Las dimensiones de la serpiente

8

            Marcos recibió la llamada de Carol.

            —Carol, necesito que me aclares todo. Realmente quedé confundido. Tal vez tenga que ver con tu nuevo look, pero hay algo raro.

            —¿Nuevo look?

            —Sí. Te viene bien ser pelirroja.

            —No me he teñido. Creo que era otra persona.

            —¿¡Qué!? ¡Eso es imposible! Tenías que ser tú. No puede ser que… Oh, no… caí como un novato.

            —¿Qué está pasando? —inquirió más confundida que nunca.

            —Ni idea.

            Karol entró a la llamada.

            —Solo sé que viniste, preguntaste por el Leviatán y te fuiste, que llamé a Javier y me dijo que tenías concertada una entrevista con Watson ¡y que ahora me estás llamando para decirme que en realidad no te teñiste el puto pelo! Creo que te suplantaron… Fue muy convincente. Hasta mencionó lo del disparo que te llegó.

            Carol quedó en shock. Ese episodio era un punto complicado e indocumentado de su historia, que era imposible que alguien lo hablara así como así. Para el mundo y los sistemas Carol era perfecta. No tenía ninguna marca extraña bajo las costillas. Todo fue en extremo secreto y nadie fuera de Unicorp sabía de ello.

            —Carol… no sé qué pasa.

            Un mensaje de Javier le robó la atención; cortó la llamada.

“Las dos direcciones son la intersección West-Nolan y tu casa”

            Vio el supermercado de la intersección y apretó el puño. El corazón le latía con desesperación ante el hecho de que quien la estuvo suplantando estuviera en su casa. La imagen se veía horrorosa: la calle cortada, una van estacionada afuera de su casa, Big Milly sedada, la puerta forzada, dos hombres en el comedor revisando el cuaderno de anotaciones, su suplantadora en la habitación tirando todo para encontrar documentos que pudieran hacer caer a alguien más de la agencia, el teléfono fijo, el computador… ella siendo inmovilizada por los dos hombres y luego secuestrada. O simplemente un disparo que esta vez sí la mataría.

            El auto se detuvo y Carol apartó la mirada del respaldo que tenía en frente para encontrarse con su casa tranquila, Big Milly —una San Bernardo exquisitamente tierna— esperándola con su ladrido característico y una lamida juguetona, la puerta en perfecto estado sin una sola señal de forcejeo y la casa en orden.

            Al darse cuenta de la ausencia de las anotaciones de Javier, metió la mano rápidamente en la cartera. «Se las llevó un ladrón de guante blanco. Estoy ante algo grande» se decía palpando sus cosas.

            Karol no quería ni respirar; los pasos se sucedían con lentitud y los latidos se disparaban cada vez más. Trató de serenarse un poco, respirar, calmarse hasta poder pensar, hasta poder ver; de a poco trató de manejarse y fue logrando fluir nuevamente. Ya más capacitada para hacer un plan se decidió a quedarse quieta y esperar a Carol.

            «Espero que no esté aquí» pensó Karol oculta en el baño.

            «Espero que todavía esté aquí» pensó a su vez Carol entrando a su habitación.

            Respiró profundo y miró hacia los rincones. Sacó el revólver del bolso que había dejado en la mañana y se dirigió al baño.

            Abrió la puerta bruscamente y se vieron frente a frente.

            —Dime quién eres —dijo Carol apuntándole.

            —Soy tú.

            —Yo no soy pelirroja.

            —Yo tampoco. Es la tintura que nos regaló Nina para la navidad.

            —Veo que sabes mucho de mí —dijo acercándose.




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