dividían.

 

—Como quieras. Por si te arrepientes, voy a esperarte —prometió Elisa a modo de saludo—. Mientras me dure lo sobria, así que no tardes tanto, ¿eh?

—No, olvídalo, ve y diviértete. ¡Hasta el lunes! —me despedí también, toda sonriente, y la vi marcharse en un taxi antes de irme por mi lado.

 

Al darme vuelta para dirigirme a la otra esquina, casi choco con alguien que estaba de pie allí, esperando. De brazos cruzados y sin esconder en absoluto la expresión de querer hacer travesuras. Esos ojos sí que daban miedo, había una malicia que no se encontraba en otros, por más parecidos que fueran.

 

—¿Así que va a ser más fácil de lo que pensé? —fingió sorprenderse Sergio—. Si hubiera sabido, no me hubiera puesto tan ansioso estas últimas semanas.

—¿Qué estás haciendo? —Me sobresalté y quise alejarme, por alguna razón no pude hacerlo—. Vi a tu futura víctima irse a la fiesta hace más de una hora. Vas a llegar tarde, otra vez.

 

Él me observó con fijeza por unos segundos, antes de responderme.

 

—No estoy interesado, gracias —dijo con desparpajo—. Encontré una fuente mejor de diversión que promete ser permanente. No puedo resistirme más.

 

La alegría de tenerlo allí compitió con la indignación de verlo tan pedante. ¿Así era realmente?

 

—¿Quieres que te golpee aquí mismo, o llamo a la policía? —pregunté.

—Yo pensaba empezar con un poco de conversación, pero si vamos a ir al grano, traeré el auto. No te haré esperar mucho.

 

Intenté contestar a eso, mas no pude. Entonces me enfurecí.

 

—¿Qué ocurrió con el Sergio de los ojos de cachorrito? —lo increpé.

—¿Cuál, éste? —borró la sonrisa y allí estaba—. Sigue ignorándome, y comenzaré a ladrar.

—No, basta. Desaparece, o voy a demandarte por acoso. Tengo testigos.

 

Lo dije con sinceridad. Por más que el corazón estuviera a punto de salirse de mi pecho de la emoción. No iba a irme a casa con un idiota que me consideraba una broma. Estaba por seguir mi rumbo cuando él pareció entender la situación.

 

—Lo siento, ¿sí?. Podemos ir juntos a tomar algo y a hablar como personas civilizadas, o puedes irte sola y yo te acecharé como he hecho hasta ahora —explicó, yendo a mi lado como si lo hubiera invitado.

 

Mi enojo comenzaba a alcanzar nuevos niveles. Para ese momento, pasaba la estratósfera y se perdía en el espacio exterior.

 

—¿Es en serio?  

—Tengo un problema con mi conducta. De niño, solía molestar tanto al pobre Santiago que terminó así de gruñón. Y yo no me había dado cuenta de lo grosero que era con mis empleados hasta ahora. Lo lamento, de verdad. Sí es cierto que venía observándote desde antes de la fiesta. Me gustas.




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