A I L E E N
De mi mente no podía salir la sensación de estar totalmente a su merced, de tenerlo en ese sentido tan cerca, tan imponente.
Dios, prefería no pensar en lo que hacía unas horas atrás había sucedido. Verguenza y deseo ardían dentro de mi por igual. Ni siquiera me reconocía. ¿Cómo me había podido dejar llevar de esa manera?
Malena como era lógico se había encargado de todo los preparativos que no querían hacer los chicos, el resto; vestidos, lugar, decoración, y demás corrían bajo sus manos, era tal para cuál, trabajaba en perfecta harmonía con los distintos servicios.
Mientras tanto yo, después de pasarme las últimas horas de manequí y de caminar y caminar por ese lujoso centro comercial lleno de luces y cristales decidí parar de seguirla. Seguramente ni siquiera note mi ausencia. Llegué finalmente a una tienda de helados. Había un letrero vintage de nombre italiano adornando la entrada, cuyo nombre no puedo ni quiero mencionar y unos sabores que llamaban la atención por la olor con solo pasar por delante.
No dudé en entrar, no pedí ni uno ni dos ni tres helados, creo literalmente haber perdido la cuenta, cuando llegó la hora de pagar, sentí mi alma desvanecerse de mi cuerpo, los miré con los ojos como platos. ¿En qué momento se me ocurre entrar sin tener ni un mísero billete en el bolsillo?
Si la única tarea que me fue asignada, el jodido catering lo había puesto a nombre de los Reed, de hecho ya los conocían, no llevaba ni bolso ni nada. Ahora debía lidiar con la mirada asesina de la chica que había estado trayéndome helados durante los últimos minutos y su enfadado jefe.
—Verán…—sonreí de forma forzada mirando a mi derecha y luego a mi izquierda, entonces en la tienda un hombre joven, bastante atractivo por cierto, con un aire que me recordaba a alguien familiar entra con seguridad.
—Buenas tardes—sonrió al hacer sonar la campanilla.
Rápidamente lo que creo ser el jefe de la chica le ordena ir a atenderlo mientras a mi me empieza a torturar con su mirada.
—¡Serán 500!—gritó estallando al ver que lo único que había salido de mi boca había sido una burda sonrisa.
Sentí mis mejillas arder poco después de la rabia y vergüenza al mismo tiempo.
—¿500 por un helado?—exigí de malhumor levantándome.
—No ha sido uno precisamente—acotó señalando con la mirada la mesa donde había estado sentada y el montón de tarrinas.
—Ni siquiera son tan grandes—me defendí yo encogiéndome de hombros.
—¿Cuál es el problema?—habló de nuevo el chico que había entrado en la tienda.
Tenía unos rasgos que me parecían demasiado familiares pero en mi mente no aparecía nada. ¿Tal vez algún compañero de la escuela? No parecía tan joven, parecía mucho más de la edad de Sawyer que de la mía, además de tener el pelo y los ojos oscuros había algo de él demasiado cercano a mi. Niego ante mis pensamientos finalmente.
—Que es una morosa—afirmó el encargado tocándose su bigote de mala manera.
Estaba empezando a odiar los helados, de verdad que sí.
—Pues ya pago yo por ella—respondió encogiéndose de hombros.
Eso provocó no solo la sorpresa del hombre, la trabajadora y mía sino que incluso la suya, parecía ajeno a sus actos.
—No hace falta, pueden ponerse en contacto con Rebeca o Malena—me defendí yo como si mencionar esos dos nombres fuera inmediatamente a hacer cambiar de perspectiva al hombre que tenía frente mío.
—¿Rebeca Reed?—preguntó él con el ceño fruncido.
—¿La conoces?—respondo sin esconder mi entusiasmo—Me he dejado el móvil en mi habitación al cambiarme—hago una pausa sorprendida ante la narración excesiva de detalles, siendo honesta es la única teoría que explicaba este estúpido error, siempre igual, sin cartera y sin móvil, miss torpe ese es mi segundo nombre—Es una larga historia—concluyo como si eso fuera a mejorar inmediatamente la situación.
Él sonríe mostrándome dos preciosos hoyuelos.
—¿Tú eres Pecas?—pregunta finalmente.
—Sí—afirmo con fuerza, poco después hago una pausa horrorizada—Digo no, me llam-m-me llamo Aileen—añado intentando recomponerlo.
—¿Aileen Donovan?—pregunta él con más curiosidad.
—Sí—vuelvo a afirmar.
—Interesante—pronuncia con una sonrisa.
—Sí, ahora que alguien me pague ya la factura—afirmó el hombre de mala manera mirándonos disgustado.
N/A: Corto pero intenso.
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Editado: 07.04.2023