La realidad, caótica por definición, parecía haberse detenido ante los ojos de Carol. Respiró un aire tibio y sintió una brisa refrescarle la nuca.
Se sintió más ligera que el aire y flotó para verse en caminando en la nada. Mucha luz, pocas cosas, y ella.
Caminó hacia algún lugar como si supiera dónde estaba. Trató de seguir, pero algo faltaba entre tanta calma.
Se sentó en la tina y el agua caliente le dio la sensación de tranquilidad que necesitaba. Respiró con ganas de vivir y ver a mucha gente. Quería saludar, pero no sabía dónde estaban todos.
Ellos podrían esperar; estaba tranquila, quieta y no tenía nada que hacer. Todo era perfecto en su vida durante esos momentos y decidió disfrutar la calma.
Abrió una caja que encontró en su ropero y vio una muñeca. Trató de controlar su pulso y le acarició la cabeza.
—Shh, sh, pequeña niña —dijo con voz clarísima—. No llores. Sh…
De a poco sentía como la habitación recobraba el color original, como la luz le devolvía la energía y cómo sus manos podían volver a moverse con normalidad. Se sintió poderosa y trató de gritarlo.
—¡Karol! ¡Me siento como nueva!
No hubo respuesta.