El tiempo pasó rápido, no fue ni una semana, ni un mes. Sino siete años en los cuales Saabi y su esposo pudieron disfrutar de sus hijas, que pronto se irían para tal vez no regresar jamás.
Ambas eran muy bellas; Okono tenía el cabello blanco hasta la cintura y su madre se lo cepillaba todos los días, sin dejar de decirle que ella y su hermana eran las más bellas doncellas que había visto jamás. A pesar de que ellos no tenían ninguna relación con la nobleza, Okono no dejaba de pensar que era una princesa y de soñar miles de historias fantásticas con caballeros. Al contrario de Sansce con su cabello azul marino, y siendo una maga, siempre iba con su madre al huerto a aprender los hechizos simples y a cocinar. Okono en cambio se iba con su padre a montar a caballo y hacer trabajos más pesados.
Con todo y eso, eran una familia relativamente feliz. Pero ellas no sabían nada respecto a la profecía, hasta el día que cumplieron siete años.
Era un día nublado, concorde a la triste noticia.
-Niñas...-murmuró su madre cuando las hubo reunido en la sala-. Lo que tenemos que decirle va a sorprenderlas, pero por favor intenten tomárselo lo mejor que puedan-les pidió.
Okono se acomodó al lado de su hermana en el sofá.
-Ustedes...tienen que...- Saabi pausó- No puedo hacerlo-se negó, cubriendo su boca con la mano.
-¿Mami?-dijo Sansce-¿Qué tienes?
Kodrack se inclinó hacia delante, tratando de desviar la atención.
-Lo que su madre quiere decirles es que tienen que ir a un lugar donde les van a enseñar muchas cosas.
-¿Para que querría ir a aprender muchas cosas?-inquirió Okono-. Yo quiero quedarme aquí papá.
Saabi comenzó a sollozar. Kodrack tragó saliva e inspiró hondo, no sabía cómo explicarles.
-¿Recuerdan cuando les dije que ustedes eran unas niñas muy especiales?-dijo por fin Saabi limpiándose las lágrimas. Ambas asintieron.
-Pues ahora trabajarán duro para ser aún más especiales-explicó-. Ahí Sansce, podrás hacer todos los hechizos que quieras y serás una gran maga.
-¿Cómo tú y la abuela?-continuó la pequeña, Saabi asintió.
-Como yo y tu abuela. Y tu Okono podrás divertirte cuanto quieras.
-Pero no soy una maga-se excusó ella.
-Aún así harás todo lo que siempre has querido.
-¿Todo lo que quiera?-preguntó ilusionada.
-Sí, así es cariño. Pero para eso tienen que irse.
-Pues yo no quiero irme-negó Okono.
-No será por mucho. Papi y yo las estaremos esperando aquí, ya verán. Tienen que ser fuertes. Esto es realmente necesario.
Kodrack se levantó, tratando de no llorar. Okono se quedó pensando.
-¿Cuándo nos vamos?-preguntó, Saabi apretó los labios.
-Hoy al anochecer.
Ellas rompieron a llorar y abrazaron a su madre, aunque no supieran de qué se trataba precisamente eso de "ser especiales" comprendían desde el fondo de su corazón que tendrían que irse. Y ya todo estaba listo.
Cuando la luna flotaba en lo alto, las niñas subieron al carruaje y echaron a andar después de un largo rato de lágrimas y despedidas.
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