Apenas han pasado tres meses después de su última visita, pero sé que ha vuelto. Mi corazón se exalta tronando en mi pecho como un tambor enloquecido. No sé si es emoción o terror.
No le he oído abrir el gran pórtico o deslizarse con su andar gatuno entre los bancos, pero escucho ahora con total claridad pies de pesado calzado ascender por las escaleras. Yo estoy limpiando la mesa tras la ceremonia propia de los domingos, pero mi tarea se detiene con el primer sonido.
—Lucian —suspiro cuando siento la presencia tras de mí; impertérrita y, aunque no la vea, sé que sonriente.
—Yo también me alegro de verle, padre —responde jovial. Coloca una mano en mi hombro y se acerca un paso, dejando que mi sotana reciba la calidez que emana de su cuerpo. —¿Qué tal has estado después de nuestro último encuentro?
Noto el tono en sus palabras y siento que la tela de hace más delgada bajo su agarre.
—Eh… mejor, creo. Estoy más estable económicamente y mi hermana sigue igual.
—No he preguntado por tu dinero o por tu hermana. —dice en tono burlón, como riéndose de la torpeza de un niño que no comprende de que le hablan —He preguntado por ti.
—Pero como esté yo depende de eso… —digo extrañado, torciendo la cabeza; él niega con la suya y rompe el contacto de su mano con mi hombro, después anda lento hasta posicionarse frente a mí.
Sus pasos suaves son ligeros, pero no rápidos, jamás. No tiene prisa y eso no hace más que intrigarme; no sé de dónde viene ni a dónde va después de nuestros encuentros, pero durante ellos el tiempo parece detenerse, es como si no le importase nada más y ni siquiera a mí me toma en serio.
Se sienta sin cavilación sobre la mesa recién limpiada y aunque estoy tentado a reñirle o a explicarle porqué eso es una ofensa, me contengo; sé de antemano que le da igual.
—Tú no eres de los demás, ni siquiera de ese tipo barbudo de allá arriba. Ni siquiera eres tuyo, solo eres de tu carne. —dice sonriendo de forma hambrienta, con una especie de mordacidad extraña pero invisible, en cualquier lugar de entre sus dientes.
Apoya sus manos en la orilla de la mesa y reclina un poco su cuerpo hacia atrás, dejándome ver como su delgada figura se estira. Es como agua, viene silencioso a mi como un goteo discreto, pero puede ser como un tsunami a veces y dejar todo devastado a su paso; además, no me fío ni de cuando gotea sin intenciones aviesas, siento que me erosiona el cerebro con sus pequeñas palabras.
—Soy de mi pensamiento, de mi alma.
—Si tu alma está en tu pensamiento podría abrir tu cabeza y ponerla en una balanza. Es solo carne, ya lo he dicho.
—Ah… como quieras. Todos pensamos diferentes, no te juzgo.
—A mí eso no me preocupa. —pronuncia distraídamente, como si su dicción clara de la segunda palabra hubiera sido casual. Un escalofrío me recorre ¿Cómo dos letras dichas con un fútil énfasis son capaces de hacerme saber que alguien me conoce mejor que yo mismo?
Un silencio demasiado prolongado da rienda suelta a mis pensamientos, pero eso me aterra, así que hablo, aunque no tenga nada que decir.
—¿Has venido hoy para confesarte? —pregunto con cierta ilusión. Aunque sepa que la respuesta será negativa, en mi corazón siempre habría sitio para un poco de fe en un ‘’sí’’ de este muchacho.
—El día que yo me confiese será el que vayas tú a un prostíbulo —una carcajada harmoniosa tras esas palabras chirriantes en la casa de Dios.
Me santiguo, espantado, y no quiero ni imaginar tamaña locura.
—Por favor, yo jamás iría a un lugar así. —digo casi entre risas yo también; ahora que estoy más sosegado esa imagen no me horroriza tanto, sino que resulta tan ridícula que la veo como algo cómico.
—¿No? Pensé que un tipo como tú estaría muriendo por dentro por el cuerpo de alguna mujer y probarlo ¿No te duele el voto de castidad? —pregunta, socarrón; pero por una vez su sonrisa no me intimida y devuelvo el gesto sin miedo alguno.
—Ni lo más mínimo. —sabe que no miento por la firmeza de mis palabras
Me siento poderoso, creo que le he sorprendido; incluso me tomo la libertad de pavonearme, avanzando un paso hacia él. No luce impactado, pero debe estarlo. Él inclina su cuerpo hacia delante de nuevo, haciéndonos quedar extrañamente cerca.
Estoy seguro de que a esta distancia suceden muchas cosas, pero no conversaciones.