Ya me da igual lo que suceda en mi vida, creo incluso la muerte se me hace deseable y no solo eso, sino que también se me sugiere cercana. Doy lástima, tirado en el suelo de la iglesia, hecho un ovillo entre polvorientos escombros con la sotana roída y empapada en lágrimas; la voz hecha añicos, delirando por si el llanto no es capaz de expresar por completo mi dolor.
Pero ¿En qué estoy pensando? Las palabras jamás lo harían tampoco; del mismo modo en que las palabras no pueden consolarme.
Y Jesucristo sigue en su cruz de mármol, casi parece cómodo, mirándome con hastío y abulia. Ojos de mármol, malditos ojos de mármol. Ya no puedo ver en ellos una sola mirada, es verlos y la náusea por el material me invade cual espíritu maligno poseyendo mi cuerpo.
¿Qué más da? En menos de medio año habrán hecho la estatua añicos y, quién sabe, quizá pongan un centro comercial y el sitio de Jesús lo ocupe un maniquí. Tampoco habría demasiada diferencia.
Ignoro sus pasos, ahora ya siento que ni su presencia puede hacerme ver una luz en la tremenda oscuridad en la que estoy metido.
—¿Qué haces, uh? —pregunta él parándose frente a mí. Sus pies embutidos en botas relucientes burlándose frente a mi rostro y su torso levemente inclinado hacia abajo para observar mejor mi miserable posición fetal.
—Llorar por que ya no me queda nada más que hacer. Adelante, ríete si quieres. —le invito mientras dejo caer mi cabeza de nuevo contra el suelo obviando el golpe y mirando de forma distraída como mis lágrimas se meten entre las baldosas.
—Oh, no necesito permiso para ello. —afirma exhalando una leve risilla antes de sentarse de piernas cruzadas justo frente a mí.
Verlo, ahora después de casi medio año, me tortura. Los recuerdos, junto a los anhelos, queman mi piel y mi alma; además se ve tan bien, aseado, arreglado y profundamente atractivo de una forma en que solo son atractivas las cosas que uno no puede tener, como lo letal y lo efímero. Mierda, está tan hermoso que con solo pensar en compararlo con mi penoso estado rompo a llorar de nuevo.
—Y dime ¿Qué es lo que te hace llorar hoy? —pregunta mientras estira su mano para acariciar mi cabeza como si fuese un cachorro.
No lo hace para consolarme, lo noto en la falta de lástima de sus ojos, sin embargo, tampoco está siendo irónico; solo parece actuar por instinto.
—Lo mismo de siempre, solo que elevado al cubo. —digo mientras cierro los ojos y trato de disfrutar de sus yemas sobre mi cuero cabelludo. Sé que tengo el pelo sucio y repugnante, pero mientras a él no le importé yo intentaré no pensar en ello.
—Entonces… ¿Hermana, iglesia y hambre? —dice con una sonrisa amplia pintada en sus labios. Maldición ¿Por qué no me molesta?
Tan… tan contradictorio.
—Y dinero, no te olvides del dinero. —añado con amargura, pero tan pronto me escucha se echa a reír.
—El dinero es la madre de esas tres —dice entre risas—, no hace falta que me lo digas, padre. —lo miro intrigado, hacía mucho que no me llamaba así y aunque antes deseaba con toda mi alma recibir ese nombre honorífico, ahora me siento incómodo con él ¿Lo sabrá acaso Lucian?
Debo dejar de pensar de forma tan paranoica. Quizá todo es coincidencia, azar; incluso yo, incluso nosotros.
—Venga, desahógate. —me insta dando un par de palmadas amistosas en mi hombro. Modera muchísimo la fuerza e intuyo que debe haberse percatado de mi delgadez, más preocupante que la de la última vez que nos vimos.
Ahora mis ojos parecen flotar sobre mis cuencas y las mejillas están tan hundidas que proyectan sombras fantasmales. El resto de mi cuerpo hace tiempo que no lo veo, evito hacerlo y por ello lo escondo bajo muchas capas de ropa, sin embargo, la visión eventual de mi cara es inevitable.
—Es gracioso, incluso parece que vaya a confesarme o algo así, y eso que llevo meses pidiéndote que te confieses.
—Pues sí que es gracioso. Al parecer sí estás ganando algo, el sentido del humor. —declara con sarcasmo, dedicándome una falsa sonrisa dulce. Por algún motivo hasta tengo ganas de acompañarlo en su ulterior carcajada.
—Entonces, ¿quieres que te cuente? —él asiente de forma serena y sincera.
Jamás sabré por qué se interesa así por mí; no obstante, lo agradezco cada día.
—Vuelvo a estar endeudado como el que más con lo de mi hermana, ella se pone progresivamente peor y el precio del tratamiento aumenta más y más; y para colmo me van a quitar la iglesia y con ello mi sustento económico. Vendrán dentro de un par de meses a sacarme a rastras de aquí y dejarme tirado en la calle como un perro viejo. Un par de meses más y a mi hermana le harán lo mismo.